Franklin Fernández

Artista plástico

brossamadoz@hotmail.com

Rosa Vegas: "La conciencia es el propio espíritu"

Entrevista

Barcelona, edo. Anzoátegui, 9 de octubre de 2005

Desde hace 10 años estoy construyendo aquí un espacio para el país, un museo para mi comunidad, un museo de barro, papel y tela. Es un espacio que pretendo dejar a la colectividad, un espacio para dedicarlo al arte, a la cultura. Un espacio para que funcione aquí, y no en otro lugar. Aquí se levantó mi casa y aquí debe levantarse, El Museo De Arte Popular La Paz”.

Rosa Vegas.

F.F.- Usted nació el 7 de Junio de 1950, en Maturín, edo Monagas. Desde su juventud se ha dedicado abiertamente a expresar su sensibilidad, su carácter de persona pacífica, de mujer humilde ¿Cómo se le describiría a sus futuros lectores, visitantes, amigos, Rosa Vegas? ¿Quién es Rosa Vegas? 

R.V.- Soy una persona sincera con los que son sinceros conmigo, y con los que no son sinceros conmigo, no lo soy. No soy espléndida. Soy maravillosa, buena amiga, muy maternal. La gente que me quiere es como mi familia, es mi familia. Por ejemplo, tú para mí eres el muchacho que crié, como Frank, mi hijo. Sé que eres Franklin, pero también eres mi hijo, te siento como mi hijo, eres parte de mi hijo, eres parte de él. Y si eres parte de él, eres parte de mí. Eres como su hermano. 

Desde pequeña me gustó romper las muñecas, transformarlas, tomar un cuchillo y hacerle una rajita entre las piernas, una cucharita. Era curioso. A los muñecos varones, yo les hacía el pipí. Pero no con plastilina, sino con chicle. No existía la plastilina, no la conocía. Pero luego descubrí el barro gracias a la lluvia, al aguacero, al chaparrón… 

De niña me gustaba el cine. Yo hacía cine cuando era pequeña, con una linterna de mi papá y papel celofán. Sobre el papel celofán dibujaba muñequitos bailando. El celofán lo enrollaba y le hacía como un mecanismo de alambre que lo movía, y aquello lo manejaba conjuntamente con la linterna… luego eso lo reflejaba sobre la pared. Veíamos cine todos los días, lo compartía con mis amigos.

F.F.- Se habla mucho de su casa-museo, de su casa-taller. Usted, ¿cómo la describiría? 

R.V.- Al principio yo pensaba tener una casita de bahareque. Pero en estos momentos para mí no es una casa, es un museo. Ahora la veo como una obra de arte.  

Como museo, espero que sea un museo digno. Hay pobreza, pero no miseria: hay igualdad. Quiero sacar de aquí el material utilitario y dejar lo de más valor esencial. Ella toda es una obra.  

Llega mucha gente, estoy preocupada, no sé si cuidar la casa o al público. La gente viene, mueve aquí, acá, toca, palpa. No sé si cuidar la casa o las obras, la casa o los niños. 

F.F.- ¿Pero se siente bien aquí; en esta casa-jardín, a campo abierto, creando, esculpiendo, pintando al aire libre? 

R.V.- Sí, me siento bien. Nadie me lo ha criticado, ni yo misma me lo he criticado, ni mi pareja. Necesito que me ayuden, me exigen pedir. Incluso la gente me lo dice, mi conciencia misma me lo dice: “-Rosa, ve y pide a los entes gubernamentales-”. Pero no lo hago. Sabes Franklin, a veces me gustaría hacerlo. Si lo hago, no pediré mucho. Pediré solo lo necesario para crear un museo aquí. Es costoso, tienen que gastarle, porque se está deteriorando todo esto. 

F.F.- Muchas de sus esculturas fueron amasadas aquí mismo, sobre las paredes de su casa. Cuerpos, rostros, figuras, personajes que se mimetizan con el lodo y el trapo. Pasan de un cuarto a otro, de una sala a la otra, salen afuera. Forman parte de la estructura seca, endeble pero firme de su morada, de su albergue, de su hogar. Parecieran estar allí para protegerla, para mantenerla en pie: ángeles, santos, niños, vírgenes, artistas ¿Están vivos esos personajes? ¿La acompañan? 

R.V.- Me dirás que estoy loca, pero sí, están vivos, me acompañan. Yo quisiera que los niños no crecieran. Veo un niño y veo pureza. Hay niños que vienen a mi casa. Uno expresó en una oportunidad: “-Esto es como un nacimiento gigante-”. Otro me preguntó: “-¿Esto es una iglesia? ¿Será una iglesia?-”. Y así…  

Los niños se acercan mucho, hay mucha confianza con ellos, no estoy sola. Juan, mi pareja, no es malo, los niños se acercan también a él. Los niños me quieren, me traen regalos: carritos, juegos, muñecas. Las obras en las paredes, las obras de los niños especialmente, me acompañan. Estando sola me siento acompañada por ellas, por mis sobrinas, por mis personajes. Todos ellos existen, no son imaginarios, todas estas esculturas son reales. Son niños y mujeres reales, de carne y hueso, que han venido. Vienen y me marcan, hay una energía, una espontaneidad. La espontaneidad atrae. Todos estos niños existen, son niños indios, andinos, negros, chinos, son seres vivos de aquí, de allá, casi que me tocan, casi que me llaman. 

Todos estos personajes están en las iglesias, en los mercados, en los bares. En todos ellos hay personas comunes y corrientes que yo he visto o he conocido, y que luego creo con mis propias manos. Aquí están el panadero, el heladero, el indigente, la partera, el brujo, la quinceañera, en fin, muchos de estos personajes tú los conoces personalmente… 

F.F.- ¿Es decir, que sus esculturas de arcilla o tela conmemoran momentos que han sido determinantes en su vida, momentos de su quehacer diario, de su sentir y vivir poético, espiritual? ¿Son amistades, parientes, gente no conocida  que la han marcado y dejado huella en usted? 

R.V.- Sí, así es. Yo he visto esos personajes por allí, me los consigo o voy a su encuentro: los contemplo, los admiro, los detallo, los siento. Luego los creo. 

F.F.- Bien, son personajes de la vida real. Pero hay otros menos terrenales, más celestiales, más divinos ¿Cuál es su interés por los ángeles, santos u otras figuras religiosas? 

R.V.- Tienen su importancia. Cuando tengo un estado de depresión me siento bien al inspirarme en ellos. A veces traigo tristeza al momento de realizar una obra. Existe una circunstancia, un sentimiento, un deseo, un pensamiento, una ilusión. En ese momento preciso yo las creo. Esos son mis ángeles, mis guías, sin el fin de pedirles nada. No les rezo. Ellos nos dan sin pedir, yo tengo dones. Y como tengo dones, no les pido nada. 

F.F.- En algunas de sus pinturas hay momentos de desnudez y de despojo, de armonía y de paz. Hay un desvestir puro y permanente. Se percibe una relación entre lo carnal y lo maternal, lo angelical y lo terrenal, lo celestial y lo telúrico.  

R.V.- Sí, es así, hay un equilibrio. Ese equilibrio es existente. Hay que vestir o desvestir al personaje. Como a un santo. La desnudez es una santidad. Las muchachas que yo pinto o hago, están desnudas, pero son santas. Hasta las prostitutas y las paridas son santas. 

F.F.- ¿Por qué el barro, la tela y el papel? 

R.V.- Mi casa es de por sí una obra de arte, esculpida, amasada con mis propias manos. Pero a veces, tengo ganas de hacer un personaje inspirado en la mente. Es como una necesidad, un deseo de crear un personaje. Busco periódico, tela o barro, no me importa, lo importante es crear, ver lo que sale de allí, crear aquello que deseo, no me importa el material. Eso me lo han criticado. Me lo ha criticado Régulo Martínez. El me ha dicho: “-Rosa, pegaste esto con saliva e’ loro-”, y me hace reír, es muy espontáneo. Me hace reír su espontaneidad. 

F.F.- Me gustaría escuchar precisamente algún comentario sobre Régulo Martínez, Luis Mendez o Armando Andrade. Todos artistas populares, amigos suyos. 

R.V.- Cada uno de ellos tiene su propio estilo. Primero conocí a Régulo Martínez. El fue el primero en hacer lo posible para dar a conocer mi trabajo. Hizo todo lo que pudo y se lo agradezco mucho. No lo olvido. Yo tenía el deseo de no mostrar nada, pero el insistía. Yo veo el mundo muy duro, sobretodo el artístico, hay mucha falsedad, mucha mentira, engaño. Pero, eso sí, si uno cree en sí mismo y tiene su propia personalidad y está claro en todo, nada lo detiene, las cosas son más fáciles. Si digo no, es no. Pero Régulo fue un hombre convincente, y me convenció. Creí en él. No me arrepiento.  

Más adelante conocí, en la “Laguna de los patos”, a Armando Andrade. Me impresionó su pintura, y como yo soy amante del arte, me le acerqué. Estaba pintando sobre un caballete, un lienzo muy plano, como una especie de pirámide. Era una obra muy bella. Pasé y le dije: “-Me gusta mucho lo que hace-” y comenzamos a hablar. Eso fue en 1989. De allí nació una amistad muy limpia, él era muy caballeroso conmigo. Una vez me hizo un regalo y me dijo: “-No creas que estoy enamorado de ti. Las mujeres son como las acacias, porque primero las mujeres son flores, y flores y nuevamente flores. Y luego son vainas, y vainas y más vainas-” Me hizo reír mucho. El quiso venirse a vivir a mi casa, pero ya lo veía muy enfermo, y le dije que no lo hiciera para su comodidad. Trasladarse hasta aquí es algo eterno. Mi pareja le había arreglado un espacio, un lugar, un rinconcito para que durmiera, para que compartiera con nosotros, pero Andrade ya estaba muy enfermo… y a los días murió.  

Luis Mendez y yo nos entendemos muy bien. Mucha gente no lo comprende, no lo entiende, pero yo sí. Todo lo que dice, todo lo que expresa en su pintura. La obra de Luis es una poesía, me impresiona. Tiene un tesón. El pinta siempre, nunca deja de pintar, él busca. Es su manera de ser. Es lento, pero cuando habla dice cosas buenas. Poco a poco nos hemos ido conociendo nuestras necesidades. Me alegran sus triunfos, entre tanta pobreza y enfermedad, me alegran. Pero el está vivo, sigue vivo. Tengo mi parte humana para con él. Nos entendemos como gremios, como religión. Nos critican en el día y por la noche nos condenan, pero trabajar es nuestra única premisa. 

F.F.- ¿Han criticado su trabajo? 

R.V.- Sí, pero las críticas  han sido buenas, en Anzoátegui y en todo el país. Pero tengo una anécdota. Una vez una señora en una de mis exposiciones individuales; una señora del público, no una periodista, se me acercó y me dijo: “Esta Rosa Vegas las esculturas no las alisa, debería lijarlas. Sus pinturas son sucias, como si ensuciarán la tela. Es como si pintara con un brochazo por aquí y otro por allá-”. Yo le respondí: “Yo no la conozco, no sé quién es”. Esta señora critica una de mis pinturas y me lo dice a mí. Ella no sabía quien era yo. Si le hubiese dicho que yo era Rosa Vegas, ¡imagínate!… 

F.F.- Precisamente quería preguntarle eso. Mucha gente ve en sus pinturas “suciedad”. Pero lo que yo veo es una pintura muy telúrica, muy de la tierra, muy del barro, del polvo. Es una pintura muy humana. De hecho, no las diferencio de las esculturas. Vienen de la misma mano, claro. Pero parece que, a parte de moldear con el lodo, usted pintara como con tierra, como con barro ¿no?… 

R.V.- Pero yo pinto también al vivo, al muy natural, con los colores de la selva. Soy muy, muy selvática, me gusta que haya monte en mis pinturas, ramas, flores, ríos, jardines, pájaros, palomas. Colores prendidos, encendidos, alegres. No solo tierra y polvo. Me gustan mucho las palomas, dan una sensación de paz. Quizá, este museito, en un futuro se llame: “Museo de arte popular la paz”. 

F.F.- ¿Cómo se ve Rosa Vegas en el futuro? ¿Cómo ve su obra, su casa-museo, su casa-taller, su casa-jardín? 

R.V.- Yo tengo fe. Tengo fe en que esto permanecerá, de que mi obra permanecerá. De la obra yo me ocupo, pero que la parte gubernamental se encargue de la estructura del museo, de su construcción, de su salvación, de su permanencia. Esto se puede levantar aquí, se tiene que levantar aquí, no en otro lado. No pido que la tumben, si no que la mejoren, que la cuiden desde adentro, desde las entrañas, desde el barro, sin tocar las obras. Vendrán sucesores como tú Franklin, con ganas de hacer y de mostrar, con ganas de enseñar y de seguir viviendo, de seguir soñando. Vendrán muchachos interesados en mi obra, en mi vida, en mi casa, en mi museo de tela, papel y barro, muchachos interesados en el arte, que me ayudarán con esto. La conciencia es el propio espíritu. Yo me dejo guiar por mi conciencia. Me siento mejor así.