Rigoberto Lanz |
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Complejidades marzo de 2005 |
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Una vez explorado de todas las maneras el núcleo duro de la razón posmoderna es mucho más enriquecedor voltear la mirada hacia los diversos caminos que se abren a la investigación, a las nuevas preguntas que habitan los campos más disímiles del conocimiento. Esos nuevos senderos conducen a territorios desconocidos, representan desafíos personales que sólo pueden asumirse en la intransferible responsabilidad de cada pensador. No quiere ello decir que los problemas centrales han sido resueltos. Mucho menos que un cuerpo de “aplicaciones” puede pretender por cuenta propia convertirse en principio y fin del periplo de las pertinencias, de las grandes justificaciones epistemológicas. El camino que recorre el amigo Abraham Gómez es justamente ese itinerario de un constante peregrinar entre las herencias intelectuales de las que no podemos despojarnos de una sola vez y los encuentros más audaces con agendas y propuestas que vienen de regreso de rupturas y turbulencias teóricas que resuenan todavía con la etiqueta de la “crisis”. No hay un único resultado esperable de este andar por los caminos de la investigación de punta. Sobre todo porque cada entidad subjetiva se coloca en esta experiencia con un tono personalísimo, con claves de lectura que han sido construidas en el trabajo común, pero que de nada servirían si no pasan por la sensibilidad de cada quien, por la mirada individual que se hace suelo común sólo en la dura brega de los diálogos fundadores. La tenacidad y persistencia de este espíritu de búsqueda, la voluntad para hacer de los menesteres académicos algo que vale la pena ser vivido con esa singular intensidad, esta rara capacidad para sobrevivir a los dictámenes del mundo del trabajo y sus alrededores, en fin, el modo como el colega Abraham Gómez ha sorteado su vínculo con el CIPOST en todo este trayecto, hablan de un clima intelectual y de un afán de comunicación y diálogo que están en la base misma de las reflexiones que hoy nos entrega. Del modo como cada pensador macera su propia mezcla, de la manera como la obra trasiega ese campo de la experiencia intelectual que recorre la vida, sólo puede hablarse sutilmente por aproximaciones sucesivas: fluctuantes, intuitivas, a media luz. Las lecturas sigilosas permiten mejores encuentros con las ideas que flotan en cada elaboración. A veces de manera mucho más enriquecedora que los análisis formales que sólo pueden atenerse a la predicación expresa que un autor está proponiendo. En la complicidad de una lectura sintomal es posible descubrir los torrentes culturales que recorren esa reflexividad. Las pulsiones estéticas que vienen al encuentro de lo que está pensándose con tanta pasión. Las tensiones existenciales que hacen del autor un momento singular en este proceso complejísimo que es el pensar. Todo ello sería un laberinto inabordable si no contáramos con esas claves maestras de la inteligibilidad en una trance posmoderno. Es muy probable que el amigo Abraham Gómez esté disfrutando—porque le pertenece—de esa rica metáfora deltana que hace a los entornos ecosistémicos, ecocognitivos, ecoestéticos. Conozco de cerca el trasiego intelectual de esta misteriosa atmósfera en el temperamento intelectual de creadores como José Balza, quien vive de una manera muy especial la maravilla de la tierra próxima suspendida espléndidamente en la palabra literaria. Algo de esta magia está también en el talante teórico de este experimento que nos ofrece el amigo Abraham Gómez. Son muchos y de peso los motivos que invitan a acompañar el regocijo de este alumbramiento intelectual al que me sumo en calidad de huésped: por las reiteradas promesas de compartir allá en Tucupita algo del elixir que inspira tan fecundas preguntas, tan inquietantes interrogaciones. |
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