Iris Peruga Curadora y asesora del Museo de Bellas Artes de Caracas |
Federica Palomero. Lamento sobre los platos rotos 14 de enero de 2004 |
Es asombroso cómo, en este país, se pretende siempre diluir la culpa mediante la artimaña de que caiga sobre todos, de que todos la aceptemos, como si en realidad fuéramos una sociedad homogénea y plenamente consciente. Es lo que hace Federica Palomero cuando, en una entrevista que le hicieran en el mes de diciembre en un periódico de circulación nacional, se lamenta de que los museos (en especial el de Bellas Artes) no tengan público, sin avisar, ni advertir, ni dejar constancia de que ella misma dirigió el área de investigación y curadurías de ese museo en los últimos tiempos, por lo cual no puede ser ajena a sus problemas actuales: entre ellos, la disminución del público, tal como ella dice, su “marchitamiento”. El público no desaparece de los museos de un día para otro; su disminución es paulatina y tiene que ver en gran medida con la oferta que recibe, con la calidad, la novedad y el interés de lo que le ofrecen. El personal que forma parte de las curadurías (o de los departamentos de investigación), junto con sus jefes, debe poner todo su conocimiento y sus mejores esfuerzos en hacer comprensible y atractivo el material que decide exponer, bien sea de las colecciones que están bajo su custodia, bien de otras colecciones o de los artistas mismos, tratando siempre de sacarle el mejor partido. Sacar el mejor partido quiere decir estar en capacidad de proponer visiones interesantes o novedosas del material expuesto, así haya sido mostrado cientos de veces, o bien hallar objetos nuevos que mostrar, ganando para el campo del arte material que pueda representar una aproximación inédita a ciertos aspectos del mundo o, mejor, encontrar al material viejo significados nuevos. Eso se logra con un buen conocimiento del tema, con generosidad, con ganas de trabajar y aprender, con pasión y con talento, con no poco talento. No es el caso de las exposiciones que propuso quien da esas declaraciones a la prensa, porque mientras fue gerente de investigación en el Museo, la mayor parte de las ideas que manejó eran tan comunes y trilladas y sus proyectos expositivos (cuando no trabajaba con obras del patrimonio) tan conservadores que dificilmente el Museo podía competir con otros fenómenos y productos promovidos por la industria cultural contemporánea –tan atractiva para los jóvenes. No podemos conformarnos con organizar exposiciones que pueden encontrarse fácilmente en las galerías comerciales, sin arriesgarnos a que el público se aburra en los museos y decida no volver. No se sabe por qué de esa insistencia en el arte más comercial y conservador. Por otra parte, algunos incautos todavía pensamos que los responsables de los departamentos de investigación no deben evitar que los investigadores investigen (quiere decir que lean, estudien, se informen y aprendan sobre el tema en el que tienen que trabajar); para optar a un cargo en el Museo no basta con conocer la historia del arte, (tal como ha sido escrita, tal como se la conocía en el siglo pasado): el arte cambia constantemente, así como cambian constantemente los modos de juzgarlo. Es posible que la intolerancia y ostensible falta de generosidad (es decir, incapacidad de comprender, ayudar e impulsar a los otros, como correspondería a un jefe) hayan sido la causa de que varios de los curadores e investigadores del Museo de Bellas Artes tuvieran que retirarse, privando al Museo de profesionales capaces, inteligentes y apasionados por su trabajo. Por ello, Federica Palomero no es inocente, como quiere hacer creer. Suyos son buena parte de los platos rotos. Sin embargo, es fácil advertir que en la actualidad la mayor parte del público venezolano carece de una formación cultural medianamente adecuada para comprender mucho de lo que los museos proponen, lo cual comenzó a manifestarse hacia 1976-78, desde el momento en que irrespetando de frente y sin ambages la labor que venía realizando el Museo de Bellas Artes (entonces casi el único museo del país) fue forzado a retirarse un gran profesional de la museología venezolana: Miguel Arroyo. En especial el arte contemporáneo, con sus nuevos lenguajes, no limitados a la expresión formal, sino abiertos a referencias múltiples (desde lo ecológico, lo geopolítico, lo urbanístico, lo cultural, lo social, hasta lo biográfico más íntimo), es difícil de comprender, lo cual debe obligar a los museos a renovarse en sus estudios y montajes, así como en su labor didáctica y crítica para poder competir efectivamente con otros fenómenos culturales, concretamente con el monstruo de la cultura de masas que, previamente digerida, facilita la comprensión sin mucho esfuerzo. Pero, hoy no puede descartarse el arte contemporáneo, por difícil que pueda parecer, porque a diferencia del arte histórico (hermoso, pero siempre más allá de nuestra realidad inmediata), se refiere a los problemas que vivimos, que nos afectan directamente. Aparte de la tremenda convulsión que están causando en el mundo de la cultura los cambios recientes, en especial la globalización y la invasión sin piedad de la industria cultural con sus inagotables recursos económicos y publicitarios, desde los tiempos ya lejanos de Miguel Arroyo, los museos (ahora muchos, pero, tal vez precisamente por ello, mal atendidos presupuestariamente) vienen cojeando, y aunque ahora tenemos una posibilidad de formación universitaria para esta profesión son escasas las personas que realmente llenan los requisitos para ejercerla. Parece que lo ideal sería que la formación universitaria fuera complementada con trabajo práctico en los propios museos. Pero, esto sucede raramente. A menos que en el futuro haya una mayor exigencia para el personal de los museos y, sobre todo, que éste tenga el conocimiento, la pasión y el estímulo necesarios para realizar con total entrega un trabajo que tanto estudio y esfuerzo exige a pesar de estar tan mal remunerado, resultará difícil que atraigan masivamente al público en Venezuela. Pero, no podemos perder la esperanza. |