Juan Calzadilla (Altagracia de Orituco,
Guarico, 1931) ha estado dibujando y escribiendo toda la vida, desde los
años cincuenta. No me refiero a su condición de crítico de arte y
escritor, cuyos resultados ya rebasarían los espacios de varios
aposentos, entre cientos de catálogos, presentaciones para otros
artistas, poemas y poemarios, ensayos e innumerables libros por el orden
quizás de los 60.
Juan ha sido más bien un hombre discreto,
tímido, introvertido, con una capacidad extraordinaria de trabajo.
Traigo a colación todos estos magníficos caracteres y actitudes, en esta
breve crónica, considerando ese afán suyo, ya como artista plástico,
como poeta y hombre sensible, por unir estos dos mundos, tan concretos
pero tan ambivalentes y hasta de “tierras movedizas”, como lo son el
acto de pintar, o de dibujar, a la vez de escribir.
Todo el dibujo, la imagen, se convierte,
en la obra de Calzadilla, en un mensaje per se, en “algo que dice”, “en
algo que expresa” por su propia forma, por su propio formato, siempre
como una especie de caligrafía, de imagen caligráfica, de icono que
transmite y que se convierte en abecedario de imágenes, de modo que la
imagen es palabra y la letra se transmuta, haciéndose difícil la
separación. El dibujo para Calzadilla es ente orgánico, papel y tinta
con vida propia, líneas que dejan “leer” formas humanas Ad Infinitum.
Los dibujos adquieren valores intrínsecos,
independientes, propios de él (o sea del dibujo), como pocos lo han
encontrado pues, sin proponérselo, el dibujo es la última y única
finalidad que se persigue. Pero también es la forma, la palabra. No es
por cierto la pintura. Es el movimiento, la tensión, los espacios llenos
y vacíos, el entrelazarse, el inmiscuirse como un todo lo que se
persigue, el gesto automático libre que reúne la historia múltiple de
nuestras vidas.
Nos encontramos ante un proceso creativo
sui géneris que aborda estas dos modalidades de hacer arte pero que
también es reflexivo, irónico, hasta devenido del inconsciente, del
automatismo psíquico, lapidario, crítico ante los hechos cotidianos,
nobles o enajenantes del hombre.
La escritura-dibujo, en Calzadilla,
entonces se convierte en elemento significativo, en elemento sígnico,
que no deja de ser sabroso para el disfrute y que tampoco deja de ser
reflexivo, desde el autor y también desde el espectador. Tan es así que
Calzadilla llega a comparársele con los artistas legendarios de las
culturas orientales, como forma o método, sólo que su orientación no
deviene en ejercicio, sino siempre en “pensar” desde los procesos
originados por la mano y por la mente. No en balde Calzadilla fue
seleccionado, en el 2005, como nuestro representante, por Venezuela,
para la Bienal de Sao Paulo, mientras que sus dibujos, al lado de los de
Gego, visitaron museos norteamericanos, en muestra de dibujantes
latinoamericanos. Por toda su obra además se le otorgó, hace algunos
años atrás, el Premio Nacional de las Artes Plásticas.
La primera experiencia es recogida, en
librito, publicado por el CONAC, en el 2005, titulado Juan
Calzadilla. Fragmentos para un Magma, con textos del propio
Calzadilla, Élida Salazar, Marco Rodríguez del Camino y Mari Carmen
Ramírez. Calzadilla entonces es uno de nuestros más prolíferos y nobles
dibujantes que escriben. |