Humberto Mata

Lo que no cabe en las voces queda más decente en el silencio

Para Mercedes Pardo

Caracas, 10 de mayo de 2005

Con estas palabras de Sor Juana Inés de la Cruz, dichas en la llamada Carta atenagórica, que ella escribiera, o le fuera publicada, en 1690, comienzo este escrito para nuestra apreciada y recordada amiga la artista Mercedes Pardo.

 

Las razones de mis notas son el recuerdo y la admiración, entre otras. Recordamos a Mercedes Pardo, porque ella representó, para nosotros, en su silencio cargado de mensajes, la sinceridad del artista que dedicó buena parte de su vida creadora al trabajo comunitario con niños, a la exactitud y emoción colorista, a la investigación a través de diversos materiales a veces insólitos. (“Su afán de experimentación –dijo Boulton--, su inquietud por descubrir materiales que respondan a sus anhelos de expresión, le han inducido, a veces, a valerse de increíbles utensilios metálicos del más sencillo carácter doméstico.”) La admiramos porque, dentro de sus cambios permanentes (la investigación es el camino de los cambios), se mantuvo siempre firme, honesta con el arte y con el compromiso que implica el ser artista, el ser creador. Debería agregar que jamás buscó el éxito sencillo y engañoso, que, por el contrario --y para parafrasear al escritor Josep Pla cuando habla de los holandeses--, al parecer tuvo el criterio preconcebido, inamovible, de pasar muchas veces inadvertida; de ser discreta, callada, de no hacer ruido y de no pretender nunca deslumbrar a nadie…, y que yo le profesé un acaso secreto y responsable cariño, con todas las cargas que contienen esas palabras y sus combinaciones.

 

Por puro azar, en estos días he pasado por la estación La Hoyada del Metro de Caracas. Me he demorando observando el vitral de Mercedes Pardo que se extiende en uno de sus espacios: ¡Qué cantidad de trópico hay en su colorido! ¡Qué persistencia, qué memoria, qué lección de color… y qué paz, qué armonía con la vida, con uno mismo, qué armonía con el mundo se percibe en ese vitral!

 

Y luego, o antes, o en todo momento, he mirado un cuadro que se encuentra en la Galería de Arte Nacional y que siempre me ha atrapado, como podría hacerlo únicamente el río y el Delta. Hay algo de persistencia en esa obra, de presencia que viene de la meditación, de silencio; recuerdo y persistencia meditados: algo así como un haikú hecho no de palabras sino de colores, de manchas táctiles, dulces y refrescantes para la vista, manchas que poco a poco te llevan de uno a otro espacio de luces y de sombras. Umbra y penumbra del recuerdo, memoria dilatada que te hunde en su abismo y te trae al presente, juego del tiempo, picardía del eterno presente.

 

“La hemos visto –continúa Boulton— dominar el color de un modo vigoroso, en manchas de óleo, de caseína, de acrílico, construidas como al azar… pero en las que se adivina una calculada conciencia del valor monumental del espacio como principal factor del tema. Manchas, gestos, collages, toda la gama del género no figurativo ha sido recorrida por Mercedes Pardo.”

 

En el siglo XVII mexicano un obispo acordó en un sermón privilegiar la ausencia sobre la muerte y dijo que mayor dolor era la ausencia que la muerte… Merdeces Pardo es pura presencia. Yo, por lo tanto, nada concluiré de este aserto del padre Vieira. Dejo para otros esta suerte de jardín de senderos que se bifurcan, como el cuento de Borges.

 

París, Francia, fue fundamental, sospecho, para Mercedes Pardo. Allí se formó como artista. Allí se armó con el rigor del Maestro André Lothe, aquel que pudo decir que la pintura no existe y que ella era poesía, sonido, todo…

 

Josep Pla, hacia 1916 dibuja así una vista de un barrio parisino: “Era un mundo vacío, pasivo e indiferente, que incitaba a una segregación de sentimientos inconcretos y vagos producidos, tal vez, por la soledad de la gran ciudad. La tarde fue declinando. El sol moribundo salpicó de luz mi campo visual. Vi un amarillo canario rutilante y huidizo; una coloración de melocotón maduro sobre una pared; un poco de rosa en la ventana de una casa. Me topé con un hombre que llevaba una gorra municipal y encendía las farolas de gas. Tocada por esta luz, una minúscula plazoleta con árboles cobró un aspecto melancólico e irreal”.

 

Este dibujo literario de Pla me recuerda a Mercedes Pardo.

 

Con mi soledad te espero en el bosque.

 

Que vengas hacia mí toda ternura

como viene la brisa a los ramajes.

Que crezcas a mi lado

y te aferres a mi como una orquídea.

 

Te daré el abanico

de las auroras,

te mostraré los frutos

que dan los altos árboles

para que seas amiga de las aves.

 

Que vengas hacia mí toda ternura

porque soy triste como la penumbra

que florece en los bosques.

Que tus ojos me den los cielos que no he visto

y tu voz los murmullos que no he podido oír.

 

Yo para ti hollaré la tierra,

la sembraré de amor

y de esperanza,

y tú como la tierra

me darás la semilla.

 

Veremos florecer plantas y nidos,

correr las aguas, el amor, los días…

 

Y esperaremos la muerte,

como los bosques, tranquilos,

esperan la madrugada.

 

 

Guardo silencio, Mercedes Pardo, con este poema de Vicente Gerbasi.  Porque lo que no cabe en las voces queda más decente en el silencio.