La
imagen de María Lionza, considerada como símbolo de
transformación, alude a sus posibilidades de transmutación
alquímica, entendiendo tal proceso desde la perspectiva
espiritual integradora de las tres razas que han conformado la
identidad psíquica del venezolano actual. Con ello aludimos a
nuestros orígenes indígenas autóctonos, su mezcla con los
blancos venidos de Europa y la amalgama que se dio luego de la
presencia negra africana que nos conformó.
En esta muestra que hemos llamado
María Lionza alquímica se intenta reelaborar la imagen
que nos legó el Maestro Alejandro Colina, integrándola a grandes
patrones pertenecientes no sólo al inconsciente local sino a un
colectivo universal, ya que creemos que la razón última de su
existencia enlaza con las búsquedas trascendentes de la
humanidad y como tal, se inscribe dentro de la tradición
arquetipal occidental y en el mundo representado por África,
Asia y Oceanía.
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La imagen de María Lionza llama al
contacto con la tierra y todos sus habitantes, siendo la figura
de la danta su vínculo inmediato con el reino animal. Esta
representación enlaza con las creencias de las tribus
orinoquences y rionegrenses, quienes, según nos relata Gilberto
Antolinez, se llamaban a sí mismos hijos de la danta, por lo que
esta representa su animal totémico. Según la cosmogonía piaroa-sáliba,
la makusi y makiritare, la fuerza vital del hombre puede residir
en cualquier animal, por lo que su alma se encuentra ligada a la
danta. Por esta razón su caza está prohibida. Según los Warire,
etnia ubicada en el Amazonas, el dios creador se llama Wahiri y
es el danto, animal de hábitos nocturnales y formas fantásticas
que sería quien según los Warire dio la vida a todas las cosas a
través del pensamiento, el cual precedió a la palabra y a todo
lo que existe. Para ello Wahiri se encerró en su choza y creó
máscaras, tras las que se encontraba lo esencial, concepto muy
similar a la noción de maya o ilusión manejada por el imaginario
hindú. De esta forma se realza la idea de mera apariencia que
caracteriza al mundo y sus pobladores, denotando además la
profunda conexión con el mundo espiritual que caracteriza
nuestras etnias.
El culto actual de María Lionza se
encuentra fuertemente marcado por las prácticas espiritistas
propuestas por Allan Kardek; probablemente es la práctica que
más se ajusta en nuestros tiempos a los cultos de posesión
propiciados por efecto de los alucinógenos, utilizados
comúnmente por las etnias aborígenes como medio de acceder a la
divinidad a través de estados de conciencia alterados. Parte de
los videos que se exhiben corresponden a rituales realizados por
sus devotos en Quivayo: al realizarlos pudimos accesar al mundo
de confluencias en el que navegan en paralelo tradiciones
católicas y adaptaciones afroamericanas, por ello sirven no
sólo como acto devocional para el creyente, sino se elevan como
documento del sincretismo religioso que caracteriza el culto
actual de María Lionza.
Sin embargo, debemos acotar que los
orígenes del culto y reverencia a María Lionza no necesariamente
se corresponden con una zona específica del país: es posible
seguir su rastro desde el Río Negro y el Orinoco y enlazarlo con
la tradición de los caquetíos, originarios pobladores de la zona
de Yaracuy donde se encuentra ubicada la montaña de Sorte y
Quivayo, sede principal del culto a la Reina.
Creemos que la presencia y
existencia de María Lionza bien podría estar esparcida por todo
nuestro territorio aborigen, ya que en el fondo de las
tradiciones indígenas de lo que ahora conocemos como Venezuela,
subyace la presencia de diosas que permanecen escondidas en los
recovecos de nuestras selvas y montañas, muchas veces
recorriendo sus territorios cabalgando animales salvajes. Según
otras creencias mitológicas, estas figuras femeninas muchas
veces se transforman en presencias serpentiformes, emparentando
sus imágenes con la de la boa, que -según el mito marialioncero-
rapta a la doncella y la lleva con ella a vivir en un palacio
subacuático.
Tras esta narración
mágico-religiosa se encuentra una forma de adorar a la Gran
Madre en lejanos territorios geográficos como la antigua Creta y
la cuenca mediterránea. A través de estas formas sinuosas,
emparentadas con el mundo lunar que caracteriza las imágenes que
provienen, permean y pueblan el inconsciente, la presencia de
María Lionza se perpetúa y repite, no sólo en América, sino
también en el mundo. |