Alejandro Guzmán

aguzman1003@yahoo.com

Un librepensador en la República Revolucionaria de Rambután[1]

31 de octubre de 2006

Emilio nunca militó en partido alguno. No era fanático del béisbol, ni militar, ni creyente. Era simplemente un ciudadano, un hombre libre. A la hora de pensar no anteponía dioses, dogmas ni opinión de líderes (tan humanos como él) a su conciencia. Desde siempre, Emilio se había sentido revolucionario. Su inconformidad con los malos gobiernos que por mucho tiempo usurparon el poder y los bienes de Rambután, lo habían llevado a luchar en todos los escenarios a su alcance, desde sus días de estudiante universitario. 

Un buen día un grupo de militares patriotas se levantaron contra el gobierno más neoliberal de la historia de Rambután. Emilio sintió, deseó y por primera vez creyó, al igual que miles de Rambutanos, que un nuevo país era posible. Al cabo de un tiempo cuando los alzados se organizaron como fuerza política electoral ofreciendo una revolución pacífica y el llamado a una Constituyente, Emilio fue a votar convencido, por primera vez, de que ese voto también podía ser el primer paso para alcanzar la patria que siempre soñó. Así fue como Rambután, después de mucho tiempo, eligió a un Presidente bueno.

En la nueva Constitución de la RRR (República Revolucionaria de Rambután) quedó plasmado un proyecto y el propósito de refundar la República. Hasta entonces, todas las constituciones de Rambután habían sido letra muerta. El hecho de que un gobierno promoviera una Constitución inspirada en el pensamiento de sus libertadores y en los más nobles ideales humanistas, y se propusiera hacerla realidad era, en sí mismo, una verdadera revolución.    

Es historia reciente, por todos conocida, la heroica lucha del pueblo y gobierno Rambutanos por consolidar y defender su revolución de la conspiración permanente de la oposición; los planes de magnicidio; los paros y huelgas financiados por el imperio del Norte; los atentados terroristas; el asesinato de líderes campesinos y el golpe de Estado que instauró una brevísima dictadura, antes de que el pueblo restituyera nuevamente a su Presidente en el poder. De una u otra manera Emilio fue protagonista de estas batallas, arriesgando hasta la vida cuando fue necesario. La revolución había llegado y había que hacer todo lo necesario por defenderla. Emilio ya no sólo se sentía sino que se sabía revolucionario. Siguió reuniéndose con amigos para analizar los aciertos y los errores del gobierno, asistiendo a multitudinarias concentraciones de respaldo al Presidente bueno, haciendo propuestas en distintos escenarios en los que participaba… Estaba todo por hacer y Emilio nunca se desanimaba.

En cierta ocasión, fue invitado a inscribirse en uno de los partidos que apoyaban la revolución. Le dijeron que debía “organizarse” para participar en términos más formales, es decir inscribirse en una organización para hacerse un verdadero militante. Le aseguraron que el partido Fuccsia necesitaba gente como él para convertirlo en uno de sus “cuadros”. Pero en este punto Emilio era irreductible. Eso de “cuadro”, siempre le pareció gracioso porque le sonaba como a “cabeza cuadrada”, y no veía por qué no podía seguir apoyando el proceso como hasta entonces lo había hecho. Sabía que tanto los viejos como los nuevos partidos eran parte de una forma anticuada de concebir la política que no deseaba recordar. Conocía bien, por las historias de algunos amigos, los viejos vicios del clientelismo, el arribismo y el oportunismo que parecían subsistir en todos los partidos de todas las tendencias. Emilio sabía, porque había leído el pensamiento de los libertadores de Rambután, que no había mayor dignidad que la de ser ciudadano. Para él, eso era muy superior a la sumisa condición de militante. Era incapaz de verse a sí mismo como parte de la “masa” revolucionaria. Término que, por cierto, siempre le pareció despectivo y deshumanizante.

Y no es que Emilio desconociera el aporte que la disciplina y organización partidistas representaba en tiempo de campañas electorales. Pero estaba convencido de que el Presidente bueno habría ganado todas las elecciones aún sin el apoyo de ningún partido. Tan sólo con los votos del pueblo. Le molestaba que no existiera otra forma de votar por el Presidente que marcando la tarjeta de algún partido, porque eso les daba un falso poder que sabían capitalizar muy bien para negociar cargos y prebendas.

Por eso, cuando a Emilio le preguntaron su opinión sobre la propuesta que había hecho el Presidente de formar un partido único que agrupara a todos los que hasta entonces apoyaban el proceso revolucionario, no supo que responder. Se quedó pensando durante varios días en lo bueno y lo malo de semejante propuesta. Y aunque de entrada no le sonaba muy bien, terminó pensando que al menos podría servir para combatir la disputa por los cargos y migajas del poder.

A los pocos meses el Presidente de Rambután, sin rivales de su talla, fue reelegido para un próximo mandato. Era el momento de concretar la propuesta y tras largas discusiones, tensiones y algunas deserciones, fue creado el PUS (Partido Único Socialista). Como las siglas no eran muy atractivas, en lo sucesivo se le conocería simplemente como El Partido, y al cabo de unos meses terminó imponiéndose como el organismo monopolizador de todos los ideales revolucionarios. Emilio, que al principio no le dio mucha importancia, por primera vez comenzó a sentir eso que llaman sectarismo. Él, que siempre había encontrado muchas formas de participar, ahora, ante sus ideas y propuestas, a menudo recibía la misma respuesta:

- Disculpe compañero aquí escuchamos a todo el mundo, pero solamente estamos considerando las propuestas de los miembros de El Partido. O se inscribe en El Partido o mejor no ande opinando. Esa es la línea de la Dirección General.

-Pero hermano, tú a mi me conoces, respondía Emilio, hemos debatido muchas veces sobre política y hasta te parecían buenas algunas de mis ideas.

-Lo siento Emilio, pero tu negativa a inscribirte en El Partido te convierte en sospechoso de opositor y contrarrevolucionario. Te recomiendo que andes con cuidado porque estamos ideologizando al pueblo y a la gente no le gustan los infiltrados.

Fue entonces cuando Emilio comprendió lo que estaba pasando. El partido único engendraba pensamiento único y ahora sólo existía monólogo donde antes había diálogo. De tanto encontrar puertas cerradas, poco a poco Emilio se fue alejando de aquello por lo que tanto había luchado. Prefirió tomar distancia antes de renunciar a la libertad que habitaba su conciencia.

A la mitad de su segundo mandato, el Presidente bueno, pero mal asesorado, convocó a un referéndum y por leve mayoría fue aprobada la propuesta de reelección indefinida. En las siguientes elecciones, para sorpresa de muchos, el candidato del PUS fue derrotado. Sin siquiera notarlo, los militantes del partido único se habían convertido en minoría. Sin saberlo, y sin hacer nada para lograrlo, Emilio se había transformando en mayoría.   

Notas

[1] Los hechos aquí narrados ocurrieron, ocurren y, al menos desde el punto de vista del autor, podrían ocurrir. Sin embargo, algunos nombres han sido cambiados para resguardar la privacidad de los protagonistas.