Joaquín López Mujica Filósofo y músico j.lopezmujica@laposte.net |
Fragmentos musicales y banalización (sobre el oficio del crítico o cómo recuperar el gesto de la música) |
"Serás prisionero de los límites de tu propio lenguaje", fue una sentencia del filósofo Wittgenstein al referirse a la amplitud del juicio, a las posibilidades del razonamiento lógico y ejercicio de las debidas facultades. Ciertamente, este enunciado ubicado en el terreno de la filosofía y el pensamiento, bien podría ser pertinente su aplicación en el campo de la teoría estética y la crítica musical, pues resulta ser más que tajante, hasta lapidario, para describir la creciente desnaturalización que se le impone al oficio solitario del crítico musical, en el contexto cultural de nuestro país. En Caracas, esa ciudad que " nunca duerme" como reza el dicho de la crónica maloliente, de sudor a channel de la strip-social, ocurre que en el contexto comunicacional, se permea y posesiona, un fenómeno de estandarización que logra congelar el juicio estético musical. Lo que en otro tiempo fue cobertura al diálogo, extensión de vasos comunicantes entre colectivos y experiencias artísticas, promoción de nuevos talentos, estimulo de organizaciones sociomusicales, hoy es la reseña del elogio desmedido, direccionado por intereses hegemónicos, grupales o corporativos. En el rincón de una página de los periódicos venezolanos, se cristaliza como artículo de prensa, o si de análisis crítico se trata, devienen cual espectro fantasmagórico efectista que no llega a pensamiento menor, ni siquiera a crónica, menos aún ejercicio de historia inmediata. En los trabajos recientes de algunos locutores, periodistas culturales o críticos musicales, se sufre la enfermedad del reduccionismo, como por ejemplo de Jacques Braunstein, quien niega el carácter de universal (es decir standard de acuerdo a la jerga jazzística) a una pieza de Chucho Valdés, por simplemente tratarse de ser un artista cubano, pero como consuetudinaria estampa, anti-valor o el estereotipo enfocamos lo representado por Javier Sansón (1) , éste último, un sobreviviente que acompaña el “otoño” y declive mediático de las páginas culturales (ahora llamadas paginas de “entretenimiento” y “tiempo libre”) J. Sansón, ha desaprovechado un espacio y ha postergado, el ejercicio crítico sobre la apariencia de una obra musical lograda o no. Es más, prevalece la mirada clásica que ha construido un canon sobre valores etnocéntricos como: “originalidad”, “trascendencia”, “trayectoria”, todas ellas totalmente puntos singulares pero, tomados sin embargo como “universales” de vista. El oficio del crítico por el contrario es ajeno al estilo débil, a la primera plana superficial, esa sinuosidad del escrito trágicamente irresoluto. Patético y banal, resulta cuando la praxis de una teoría crítica de la música, que bien podría ser de la desconstrucción de lo artístico, la aventura fenomenológica para recuperar la riqueza del contenido en el sentido de Jacques Derrida, se esfuma y oblicuamente, se configura en su contrario. Ello sucede con J. Sansón, donde se disuelve la reflexión para dar paso a un tour de force, que siendo respetuosos le daríamos el nombre de aquello que Hegel llama una “conciencia desventurada”, pero que en términos citadinos se trata de un deambular de concierto en concierto, de artículo en artículo (2) . Paseos sabatinos y rondas dominicales, que por la poca generación de contenidos cognoscitivos, terminan en el abandono obstinado de la creación de sentidos y significados, la declinación del análisis, la desaparición del sentido ético de las posturas de una función pública, el ocaso de lo que un día fue la utopía de comunicar la verdad artística. Recordemos aquel periodismo o crítica cultural, que una vez se publicó, y que a pesar de los riesgos que impuso la premura del poco espacio o del diarismo, aún así, logró erigirse como un puente modulante en el hurgar, un espíritu animoso, un oficio por retener discursivamente, la comprensión de la expresión artística, queda hoy poco: casi nada. Eran otros tiempos, lejos del poder del mundo mediático. Había la urgencia de rendir cuentas sobre todo aquello que permanece casi inefable y nada evidente en el arte y la cultura: la dimensión estética. Sólo un atisbo nos queda hoy de todo ese esfuerzo de lucha por sobrevivir, que hoy inspira a casi todos los grupos socioculturales y los medios comunitarios que han asumido el compromiso con la verdad algunos trazos fuertes tiene el paisaje nacional en contraste con el espectáculo deplorable de los reconocidos intelectuales del ayer, que hoy deambulan como paladines del neofascismo mediático, promulgando la eliminación de las fronteras ideológicas, descalificando las doctrinas anti-imperialistas, afanosamente promocionando lo antipolítico en las instituciones culturales. Por suerte, ha emergido un nuevo actor social que se presenta hoy bajo el formato de la naciente comunicación comunitaria y alternativa. La oligarquía cultural, ha estructurado una suerte de solipsismo, por no decir una imposición dictada por la banalidad y sus conjuntos. En los periódicos abundan procedimientos y pautas redaccionales que ocultan el fondo con el uso excesivo de las formas: "mantienen la paz con la continua amenaza de guerra". En días pasado (noviembre 2003), leí un titular de un periódico: "Convocatorias de salones en la mira". Palabras cuya tensión nominal incitan a la confrontación, bien alejadas de lo irreverente, que alguna vez tuvo el ejercicio sano del periodismo cultural. En el contexto contemporáneo, un crítico musical es sobre todo un ser peculiar, condenado una exploración momentánea de la forma estética, la cual ha de percibir no encerrada en la fórmula reduccionista occidental del análisis temático, histórico, psicoanalítico y hasta programático. Un crítico musical permanece centrado, habita alejado de la superficialidad, rechaza las descripciones fragmentarias y arroceras, cuida su inteligencia, evita el naufragio, para no caer en la tragedia de “construir” un "análisis" como sumatoria de fragmentos inconexos (3) al contrario esa indagación tendría que hurgar en el fenómeno musical vivo, las raíces antropológicas del arte musical como ritual, los códigos expresados en metalenguajes, formas primordiales de pensamiento e ideas hecha sonidos, el legado cultural-musical de civilizaciones enteras, no puede recibir una omisión, excluyente. El silencio cómplice la perjudica (4) . A ese análisis musical, se le impone por norma, dar cuenta del contexto, consideraciones, e imbricaciones aparentemente extramusicales. Se trata de una re-lectura del fenómeno musical que incorpora el estudio de funciones sensoriales, perceptivas, instintivas, creativas, animistas, en fin, la esfera de lo bio-psico-social, un espacio holístico, incorporado a la música considerada como fenómeno audio perceptivo. Al reconocer sus fuentes en un largo proceso civilizatorio, encontramos la justificación de la diversidad musical, la explicación de su orden constitutivo, no sólo discursivo, captamos el sustrato de su desarrollo, su derivado filogenético, ontogenético y otras cimientes culturales originarias, aceleradas por siglos de mundialización, que permanentemente reactualiza la llamada industria cultural. El presente impone nuevos retos a la musicología comparada y por ende al ejercicio de la crítica musical. Por eso, no se trata de un ejercicio de demagogia o falso pluralismo, valorar la música popular de la modernidad y la contemporaneidad, al enaltecer por ejemplo al jazz o la vanguardia de la música académica contemporánea. Lo que precisamos es una clarificación histórica en torno a lo que “legitimó” Platón, que no solo expulsó a los poetas de la República, sino que condenó - al edificar el corpus musical occidental- el microtonalismo oriental, ocasionando más de cinco siglos de atraso, para el advenimiento de la improvisación, la invención, facetas de lo lúdico, la expresión corporal y demás componentes somáticos de la creación sonora y danzística. Las formas recientes de la contemporaneidad, caso de Björk y su configuración absolutamente atemporal y post-tecno, el rock con su poder de resolución o ethos musical, el hip-hop con la reactualización del performance, la carga lúdica, creación libertaria y explosión poética dadaistas, y en las creaciones de la vanguardia de la música contemporánea ligadas a las nuevas tecnologías. Son expresiones que no pueden ser subvaloradas por la crítica apócrifa confinada a la nostalgia del sonido y las grandes formas como el sinfonismo, la opera o los oratorios. La carga de humanidad de las nuevas tendencias musicales, sin distinción ni exclusión, constituyen la muestra fehaciente de la vida misma, por ello es triste leer, confesiones públicas de incapacidad: "Cuando presencio estas manifestaciones de música inmediata, a pesar de mi interés, de mi experiencia profesional y, en general, de mi amor por la música, me siento muy poco competente para expresar un juicio puramente musical. Entonces sí, mi análisis se vuelve puramente subjetivo y me siento un organismo puramente físico, que está agredido por estímulos sensorial-auditivos muy por encima de mi umbral de percepción" (5). Un crítico no puede bloquear sus propias facultades, las posibilidades de un pensamiento vivo como una vez enarbolaron, algunos filósofos, intelectuales y críticos venezolanos y latinoamericanos basta recordar a Juan Nuño, Ludovico Silva, Juan Liscano, Angel Rama, Marta Traba, Arturo Uslar Pietri, José Antonio Calcaño y Angel Capelletti, quienes abordaron especulaciones de amplio alcance y temas teóricos que hoy son verdaderas referencias para una investigación biblio-hemerográfica que quiera constatar que si se puede respetar a los lectores, al soberano, al escribir cosas serias en los periódicos. Un intelectual o crítico que se respete, no debe tomar como destino la superficialidad y lo baldío al referirse nada menos que al maestro de la batería Andrés Briceño y llegar a la "brillante" conclusión: "Otro aspecto que me llama la atención es el vestuario de los músicos. Tan informal, que lo considero irrespetuoso" (6). Así el crítico se desvía, desde el punto de vista del juicio estético, el solitario oficio de un critico musical, cuando hace descripciones, que ilusamente, trata de imitar a M. Proust, Severo Sarduy o Manuel Puig al escribir: "La señorita Timoneen, una atractiva y simpática chica, por edad y estatura, ofreció una muestra de su destreza y prominente técnica instrumental" (7) . Percibimos una crítica musical, poblada de anomalías, descripciones de una crónica vacía, melosa y adulante, propia de una enorme deformación y del discreto encanto de la oligarquía cultural, fisonomía producto de la concepción elitesca de la cultura. En una oportunidad Theodor Adorno hizo un noble esfuerzo por producir una lectura crítica de Occidente, triunfó en el terreno de las ideas al encarar con valentía en sus juicios, el pathos expresivo que supo anunciar como signo de los tiempos, desde la Sonata Opus 111 de Beethoven, o las interpretaciones inexactas de las sinfonías de Mozart, en la Europa de su tiempo, o los ensayos demoledores sobre tema como el jazz o la difusión e incomprensión de las obras de Bach en los Estados Unidos. En Latinoamérica, la musicología y la teoría crítica de la música deben abordar los espacios de las prácticas culturales que abren la música popular moderna y contemporánea, consideradas como parte de la diversidad cultural del planeta. No se le puede dejar a la crónica periodística y el espectáculo, las valoraciones, la cobertura del fenómeno de la música viva, desde la tradición hasta la innovación. Darle cobertura y abordaje a sus desvaríos o auges, la gestación o el declive encarnado, en hechos históricos como cuando en la década de los ochenta Willie Colón con la salsa de salón, abrió las puertas al exceso de estructuralismo rítmico, protagonizado por del merengue desde Wilfrido Vargas, y con ello a la debacle, y el ocaso, de uno de los momentos históricos, particularmente significativos de la música popular del caribe hispano. En fin, la percepción y tematización de toda esa constelación de nuestros rasgos interculturales y politétnicos son materia y materiales musicales, un aporte al estudio de nuestra singularidad, los rasgos inéditos de nuestra particularidad, la comprensión de expresiones animistas de la música, para el mundo, desde las expresiones autóctonas trasladadas al contexto urbano, la salsa o los intersticios de la fascinante saudade brasileña. El análisis crítico siempre nos llevará a la escena musical cotidiana, no podemos renunciar a la vida, al verla por la ventana o de espaldas como los cuadros de Gaspar David Frederich. Una vez se postuló, en la época de E.T.A. Hoffmann, cuando al no existir las posibilidades de reproducción mecánica, se solía, como me acotó una vez Curt Lange, hacer del oficio serio del crítico al proporcionarle al lector de periódicos una "reproducción casi sensorial". Concebimos al crítico musical o de arte, como alguien que asume el reto a la recreación, el pensar profundo, y se consagra al presente proclamando su punto de vista. Es un acto construcción de la poética en el sentido de Aristóteles que re-escubre los rasgos de la inmediatez, pero se capta la inmediatez como expresión de la forma-formante, como acota Umberto Eco.
A pesar del poderío de intereses corporativos, grupales, sociales, o la fuerza incontrolable de la
hipercrítica, sigue el verdadero crítico musical dando preeminencia a una aventura creativa, arrojando a la luz lo estrictamente
cualitativo y en lo puramente espiritual, para desplegar en función comunicativa, la capacidad de recuperar el gesto de la música. |
Notas:
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