Esteban Emilio Monsonyi Universidad Central de Venezuela |
La universidad sí produce realidad mayo de 2011 |
Ya parece una hazaña agregar algo al nutrido e imprescindible debate sobre nuestra Educación Universitaria. No obstante, una contribución del estimado colega Orlando Albornoz me hizo repensar una realidad hasta ahora poco menos que obviada de las cadenas de argumentos con que cada cual apuntala sus ideas. De todas maneras, en términos generales me sitúo del lado de quienes –como Rigoberto Lanz o Abraham Gómez– insisten sin desfallecer en aupar frente a todo obstáculo la excelencia académica, la superación cualitativa como desideratum irrenunciable. Albornoz habla mucho de técnica, se erige casi en tecnócrata de la educación y hasta utiliza el término de masificación, propio del recurso-humanismo sin mayores ambiciones creativas; en lugar de una más progresista universalización, que al menos abre las puertas a cierta perfectibilidad. El punto culminante de su exposición es la renuncia, tal vez para siempre, a la gestación y consolidación de una Universidad no digamos competitiva, pero sí capaz de estar a la altura de cualquier establecimiento mundialmente reconocido que irradia conocimiento. Lejos de mí toda pretensión de ignorar o minimizar las insuficiencias tan evidentes de nuestro actual sistema universitario o la imperiosa necesidad de buscar y aplicar correctivos en todos los ámbitos posibles. Inclusive el caso que voy a relatar brevemente fue producto de una serie de circunstancias poco relacionadas con la conducción académica o administrativa de nuestra máxima casa de estudios, la Universidad Central de Venezuela. Tampoco ha logrado captar más que parcialmente el real aprecio de sus autoridades de entonces y las subsiguientes. Desprendiéndome de cierta falsa modestia, quiero referirme a una cohorte de científicos y analistas sociales –antropólogos, sociólogos, humanistas en su mayoría– quienes desarrollamos en los años 60 y 70, y lo profundizamos más adelante, un conjunto de esfuerzos y trabajos de investigación comprometida con nuestra realidad y la de Latinoamérica. Estos le dieron un vuelco –bien anticipado respecto de los centros de excelencia de otras latitudes más prestigiosas– a todas nuestras concepciones sobre culturas populares, identidades nacionales y regionales, pluriculturalidad e interculturalidad, pueblos minoritarios y minorizados, indígenas y afrodescendientes, pérdida y recuperación del patrimonio lingüístico y cultural; amén de tantos otros temas conexos que no sólo dieron vuelta al mundo sino que han dejado su marca muy profunda en las legislaciones a nivel nacional e internacional. Baste con citar la revista Economía y Ciencias Sociales (Nº 3, XII) del año 1970, en cuyas páginas escriben colegas como Omar González, Rafael López, Adolfo Salazar, Mario Sanoja, Iraida Vargas, nuestro amigo francés Michel Perrin y mi persona. Sin dar detalles, la lectura somera de este número será suficiente para comprobar los asertos aquí esgrimidos. No digo que en otros países se hayan ignorado tales tópicos hoy fundamentales o que dejaran de desarrollar una frondosa literatura sobre los mismos. Lo que me interesa destacar es la existencia de pruebas objetivas, ya reconocidas en el exterior, de que nosotros precedimos en varias décadas a esas otras experiencias, además de lo contundente y combativo que fue nuestro ideario desde un principio: nada de ambigüedades ni medias tintas, tratábamos de ir siempre al grano. También los resultados prácticos fueron importantísimos. Podemos afirmar que ya no queda en el mundo país alguno –salvo quizás excepciones– que no haya cambiando radicalmente sus políticas frente a los parámetros mencionados. Nuestra Constitución del 99 representa una prueba manifiesta. No reconocer todo esto es signo de una gran ignorancia y mezquindad. Es tiempo de aprender a valorarnos a nosotros mismos, sin chauvinismo ni otros improperios. Y comprender de una vez por todas que el talento humano suele terminar rompiendo las limitaciones políticas e institucionales, como tantas veces ha ocurrido en la historia. Aun los peripatéticos de Atenas antecedieron a la llamada institución universitaria.
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