Ángel Américo Fernández

Profesor-investigador en Epistemología y Filosofía

angelferepist@cantv.net

Lo imperativo del debate: el nudo electoral      

27 de octubre de 2006

El candidato de la unidad opositora Manuel Rosales apelando a una costumbre propia de los países democráticos y civilizados, ha invitado o desafiado al candidato oficialista a un debate televisado para discutir temas fundamentales de la realidad nacional. Extrañamente, el candidato oficialista teniente coronel Hugo Chávez, quien ha mostrado un excesivo gusto por los micrófonos y por las largas apariciones mediáticas, se ha negado echando mano de un enjambre de descalificaciones sobre su contendor electoral, apuntando que no tiene la estatura política e intelectual para medirse a él en escenario público. Otra vez la prepotencia y la soberbia se ponen de bulto en boca del depositario del poder, pero su actitud es además mezquina, pues niega de plano a los ciudadanos la posibilidad de cotejar en limpio la capacidad propositiva de ambos aspirantes, sus ideas sobre la Sociedad y el Estado ya alejadas del monólogo y  contrastadas en un intercambio de argumentos sometido a la necesaria lógica de réplicas y contrarréplicas, sus visiones del mundo, sus proyectos de país y las líneas de abordaje sobre temas capilares como Seguridad, Salud, Educación y Política Exterior.

El debate es un mecanismo democrático legitimado por las sociedades modernas que permite la ilustración de los electores, que hace suyo el horizonte del intercambio de ideas y argumentos como ideal de racionalidad y civilidad y que, al propio tiempo se constituye en un proceso facilitador de la decisión   de los ciudadanos de cara a unas elecciones presidenciales. Naturalmente, el debate tiene de suyo un conjunto de precondiciones, la primera de ellas es que el posible interlocutor tiene que tener prestancia, talante y desempeño democrático; la segunda es que se encuentre dispuesto a reaccionar racionalmente ante puntos de vistas, ideas u opiniones que interpelen o contrasten su visión de las cosas o de la política; la tercera es que mantenga la serenidad y la reserva discursiva si es su gestión pública lo que está en juego y es el objeto central de la discusión. Es obvio que tiene que estar dispuesto a discutirla para poder defenderla, en esta ocasión es obligado  usar argumentos, más allá de la propaganda habitual o de la retórica; la cuarta es que debe prepararse para hacer desconexión del monólogo si éste ha sido su costumbre en sus apariciones públicas; luego abrirse al diálogo, a la discusión y a la réplica o contrarréplica.  En cuarto lugar habría que indicar que los posibles actores del debate deben asumir modestamente que una vez iniciado el mismo, se encuentran en condiciones de horizontalidad, son rivales discursivos dispuestos como iguales y sometidos a las mismas reglas de juego, entonces aquí no valen los privilegios, los rangos ni las amenazas. Finalmente, no podía faltar como quinta (no hay quinto malo) una condición netamente venezolana: para ir a un debate hay que tener coraje, hay pues, que tener los pantalones bien puestos, hay que saber fajarse más allá de las bravuconadas de ocasión para incitar a un tumulto de acólitos.

De estas líneas se desprende que un déspota o un dictador no cumplen con las precondiciones de un interlocutor-de debate, el monólogo es malo consejero a la hora de una agonística discursiva de este tipo, pues instala un prejuicio, un mal paradigma que le puede jugar una mala pasada. Igualmente, una persona que pierde la serenidad cuando se ve sometido a crítica y a ideas distintas a las suyas, no es adecuada para un debate, podría armar un zafarrancho y quedar en evidencia sus modos elementales. 

Sostenemos que con su negativa de asistir a un debate con el candidato Rosales, el candidato teniente coronel Chávez Frías pierde una magnífica oportunidad para explicar a los venezolanos qué cosa es esa llamada socialismo del siglo xxi, pierde un excelente momento para explicarnos por qué esa alarmante cifra de más de 80.000 muertes en las calles venezolanas, pierde una oportunidad estelar para justificar en limpio y por vía de contraste la inmensa vocación de San Nicolás regaladora de petro-dólares a otros países del mundo, pierde un momento mediáticamente soñado para explicarnos cómo el gobierno de Venezuela que tanto invoca la soberanía, puede sin embargo intervenir sin pudor alguno en los asuntos y elecciones internas de otros países, hasta el punto de que se ha peleado con México, Perú, Colombia, Chile y Ecuador. Se pierde también el chance de explicarnos a todos los venezolanos cómo es que nos estamos preparando para una guerra asimétrica con las fuerzas del imperio. Pero además, el teniente coronel ha dicho con claridad que es superior a Rosales, que éste no calza los puntos para ser su patner en un debate. Y allí en esa frase hay un problema y no de poca monta, porque resulta que en este país nos gusta convencernos, nos gusta distinguir entre el papel y la realidad, esto es, que sencillamente el teniente coronel está –al menos en la conciencia colectiva venezolana- obligado a demostrar lo que dice. En consecuencia, qué mejor oportunidad de demostrar la superioridad de su visión del mundo y de la política que su asistencia a un debate en vivo y directo (como a él le gusta) frente a todos los venezolanos. Pero parece ser que no quiere confrontarse, no quiere verse expuesto a una evaluación de su gestión pública tras estos  8 largos años de fracaso sin atenuantes. Él dice ser superior a Rosales, está acostumbrado a ofender la inteligencia de los ciudadanos, de los cuales hay una infinidad que se saben competentes para darle una zurra al teniente coronel en un debate sobre cualquier tema nacional o mundial. Un actor de debate no puede ser dictador, los dictadores no debaten, pero tampoco puede ser correlón.