Ximena Subercaseaux Artista y docente chilena, residente en México |
Apuntes. A raíz de una lectura (Cuadrado blanco sobre fondo blanco) julio de 2005 |
Abriendo el libro “Signos” de Luis Cardoza y Aragón, encuentro a Malevich. Cardoza y Aragón se remite a una obra que hizo historia, marcó un hito porque tocó un límite: “Cuadrado blanco sobre fondo blanco”. Moscú, 1918. La república de los Soviets en plena efervescencia. Kasimir Malevich participa –como Maiakovski– de un entusiasmo que se funde con la fe. Un arte nuevo. Una nueva sociedad. “Soy el presidente del espacio”, dice, queriendo establecer con ello la autonomía del arte con respecto a su instrumentalización política. Dos años antes se había fundado el movimiento Dada, en el café Voltaire, en la Spiegelgasse de Zurich, ciudad de paz en medio de la Gran Guerra. En el número 1 quedaba el Café Voltaire, en el 21 solía alojar Lenin. El Arte mira por encima de todo esto, escribe el soldado Paul Klee desde una barraca en Augsburgo a fines de 1917, mientras realiza dibujos sintéticos, líneas que se mueven con la rapidez del pensamiento. Lo abstracto no existe, dice Cardoza y Aragón. Un cuadrado blanco sobre fondo blanco es también naturaleza, otra naturaleza, otra realidad. Un arte nuevo, basado en formas pensadas: en estados de la mente. Lo moderno del arte moderno es antiguo: el libro de la naturaleza está escrito con cuadrados, círculos y triángulos, dijo Galileo, allá por el mil seiscientos. Dos mil años antes Platón ya había señalado como la más pura forma de belleza, aquella que no representa más que a sí misma: “Figuras trabajadas a torno, con regla y escuadra. Bellas no por comparación sino bellas en sí, por su naturaleza. ¿Comprendes?” –le pregunta a Filebo y lo que Filebo no imagina es que dos mil quinientos años después, algunos jóvenes artistas iluminados decididos a encontrar en el arte el sentido de la falta de sentido de la vida, firmarán con pasión modernísima y reciente aquellas ideas bajo el nombre de arte abstracto o para ser más exactos, abstracto geométrico. Belleza de la forma pura. Como la razón pura. Como el cielo vacío, como el silencio. Pintar un cuadrado blanco sobre fondo blanco. Pintar la nada o quizás, la posibilidad de una totalidad nueva, construida sobre un vacío hecho de otras verdades derrumbadas. Einstein había publicado su Teoría de la Relatividad en 1905. Paul Klee, antes que Malevich, anticipando su destino de soldado que regresa, escribía: “Encuentro mi casa: vacía, bebido el vino, desviada la corriente, robada mi desnudez, borrado el epitafio. Blanco sobre blanco.”
¿Conoció Malevich ese poema? ¿Coincidencias?
Le blanc souci de notre toîle, –El blanco afán de nuestra tela- verso final del poema “Salud” de Mallarmé, verso que Luis Cardoza atrapa en el aire y convierte en nota sobre Malevich:
“Navegamos, oh mis diversos Amigos, yo ya voy sobre la popa Vosotros la proa fastuosa que surca La ola de inviernos y rayos;
Una bella embriaguez me invade Y sin temer su balanceo Os ofrezco de pie este saludo:
Soledad, arrecife, estrella A todo lo que valiese El blanco afán de nuestra tela.”
La tela, la vela del velero, el triángulo blanco contra un cielo negro se vuelve –por extensión o asociación- variante del cuadrado blanco de Malevich. Mallarmé se anticipa en la búsqueda: poesía que ya no quiere cantar al paisaje, a los sentimientos o las glorias de los hombres. Poesía que habla de ella misma. Poesía pura. Pintura pura. El ángulo agudo de un triángulo en contacto con un círculo no es menos efectivo que el dedo de Dios en contacto con el dedo de Adán, había dicho Kandinski en 1910, alimentando la hoguera de las vanguardias que cambiarían la historia del arte en el siglo veinte. Y agrega Aragón: “ los problemas de la cultura son perpetuos, porque cultura es, precisamente, plantear nuevos problemas: el hombre adelanta porque nunca triunfa. Sísifo.” –concluye. Y yo me sueño subiendo por un camino en espiral. A medida que asciendo el cielo blanco se va llenando de partículas de azul. A la vuelta de la curva me caigo, volviendo otra vez a empezar. Bajo un cielo blanco. Malevich. Nunca alcancé a ver qué había del otro lado de la montaña. Sísifo. “Lo absurdo me aclara este punto: no hay mañana.”, interviene desde la ciudad-luz ocupada, en 1943, Camus. Y agrega: “Esta es en adelante la razón de mi libertad profunda. El hombre absurdo entrevé así un universo ardiente y helado, transparente y limitado en el que nada es posible pero donde todo está dado, y más allá del cual solo están el hundimiento y la nada.” (*): El cuadrado blanco sobre fondo blanco. La página en blanco. El silencio profundo, la nada de una existencia que a fuerza ha de toparse con la muerte. Malevich pintó la abolición de la pintura. Pintó un imposible. Su victoria es su derrota. La respuesta está en la pregunta. |