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Con el paso del tiempo, parte de la nueva gerencia y el personal de muchas instituciones gubernamentales han comenzado a perder de vista que su trabajo está íntimamente imbricado con un proyecto revolucionario de cambio propuesto por el presidente Chávez y, por tanto, que personal, objetivos, estructura organizacional y metodología institucionales tienen como finalidad la mejoría de la calidad de vida de los usuarios, beneficiarios o clientes de los productos o servicios institucionales. Evidentemente las instituciones no son un fin en sí mismas, pero poco a poco gerencia y funcionarios van situando en el primer lugar de su pensamiento y acción la vida cotidiana interna, consumiendo demasiado tiempo en maniobras urgentes para apagar fuegos internos. Probablemente las medidas tomadas apaguen algún incendio local ahora, pero casi con seguridad habrá efectos colaterales que serán insumos para iniciar —sin saberlo— nuevos incendios localizados en otros puntos de la organización, instituyendo un círculo vicioso en el que los incendios resultan ser una y otra vez los mismos, ya que se está intentando resolver conflictos internos inevitablemente recurrentes y no articular una relación dinámica con el entorno social, de hecho la única justificación de la existencia institucional. En consecuencia, en lugar de mejorar su relación con los beneficiarios, clientes o usuarios, la institución invierte cada vez más tiempo y recursos en intentar resolver sus propios problemas: |
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El juego de la supervivencia entre cuatro paredes es caldo de cultivo propicio para que en las relaciones institucionales internas prevalezca cada vez más la desconfianza mutua; el temor; el señalamiento de culpables; la frustración y el cinismo. En las relaciones institucionales con su ámbito social sucede lo mismo, ya que pronto se instala el rumor como canal privilegiado, válido y casi único para intercambiar información institucional, y reaparecen, tal vez con más fuerza que antes, los fantasmas cuartorrepublicanos del paternalismo, la negligencia, la lenidad y la corrupción. Cuando objetivos políticos estratégicos —como el gran salto adelante propuesto por el Presidente Chávez para este año 2005— o cambios objetivos en el entorno social nacional presionan por un cambio en el modus operandi institucional, por lo general los directivos afrontan la necesidad de cambio:
que no afectarán para nada la esencia del ritual institucional cerrado sobre sí mismo, estructurado y reproducido por una burocracia consolidada que:
En consecuencia, las instituciones se sumergen cada vez más en la aplicación de recetas organizacionales autoprotectoras y conservadoras, reafirmando a corto, mediano y largo plazo el status quo institucional, consolidando un paradigma neo burocratizante revolucionario, cada vez más impermeable al cambio y cada vez más distante de las necesidades reales de sus usuarios, clientes o beneficiarios. |
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El preocupante síndrome burocrático ha generado muchas declaraciones de principios, conminaciones moralistas y toda clase de admoniciones pro democracia participativa, que es la contrapartida del burocratismo paternalista. De hecho mucha retórica y muy pocos instrumentos teóricos, metodología y herramientas prácticas para conseguir superar el burocratismo paternalista. No aparecen instrumentos sociales viables y verdaderamente alternativos a las mil y una insidiosas formas adoptadas por el capitalismo neoliberal para salirse con la suya. En realidad sólo contamos con
La solución debe comenzar por formularnos preguntas descarnadas con respecto a qué tiene que ver la realidad institucional actual con síndrome burocratizante y democracia participativa:
De hecho hay experiencia social, dentro y fuera de Venezuela, que permite afirmar que es posible introducir teoría, metodología e instrumental a la gestión institucional gubernamental que facilite:
El personal institucional puede llegar a relacionarse dinámica y positivamente, entre ellos mismos y con sus usuarios, beneficiarios o clientes, readecuando la actividad institucional al proceso de cambio social permanente, entendido tanto como proyecto revolucionario inmediato cuanto como propiedad histórica intrínseca de las sociedades humanas. Nuestras organizaciones políticas y la nueva gerencia casi no disponen de herramientas apropiadas para resolver problemas inherentes a la práctica real de la democracia participativa, salvo la retórica cooperativista; el franelismo-leninismo asambleísta y el “centralismo democrático” heredado del socialismo del siglo XX. Ahora bien, la retórica democrático participativa no ha conducido necesariamente a la nueva gerencia a un compromiso real con el cambio revolucionario estructural de la institucionalidad gubernamental que —en crisis o no— responde todavía casi por completo a la forma y el fondo del antiguo aparato estatal al servicio incondicional de los intereses del modo capitalista neoliberal de producción de bienes y servicios. No obstante, hay algunos esfuerzos, que por lo general
Recetas coherentes y seductoras en primera instancia no rinden resultados a la altura de la expectativa creada, por lo que mueren de muerte natural o son absorbidos por el status quo revolucionario como nuevos rituales, con lo que todo el mecanismo de cambio institucional vuelve al principio, produciendo y reproduciendo los mismos efectos nocivos en desmedro del propio personal, los usuarios, los beneficiarios o los clientes. Las instituciones burocratizadas se centran en reproducirse a sí mismas y la democracia participativa sobrevive sólo aferrada a la retórica encendida. Afortunadamente hay propuestas alternativas.
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