Rigoberto Lanz |
Diversidad cultural: preguntas más frecuentes A serppublicado en Question, marzo de 2005 |
¿Dónde estamos, hoy? En el estado en que ha quedado hasta el momento el debate sobre el texto de la Convención sobre protección de la diversidad cultural en la UNESCO (luego de dos reuniones intergubernamentales de expertos) puede afirmarse que las orientaciones teórico-políticas más próximas a los intereses y concepciones de la mayoría de los países de Globo se han mantenido con bastante consistencia. Teniendo en cuenta que la referida Convención es objeto de un intenso debate donde están jugándose intereses muy sensibles de cara a países, regiones y grandes corporaciones económicas, y sabiendo además de a complejidad de un debate en donde concurren 180 países y más de 500 delegados, es comprensible que muchas matizaciones y perfiles particulares cedan el paso a los acuerdos medulares donde se han concentrado los esfuerzos mayores. No obstante la fuerte presión ejercida por los tradicionales bloques hegemónicos –y sus aliados conocidos en la geopolítica del mundo—el texto de esta Convención mantiene un tono y una sustancia acordes con el núcleo básico que la definen: proteger la diversidad cultural. Dado que puntos importantes de la discusión han sido reportados para la tercera reunión intergubernamental a celebrarse en el mes de Mayo, es claro que restan batallas importantes que librar para consolidar el cuadro positivo anteriormente descrito. En la dinámica del debate ha quedado relativamente claro, dado el estado avanzado de muchas discusiones, que no sería viable introducir a estas alturas nuevas materias para la discusión. Consecuentemente, los esfuerzos mayores han de estar concentrados en aquellos asuntos pendientes donde muchas delegaciones han logrado pre-acuerdos importantes. ¿Por qué importa tanto esta Convención?
Hemos insistido en no exagerar la nota con los alcances y efectos esperados de cualquier marco regulatorio internacional. Hay infinidad de asuntos que no tienen solución jurídica porque están colocados estructuralmente en las tramas socio-políticas de países y regiones de enorme complejidad. Pero al mismo tiempo, es necesario insistir en el campo donde sí es de esperar un positivo impacto de un marco jurídico que defina con precisión las obligaciones y responsabilidades exigibles en una materia que involucra el amplio abanico de bienes y servicios culturales en todo el mundo. Como siempre, las leyes se estiran, se “interpretan”, se acomodan al compás de los poderes en juego. Pero de allí no se sigue que sean absolutamente inocuas e indiferentes a la hora la toma de decisiones. En este caso es evidente que los intereses en escena se mueven en direcciones contradictorias. Para muchos países hegemónicos sería mejor que ni siquiera se hablara de este tipo de Convención (que el mercado lo decida todo) Es obvio por ello que la fuerza de los hechos los ha llevado a tener que sentarse a discutir un texto legal que por su mera existencia (casi con cualquier contenido) es ya un estorbo para el funcionamiento típico de los grandes intereses hegemónicos involucrados en las terribles asimetrías de la globalización. ¿Cómo se mira América Latina en esta Convención? A pesar de la poca presencia de este debate en la región latinoamericana (en comparación con los escenarios que se activan para otros asuntos con relativa eficacia y a pesar también de la existencia de agencias regionales que han podido jugar un papel mucho más activo en este debate) ha sido posible que en muchas materias sensibles se produzca una coordinación que permite aproximaciones importantes en esos asuntos cruciales. En esa dirección han sido muy oportunos los enlaces procurados desde instancias como la “Organización de Estados Iberoamericanos”, los diferentes grupos que hacen vida en el seno de la UNESCO y las redes internacionales que han estado promoviendo muy vivamente esta discusión por todos lados (en muchos casos con energía y efectos superiores a los de los propios países miembros). En el mapa cultural del mundo la región latinoamericana aparece como un polo emblemático de lo que busca efectivamente el espíritu de esta Convención: la protección de la diversidad cultural. Justamente porque tal diversidad está objetivamente amenazada. Porque el funcionamiento histórico de relaciones de dependencia, de coloniaje, de subordinaciones diversas han fragilizado de tal manera los tejidos de sustentación de prácticas culturales de todo género que serían condenadas al ostracismo y a su lenta extinción. Así de sencillo. Eso ya ha ocurrido en la experiencia traumática de esta región durante siglos. Así que no hablamos de un fenómeno misterioso que esté saliendo de la manga de algún culturólogo recién llegado. Es claro de toda claridad que en América Latina (la propia denominación es ella misma problemática) los mercados culturales han funcionado desde siempre como maquinaria infernal de la violencia y la exclusión. Sería ingenuo creer que esto ha transcurrido indoloramente en todo este largo trayecto. Las consecuencias son visibles. Las huellas dejadas por esta historia están a la vista. Es un asunto no resuelto en la coyuntura histórica de hoy y por eso mismo se vuelve estratégico todo paso que pueda coadyuvar a la posibilidad de salidas a los bloqueos que nos han marcado durante siglos. ¿Cuál es el margen de maniobra para las grandes potencias? Los países y grupos que dominan desde hace mucho los mercados culturales del mundo juegan con cartas marcadas, apelan a todas las argucias que les permite la diplomacia, se valen de su influencia económica, política y militar para intimidar a sus socios en los momentos decisivos. Ningún recurso se escatima. Se puede jugar con posiciones demagógicas en una discusión puntual y encomendar a algún país servil la triste misión de hacer el trabajo sucio. Como ha ocurrido de hecho con otras Convenciones, si al final la cosa no funciona, tienen el expediente de no adherir a la Convención al momento de su ratificación país por país. Desde luego, nada de esto es caprichoso. Cada camino tiene un costo. Muchos acuerdos son logrados por el cálculo de costo político que tiene una negativa. En el estado en que se encuentra este proceso en la actualidad (faltando una reunión de expertos en el mes de Mayo, hasta la Conferencia General de UNESCO en el mes de Octubre de este año) me parece bastante difícil que los sectores reconocidamente enemigos de esta Convención se salgan con la suya. El balance que han hecho los sectores más recalcitrantes no puede ser otro que prepararse para la etapa post-Convención pues esta primera batalla está perdida. Esta victoria parcial de la inmensa mayoría de los países del mundo puede consolidarse en el texto final de la Convención. Siempre matizada y relativa. Ningún país quedará individualmente plena y totalmente reconocido en cada frase del texto pero en su conjunto es posible arribar a un cuerpo legal que vaya en la dirección antes indicada: proteger la diversidad cultural. ¿Cómo puede impactar esta Convención la vida cultural en Latinoamérica? En un escenario realista podemos esperar que la entrada en vigencia de esta Convención (por allí a mediados del año 2006, luego de que al menos 30 países la hayan ratificado) tenga el efecto de un estímulo directo en la formulación de políticas culturales en cada país. Desde las obligaciones que contraen los Estados, y en el marco de las restricciones de una mercantilización indiscriminada de los bienes culturales (de los patrimonios intangibles, por ejemplo, que ya han sido objeto de protocolos internaciones de este mismo espíritu en el seno de la UNESCO), es posible esperar un progresivo reflotamiento de las industrias culturales en la región. Con ello, es imaginable una expansión significativa de la visibilidad de prácticas culturales que han sido históricamente marginalizadas (desde los dispositivos culturales expresamente articulados a grupos étnicos, hasta los movimientos culturales subterráneos que pertenecen a las nuevas socialidades que se tejen en el tribalismo posmoderno). Como hemos dicho más arriba, no podemos esperar “milagros” del hecho aislado de un texto legal. Es en el momento en que un instrumento como este se articula a políticas públicas cuando podemos dimensionar efectivamente por dónde van los tiros. Allí nada está asegurado de antemano. Un gobierno cualquiera puede no darse por enterado y de ese modo boicotear el sentido de este esfuerzo. Pero otro gobierno puede afincarse con fuerza en esta plataforma e impulsar agresivas políticas que tendrían resultados visibles de inmediato. Pero no sólo los gobiernos. También los movimientos culturales que expresan esa diversidad tienen un papel insustituible. En ese mismo espíritu es posible que en la región se profundice el proceso de cristalización de marcos regulatorios que compatibilicen estos grandes lineamientos con las especificidades de cada ámbito local. Igualmente, el fortalecimiento de los programas de cooperación regional será una realidad en la medida en que la dinámica política permita direccionar los contenidos de esta Convención de acuerdo a las Políticas, Programas y Proyectos que seamos capaces de confeccioar en este trayecto. Hay un camino abierto para que el debate sobre la cultura siga alimentándose. La conclusión de los trabajos sobre esta Convención anuncia el comienzo de nuevos desafíos intelectuales y de gestión política. Insisto en el papel de la discusión teórica de fondo que es la base que permite una aportación sustantiva en este campo. Todos los temas están abiertos. La mayoría de ellos altamente polémicos. Fuera del marco de la discusión legal la reflexión debe encontrar el aliento y la altura de los grandes asuntos. Si como sostiene ahora Alain Touraine, asistimos al nacimiento de un nuevo paradigma[1] que es justamente un “paradigma cultural”, entonces con más razón hay que renovar las energías para reemprender el viaje que nunca termina: el de contribuir a hacer las nuevas preguntas. Notas [1] Alain Touraine: Un nouveau paradigme, Paris, Edit. Fayard, 2005. Del mismo modo, vale la pena la lectura del dossier (“Menaces sur la diversité cultuerelle”) en la revista Mouvements, N.37/Paris, Enero-Febrero, 2005. |