José Antonio Navarrete
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Mirar en Caracas con Marta Traba Publicado en Papel Literario, suplemento cultural de El Nacional, Caracas, sábado 6 de noviembre de 2004, p. 4 |
El
17 de julio de 1974 terminaba de imprimirse en Editorial Arte un pequeño
libro que, bajo el sello Monte Ávila Editores, reunía la más reciente
producción crítica de Marta Traba (Buenos Aires, 1930-Mejorada del
Campo, España, 1983) sobre las artes visuales venezolanas: Mirar en
Caracas. Integrado predominantemente por artículos publicados en Séptimo
Día y Papel Literario de El Nacional entre octubre de
1972 y septiembre de 1973, dedicados a Jacobo Borges, Carlos Prada, Tecla
Tofano, Gego, Alirio Rodríguez, el diseño en Venezuela, Gerd Leufert,
Nedo y John Lange, el libro también incluyó textos sobre Mario Abreu,
Luisa Palacios, el Instituto de Diseño y la “Confesión de parte” que
provocara en la autora un paseo dominical por espacios artísticos de
Caracas, divulgados con anterioridad en Forum World, un catálogo
del Instituto de Cultura Puertorriqueña, Revista M y Punto en
domingo, respectivamente, entre 1973 y 1974, así como dos ensayos inéditos,
“Mirar en Caracas” y “Cinéticos y experimentadores” con los que,
en talante provocador, abría –el primero– y cerraba –el segundo–
la edición. Mirar
en Caracas, pese a
reunir textos en su mayoría “inconexos” sobre las artes visuales del
momento en el país y el variado –y desigual– repertorio de obras y
artistas en ellos analizados, conserva, todavía hoy, un hilado que desafía
la común labilidad interior que el paso del tiempo contribuye a acentuar
en tales compilaciones. Esto
es resultado, por un lado, del enfoque de los artículos que lo componen,
realizado desde un “sistema de ideas” que Traba movilizó
articuladamente ante cada situación concreta de recepción artística y,
por otro, de la declarada intención de la crítico de desplazarse por
nuestro escenario a distancia de los modelos de oficialización y
academización del cinetismo entonces observables: más aún, enfrentada a
éstos y en busca de artistas que desarrollaban proyectos personales que
ella juzgaba desestimados por el medio local. Hay
varias lecturas retrospectivas posibles de este conjunto de artículos, y
una muy productiva sería aquella que, en lugar de concebirlo como un
muestrario razonado de las simpatías y diferencias que suscitaran en
Traba los acontecimientos artísticos del país en la época, lo ubicase
en sus relaciones con otros escritos de la misma autora que le fueron
temporalmente inmediatos. Pienso, en especial, en Dos décadas
vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas, 1950-1970 (Siglo
XXI Editores S.A., México, 1973) y en las ponencias “La cultura de la
resistencia” –que Traba presentara en mayo de 1973 en el Seminario de
Romanística de la Universidad de Bonn y que fuera incluida en el libro de
autoría colectiva Literatura y praxis en América Latina (Monte Ávila
Editores, Caracas, 1974)– y “Somos latinoamericanos” –su
intervención en el simposio Speak out! Charla! Bate-Papo!:
Contemporary Art and Literature in Latin America, celebrado en la
Universidad de Texas, Austin, en octubre de 1975, que junto a las del
resto de los ponentes allí convocados formó parte de la compilación de
Damián Bayón El artista latinoamericano y su identidad (Monte Ávila
Editores, Caracas, 1977.) Digamos
que, en Mirar en Caracas, podemos localizar al menos la interacción
de cuatro contextos: uno, el de la escena artística caraqueña, motivo
directo de la operatoria crítica de Traba; otro, el del arte
latinoamericano coetáneo, que de diversas maneras nutre el análisis de
la ensayista y se hace a veces evidente en observaciones específicas; un
tercero, el del arte internacional, entendido como tal el europeo y el
norteamericano, que sirve como suerte de contrapunto de sus tesis
latinoamericanistas y, como cuarto y último, el correspondiente al estado
del pensamiento de Traba en las circunstancias en que estos textos fueron
producidos. Marta
Traba sostuvo su prolongado ejercicio crítico de más de treinta años
anclado en una concepción moderna del arte, de filiación sociológica, y
comprometido con las nociones principales de ésta; pero no es menos
cierto que enriquecía permanentemente su instrumental teórico y metodológico
con nuevos aportes y, en su quehacer, a la par que se opuso a muchos de
los cambios del escenario artístico de los años 60-70, en ocasiones
rebasó los linderos de las teorizaciones eurocéntricas de la modernidad
estética que definieron las bases generales de su praxis. No deja
de ser cierto, también, que en su aproximación específica al arte
latinoamericano –núcleo de su reflexión– mantuvo algunas ideas
fundamentales a lo largo del tiempo; pero tampoco lo es menos que desechó
otras y sometió a una constante revisión de enfoques y razonamientos las
que pervivieron en su arsenal, en un penoso trato
con el componente dogmático que éstas acarreaban. Su pensamiento
se desenvolvió así en las tensiones localizables entre el andamiaje de
la teoría especulativa del arte que adscribiera –la dominante en el período
de su formación y buena parte de su vida intelectual–, la teoría de la
dependencia cultural latinoamericana y las necesidades de comprensión de
las modalidades propias del arte latinoamericano, en su despliegue
espacial y temporal. Cuando,
por añadidura, tomamos en consideración que todo trabajo de crítica artística
sistemática se hace sobre la marcha del escenario elegido y,
frecuentemente, relacionado con eventos puntuales, siéndole entonces
consustancial una agitación mayor de las opiniones que la tocante a otras
prácticas intelectuales del mismo campo del arte, podemos entender todavía
mejor el hecho de que Traba, en el periplo de su actividad, respaldara
obras y artistas que luego desestimara, y viceversa. O que sus argumentos
al servicio de los mismos propósitos se deslicen a veces, en su tropismo,
arrastrando incompatibilidades entre sí. Por
todo lo anterior, no podemos abordar hoy el voluminoso legado de Traba
–que según datos aportados por su biógrafa, Victoria Verlichak (Marta
Traba: una terquedad furibunda, Universidad Nacional de Tres de
Febrero, Buenos Aires, 2001), alcanza la cifra de 22 libros de crítica e
historia del arte y más de 1200 ensayos y artículos de prensa de
materias similares– como si fuese un corpus ajeno a cambios o
sucumbiente a vaivenes; varado en sus hallazgos o distraído de sus
episodios alumbrantes: en suma, ni abotonado ni, tampoco, descosido.
Bastaría, para comprobarlo, recorrer las páginas de La pintura nueva
en Latinoamérica (Ediciones Librería Central, Bogotá, 1961), el
primero de sus libros dedicados al arte de la región y un intento por
rellenar de contenido la noción –ya circulante desde décadas antes–
de arte latinoamericano; a seguidas, las del ya mencionado Dos décadas
vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas,1950-1970, donde
quizás brilló más su talento de polémica ensayista y se patentizaron,
con total nitidez, las limitaciones y alcances de su concepción
latinoamericanista; y, por último, las de Arte de América Latina,
1900-1980, (Banco Interamericano de Desarrollo, Washington D.C.,
1995), que escribiera al final de su vida y fuera publicado póstumamente,
a partir de un primer borrador suyo, y cuyas extenuantes nóminas de
artistas y breves caracterizaciones descriptivas de sus correspondientes
trabajos lo hacen inexplicable en el itinerario siempre riguroso,
discriminatorio y explicativo de la autora. Si
las nociones de dependencia e identidad fueron centrales para Traba en
todo su devenir crítico del arte latinoamericano, a comienzos de los años
setenta ella llega a una elaboración cumplida de la noción de
resistencia que, en compañía de las precedentes, completaría su armazón
conceptual latinoamericanista. Sin lugar a dudas, esta imbricación se hacía
aún más reacia a un enfoque suficientemente fecundo de los complejos
procesos de interacción cultural y de cómo estos se manifiestan en la
propia práctica artística; pero, a la vez, abonaba la discusión sobre
el aplanamiento de las diferencias en el espacio de la producción
internacional del arte. Obstaculizada de ventilar lo primero, así como
propulsora por siempre de lo segundo, Traba desplegó su ejecutoria. Aunque no puede soslayarse que en Mirar en Caracas Traba no abordó sino propuestas que se relacionaban con las corrientes del abstraccionismo y la nueva figuración que formaron parte desde temprano del acervo de su cultura artística, obviando los actos locales de ruptura del conceptualismo y las artes de acción, de todos modos hay en este libro certezas indiscutibles de cuánto acompañaba su fina sensibilidad al rico capital cultural de las artes visuales que poseía. Quizás, gracias a esta feliz combinatoria, en Mirar en Caracas Traba pudo aprovechar al máximo las posibilidades implícitas en su instrumental crítico y, más a menudo de lo presumible, sofocar con éxito los excesos doctrinarios a que éste la empujaba. |