Franklin Fernández |
Régulo Martínez: "La soledad no te dice donde está la gente" Entrevista octubre-noviembre de 2005 |
![]() Luis Méndez y Régulo Martínez Ambos artistas residen en Barcelona, estado Anzoátegui |
F.F.- ¿Dónde nació? R.M.- Yo nací en Barcelona, en el año de 1943. Nací en el barrio de San pedrito, un barrio que estaba ubicado en donde queda la actual sede de la Gobernación del Estado Anzoátegui. Era un lugar muy pobre, con techos de zinc, paja y barro. F.F.- ¿Puede recordar algún acontecimiento importante ocurrido durante su niñez o su juventud? R.M.- Sí, la muerte de mi madre. Mi mamá murió cuando yo tenía 8 meses. Eso ocurrió en el año de 1944. Lo que quiere decir que en el 2006, cuando yo cumpla 63 años, mi mamá cumplirá 62 años de muerta. Mi papá murió cuando yo tenía 14 años. Somos 7 hermanos. Mi padre era bodeguero, tengo buenos recuerdos de él. Se comunicaba siempre conmigo. Me llevaba todos los domingos al “Cine Central”, aquel que quedaba frente a la Catedral de Barcelona, en la Plaza Boyacá. F.F.- ¿Cuando comienza a interesarse por la pintura? R.M.- Más o menos en el año de 1950. Yo hacía dibujos en los cuadernos de clases. A la maestra no le gustaban mucho, mis dibujos no le gustaban. Pero recuerdo que siempre dibujaba y pintaba los temas tradicionales venezolanos. Como la llegada de Colón, el día de la bandera o algo relacionado con el día del árbol. Los temas escolares de siempre. Cuando yo salí de la primaría, no quería estudiar más. Era un poco flojo, un poco bruto, no retenía las cosas que me decían. No las digería. Entonces me dediqué a trabajar. Me ofrecieron trabajo en el año de 1958, en una imprenta llamada “Litografía Americana”, la que quedaba frente a la misma Plaza Boyacá. Allí vi por primera vez impreso, en un volante, una información sobre las inscripciones en la Escuela de Artes Plásticas Armando Reverón. Enseguida me llegué hasta allá y me inscribí. Eso fue precisamente cuando cayó Pérez Jiménez. En esa época el director de la escuela era Mauro Mejías, que en ese tiempo era mi mejor escuela, mi mejor maestro en la enseñanza. Mauro me enseñó muchas cosas, fue muy gratificante para mí. A él le debo mis mejores vivencias en dibujo, pintura, escultura y grabado. F.F.- En esa época usted también se había dedicado a la vida espiritual. Tengo entendido que es católico, que cree mucho en Dios. Además eso se refleja mucho en sus palabras, en sus pinturas, en su colección personal de figuras e imágenes religiosas… R.M.- Sí. Me considero un místico, no un creyente más. Me he dedicado a la vida espiritual. Soy creyente y místico a la vez. Creo en Dios. Lo que voy hacer, primero lo medito y luego lo practico. Pero a veces hago las dos cosas al mismo tiempo. Pero el santo de mi devoción es San Judas Tadeo, yo le pido cosas a ese santo y veo que las cosas que le pido se me cumplen. Soy muy devoto de San Judas, siempre le rezo, siempre le dedico una novena. Me gusta rezar. Rezar es un don, pero no un don como cualquiera, es un don importante. Rezo por mis necesidades, rezo para ver si se me resuelven las cosas, rezo para pintar, para respirar, para poder vivir un poco más… F.F.- ¿De qué forma lleva esas oraciones, meditaciones y creencias a sus pinturas? ¿Cómo lo hace? ¿Cómo lo siente? ¿Cómo lo vive? R.M.- Yo contemplo escenas cotidianas de la vida diaria. Asisto a las festividades o costumbres populares de mi pueblo, como las procesiones, los velorios o los entierros, como las fiestas callejeras o las protestas, como las cantatas, las serenatas o los bautizos. Eso me gusta. Es como ir al teatro. Me gusta ver lo que sucede en las escenas de la vida diaria. Me gusta contemplar los sitios a donde voy. Esos lugares los tomo en cuenta y esas vivencias comunes las integro a mi obra. Eso lo hago cuando tengo una oportunidad para pintar, cuando tengo la oportunidad para hacerlo le doy a eso un toque de magia. Si es una protesta lo que pinto, busco el orden dentro de ese desorden. Lo busco a través de la pintura, tiene su momento. F.F.- ¿Cuando lo lleva a la pintura, es algo verdaderamente importante, vital, palpitante en usted? R.M.- Sí, claro, es una vivencia, una convivencia, una armonía. Es una comunión. Siempre en mis cuadros los personajes son mochos. Hay muchas personas mutiladas, heridas, muchas personas sufriendo. Están como en un infierno. Y la verdad, es que yo veo el infierno en toda esa gente. Por ejemplo, veo gente en silla de ruedas y luego las pinto. En las iglesias te consigues todos los días con estas cosas. En las concentraciones espirituales también. Vez mucha gente sufriendo. Son polos opuestos a la realidad, a mi felicidad, por eso trato de darle un orden a esas cosas. F.F.- ¿Cómo lograr darle un orden a la realidad? ¿Cómo lograr darle un orden al desorden? ¿Cómo lograr darle un orden a la muerte? R.M.- Para esas escenas que son realidades obvias, no hay que hacer nada. Son realidades obvias y ya, simplemente no puedes obviarlas. Mis vivencias espirituales están en su mismo entorno. Yo formo parte de esas vivencias y de esas cosas. Y esas cosas también forman parte de mí. Yo trato de plasmar lo que veo. Mis pinturas son cómo un acto de amor por Barcelona. F.F.- ¿Un acto de amor por Barcelona? ¡Pero si lo que yo veo es mucho dolor sobre la ciudad, una herida abierta, un sufrimiento latente en sus pinturas!.. R.M.- Yo siento un gran amor por Barcelona, Franklin. Hay dos cosas que me unen a ella: haber nacido aquí y vivir todas mis experiencias aquí. F.F.- Pero esas personas mancas, heridas, mutiladas, lisiadas, esas osamentas, esos esqueletos de animales a diestra y siniestra… ¿forman parte de ese amor por Barcelona? R.M.- Sí, es algo trágico, lo sé. Yo me crié en esta ciudad con su pobreza, con su soledad y con su miseria. Me crié en sus calles solitarias, caminando por entre sus casas de siglos pasados, tocando sus fachadas; palpando ese tinte como de vejez resquebradiza. Me crié acariciando sus paredes, manoseando sus puertas y ventanas antiguas. Entonces uno se ve como en la escena de una película, como en una historia de Rulfo. La soledad no te dice donde está la gente. Por el día vez gente por cantidades, gente por todas partes, pero por la noche se esfuman. No vez nada. Todo está como muerto: sus paredes están difuntas, sus escaleras fallecidas o expiradas. Barcelona es una ciudad perdida, Barcelona es una ciudad triste, herida, arruinada, no hay peor tragedia que esa: vivir bajo su sombrío pasado. F.F.- ¿No será que su visión de Barcelona es, en realidad, visión de otra Barcelona? R.M.- Mi visión de Barcelona es la misma visión de todos. La vez como la vez tú, como la veo yo. La veo como los demás, como la ve la gente: como una totalidad. A Barcelona, desde cualquier lado que la mires, sigue siendo la misma. F.F.- Pero, en sus pinturas, Barcelona también es como una ciudad mágica, alucinada, fantasmagórica, surreal, onírica… R.M.- Sí, es muy surreal. Diría que soy surrealista, me gusta Dalí. Pero al mismo tiempo soy un realista. En mi pintura se sueña o no se sueña, se está o no se está como diría Luis Méndez. Soy un soñador, imagino muchas cosas en la madrugada. Mi mente está llena de cosas que existen o no existen. Sufro de insomnio. Me acuesto temprano y a las dos de la mañana estoy despierto. A esa hora me pongo a leer cuanto papel me pasa por las manos. También veo televisión. Pero a las cuatro de la mañana me pongo a pintar. Mi relación con el insomnio es buena, pero con la muerte es mala…¡le tengo pavor, pánico!. No me quiero morir nunca. F.F.- Es curioso, porque toda su pintura gira en torno a la muerte. R.M.- Sí, claro. La muerte es el aliado de la persona. Después de muerto, te hacen una misa y basta. Hasta allí llega todo. Luego viene el funeral para recordarte, y luego te entierran para siempre. Siempre leo los obituarios para ver si algún conocido mío murió ayer. O para recordar la muerte de alguien. Espero que nunca me consiga conmigo, con mi fotografía, con la noticia de mi muerte. F.F.- ¿Cuán importante es para usted el mar, la naturaleza y el paisaje barcelonés? R.M.- La naturaleza es algo muy puro. Detesto las talas y las quemas, la gente no tiene conciencia del daño que causan con eso. Sin embargo, la quema le da un embellecimiento y una pureza al paisaje. Mi relación con el mar es más humana. El mar es un recurso muy importante para mí: el mar lo es todo para mí. Como está a cinco minutos de mi casa, muy cerca de aquí, en Maurica, casi todas mis obras están relacionadas con el mar. El mar es la tranquilidad o la violencia, lo manso o lo turbulento. La relación con el mar o con el paisaje me inspira. El mar es algo mágico, algo alucinante, realista. Mi visión del mar es de una imaginación extrema, de una alucinación desbordada. F.F.- Gustavo Pereira dice que usted es “un cronista lírico y cromático”. ¿Qué le respondería? R.M.- No sé, creo que así es. Soy un pintor lírico, las escenas de mis pinturas son muy líricas. Me encanta el color, porque el color es como la música de la pintura y la música es como la alegría del espíritu. Mis pinturas son como poemas, son como cuentos. Eso también forma parte de la poesía. F.F.- ¿Quién es el “Señor de Barcelona”? R.M.- Yo hice una exposición individual en Caracas, en la Campiña, “En la casa rosada”, a la que Alfredo Armas Alfonso asistió. Él escribía, tenía una columna en prensa, pero no recuerdo en que periódico, y una de esas notas se la dedicó a mis pinturas. Allí me nombra el “Señor de Barcelona”. Armas Alfonso es un excelente escritor, tiene una obra narrativa muy anecdótica, muy costumbrista, local, y quizá eso lo identificó mucho conmigo. Lo admiro mucho. F.F.- Se le acaba de otorgar el premio “Eduardo Lezama” en la VI Bienal Nacional De Artes Plásticas de Puerto La Cruz ¿Cómo se siente? R.M.- Para mí es un estímulo. Me dan ganas de seguir trabajando, de seguir creyendo en mi pintura. Es una manera de ver, de entender que lo que hago es bueno. Hay una constancia en mí, una importancia al trabajo que el premio satisface. Eso me da pie para seguir trabajando. Yo soy muy original en mis vainas, soy muy original con mis cosas, soy muy original en todo. No tengo poses, soy un hombre sencillo, no tengo ningún ego. Las personas me importan. Mi obra es muy importante para mí. A pesar de la soledad, vivir y convivir son hechos muy importantes para mí. F.F.- Dice E.M. Cioran en uno de sus maravillosos aforismos, lo siguiente: “La soledad no te enseña a estar solo, sino a ser único” ¿Se había sentido solo últimamente? R.M.- No, pero soy un solitario, mi mundo es muy solitario. Dentro de mí estoy solo. De la piel hacia afuera, vivo rodeado de cosas, rodeado de gente, de amigos. Pero de la piel hacia adentro, vivo rodeado de silencios, de vacíos, de espacios. En mi interior sigo estando solo y solitario. Ya me acostumbre a vivir solo. Creo que cada persona es un ser único, con un potencial lírico viviente… Barcelona. Octubre-Noviembre, 2005
Pensamiento variado: Creo en Dios lo que creo en el hombre. Lo que creo en la vida y en la muerte. * Sí, tengo miedo a la muerte porque es un dolor. La muerte es un dolor. * Los velorios y los entierros me inspiran. El entierro de un niño o de un anciano me inspira. * El hombre es el hombre. Pero también es misticismo, éxtasis y religiosidad. * Quiero que me entierren en el ocaso, en el crepúsculo de mis pensamientos y emociones... * Sobre su obra: “Este cronista lírico y cromático de su barrio y de sus gentes que es Régulo Martínez no ha renunciado a sus desvelos: el impulso de sus telas sigue naciendo de la alegría, los sueños y las locuras de nuestro pueblo. Con la pasión y la ternura con las que él se entrega a su oficio de pintor, con la eterna sonrisa con que desarma la angustia de los días torvos y la estupidez de los soberbios fue enhebrando su obra a lo largo de treinta años hasta llegar a estos trabajos en los que sigue fiel al espíritu “fauve” que le animó desde sus inicios. Las pinturas de Régulo son por lo general pinturas de acción: en ellas no hay casa nada estático. Aún el paisaje, representado por lo común con colores puros, está en función de los seres humanos y los animales que lo habitan y éstos, en esencia, parecen desplegados desde un centro que los organiza y los dispersa como esas aves del trópico que remontan los atardeceres”. Gustavo Pereira.
“Yo no diría que Régulo Martínez, que es un leal barcelonés hecho de esas siestas caldeadas de Oriente, sea un enemigo jurado de la sagrada memoria de los grandes sucesos de su pueblo. Yo diría que busca acercarlos a la prístina naturaleza de un habitante que nunca se ha dejado impresionar ni por los símbolos de la Patria ni por el rigor de un pasado que no le ha dado la ocasión de un cambio social que haga menos penoso su papel de espectador pasivo sobre este suelo del espinar... Este Régulo Martínez grandote por dentro y por fuera, bueno hasta creer que el mundo antiguo del barcelonés puede recrearse a la sombra de un árbol de mangos de la más grande ambrosia mientras más áspero sea el lugar de las raíces, acaso sea el último anzoátega de una concepción municipal antañona donde para ocupar un puesto en la jerarquía local sólo se requería del mérito de creer en San Celestino, la Virgen de Totumito y la Cruz de Ramón Florencio”. Alfredo Armas Alfonso.
“Para Régulo, el arte es una forma de vida sin otra pretensión que la de poder comunicar su sentir, se levanta al amanecer porque le gusta la luz de la madrugada y frente a su caballete e innumerables pinceles inicia su comunión con el lenguaje: con sus obras, sus orquídeas, bonsáis, animales, cumplida la sesión del amanecer; sale a recorrer la ciudad en búsqueda del motivo que seguramente encontrará para seguir contándonos los secretos de esa ciudad que bien pudiera llamarse soledad o zozobra”. Margarita Liscano.
“¿Qué copia Régulo Martínez, conversador, fresco habitante de Barcelona, profesor de niños? ¿Copia el paisaje, La cruz de Mayo, la crucifixión? No. Completándolos, se aleja de ellos. Para que Régulo Martínez pudiera tomarlas, aquella playa con sus embarcaciones, ésta Cruz de Mayo tan alegre (gente de los kioscos, cervezas, pinchos, empanadas), experimentaron un repliegue dentro de sí mismas: una introspección tan rigurosa que fracturó los recipientes donde estaban contenidas. El pintor dibujó esa fractura, ese instante –imperceptible para otros-, después del cual el paisaje nunca más podrá ser aquello que fue sin recurrir a lo que Régulo Martínez tomó de él (lo que el paisaje se dejó tomar)”. Humberto Mata.
“Régulo Martínez pudiera ser el indio Kondorí o cualquier otro indio. Régulo, negado a que sus pinceles pinten algo distinto a las cosas que pueblan sus días, la ciudad que habita y camina diariamente, la desnudez de la virgen de Pariaguán deseando las calles de Píritu, la virgen del valle, Clarines y San Antonio, construye altares luminosos, afiebrados, sensuales, plenos de colores que le dictan sus santos, el susurro del agua de su infancia, elementos con los que propone una particular naturaleza del color cuyos trazos se afirman en una estética que busca recuperar su vivencia y la muestra, seres cotidianos que desde esta geografía se asoman al mundo retratados en la calidez de sus telas”. Fidel Flores. |