Ximena Subercaseaux

Artista y docente chilena, residente en México

ximesubercaseaux@hotmail.com

La muerte del arte y las bienales

junio de 2005

Las teorías no son anticipaciones, sino un esfuerzo a posteriori, un darse cuenta cabal de una obra que no se captó mientras se realizaba.

André Lothe

El arte ha muerto, dice Arthur Danto[1]. Su teoría ha venido a reforzar el posicionamiento de quienes sostienen, a partir de Joseph Beuys, que si todo puede ser arte, nada lo es: abolidas las fronteras, el contorno que pudiese delimitar al concepto ha quedado disuelto. Yendo aún más lejos, hay quienes proponen eliminar la palabra Arte del léxico contemporáneo[2].

La teoría de la muerte del arte se proclama paradojalmente desde la institucionalidad del arte mismo, un suicidio entonces, un suicidio anunciado  mediante obras de arte, llevado a cabo con posibilidades de resurrección permanente. La tesis de la muerte del arte se vuelve estrategia de supervivencia.

PREMISAS PARA UNA MUERTE 

Muerte del arte, fin de la historia: ambas tesis presuponen la historia como un hecho progresivo, hacia un previsto fin.

Danto sostiene sus tesis a partir de las lecciones de estética hegeliana, destacando  la manera en que  Hegel se remite al arte como cosa del pasado.   

Resulta paradojal que en un mundo cada día más alejado de la idea, presa de un materialismo que contradice la teoría evolutiva del gran pensador, se le se enarbole  como sustento a la teoría del fin de la historia, que para Hegel conllevaba la idea  del triunfo del espíritu, la perfecta comunión entre la idea y la cosa realizada en el  ser consciente de sí mismo,  opuesto al hombre-masa que hoy somos, producto seriado, consumido y reproducido a través de los medios de comunicación.  

La idea de la muerte del arte se sustenta  en la premisa de que la historia del arte se construye en términos de progreso de la representación, de equivalencias perceptivas, desplazándose  éstas a comienzos del siglo XX desde el campo de la pintura y la escultura al campo de la fotografía y del cine, momento a partir del cual la pintura, supuestamente debilitada ante las nuevas posibilidades técnicas de la representación, se adentra por un camino de reemplazo de las equivalencias perceptivas por indicaciones de significado, proceso que a lo largo de un siglo culmina con la disolución del objeto artístico en  la teoría que le da origen. Esto, siempre que se den como ciertas las premisas:

-         que los avances tecnológicos condicionen los trabajos del arte, supeditando su ejecución al empleo de éstos.

-         que por representación se comprenda la imitación de un objeto visible.-          

Cada  posibilidad tecnológica crea un  campo de expresión, la posibilidad de un nuevo lenguaje. La aparición de un  medio tecnológico amplía el espectro de las posibilidades, sin existir una simetría obligada entre las últimas manifestaciones del arte y dicho medio.

 El principal material del arte no son sus medios técnicos, sino la memoria acumulada de sus logros, caminos, propuestas.. Así lo comprende Achillo Bonito cuando, en los  70, reaccionando ante el posicionamiento del arte conceptual neoyorkino, sienta las bases de la Transvanguardia, movimiento pictórico que nace a partir de una revaloración crítica del pasado pictórico y en particular, de la gran pintura italiana.

PINTURA Y  ESPACIALIDAD 

En el origen de la prolongada crisis del arte se encuentra la pérdida sutil y graduada de la noción del espacio.

La pintura trabaja con la espacialidad.

Un cuadro, desde cualquier planteamiento abstracto, figurativo o figural, demarca un espacio.  Espacio que delimita una visión de mundo. Visión que se ha venido desplazando desde el campo de lo cognoscible mediante los sentidos al campo de lo traducible a partir de estados de la mente.

La ruptura de la unidad del espacio pictórico que se da con mayor fuerza a partir del Pop art ,  debilita la espacialidad del cuadro acercándolo a formas de expresión gráficas, que bien pueden ser resueltas por otros medios. La pérdida del elemento espacial en la pintura ha afectado también a la crítica, que ya no sabe  por qué parámetros  evaluar una obra.

Al mismo tiempo, la corriente del arte que ha centrado el valor de la obra en el concepto, privilegiando la comprensión intelectual, minimiza el más poderoso vehículo de transmisión del arte: el estímulo a los sentidos.

Asimiladas a la institucionalidad del arte las vanguardias de décadas pasadas, el  arte conceptual atraviesa por un estado de anemia. Quizás  el mundo  en que nos encontramos insertos sobrepasa el impacto de una puesta en escena al interior del museo.

INTELECTO Y SENSACIÓN

Aquel modo de manifestación de sí mismo en las cosas exteriores, que llamamos arte[3].

Según el maestro de la teoría evolutiva hacia el espíritu, el arte ocupa un término medio entre la percepción sensible y la actividad racional: imagen de la verdad  a través de una forma sensible. Cuando Achillo Bonito propone la transvanguardia, afirma: un matrimonio entre Picasso (la memoria de la pintura) y Duchamp (el concepto):

Dice Hegel: “La imagen y la idea coexisten en el pensamiento (del artista) y no pueden separarse”[4].

Nada en las tesis de Hegel puede hacer pensar que se refiere  a la muerte del arte en general,  sino a la muerte de lo que Hegel (como Nietzsche un siglo después) considera el único gran arte digno de tal nombre:  el arte  de la antigüedad,  del clasicismo griego,  previo al cuestionamiento,  a la duda filosófica.  Por oposición, el arte moderno reclama de la filosofía su atención, “no para que ésta le conduzca a su fin, sino para que estudie sus leyes y profundice su naturaleza”[5]. (5) Los 3 movimientos implícitos en su teoría evolutiva: clasicismo, romanticismo, espiritualismo  (la cultura germánica que Hegel anticipa)  no se han cumplido. En un mundo de cosas, la idea,  aislada de los sentidos en la sala de un museo, tiende a apagarse. 

El arte se origina en la consciencia de sí, dice Hegel, consciencia que se obtiene de dos maneras: teórica, a través de la ciencia, y práctica, a través de la acción,  que lo impulsa a manifestarse en el mundo exterior y a reconocerse en sus obras, marcándolas con su  sello, dejando en ellas sus determinaciones. Teoría que encuentra su resonancia en Heidegger cuando define el arte como modo de manifestarse del mundo exterior: abrir la tierra, dice este último, señalando la relación dialéctica artista/obra como núcleo que remite a la pregunta de ¿qué es el arte? , pregunta que la filosofía seguirá haciendo mientras el arte exista, el que a su vez existirá mientras haya obra y artista: sin embargo, desde comienzos del siglo pasado y más de 20 años años antes de que Heidegger escribiera El origen de la obra de Arte, el urinario de Duchamp nombrado Fuente  señala el hito a partir del cual  al artista es también el que señala, el que descubre en un objeto de uso corriente un valor plástico agregado,  potenciando su significado. A partir de entonces la frontera que separa a la obra de arte hija de minuciosa factura, de la obra de arte originada en un señalamiento, se diluye progresivamente. Lo que Duchamp planteó como cuestionamiento,  poniendo a prueba los márgenes  de  apertura de los connaisseurs neoyorkinos de los años 20, es hoy un  recurso de pleno reconocimiento, propio de la institucionalidad del arte[6] 

GLOBALIZACIÓN DEL DISCURSO 

El debate acerca de la muerte del arte se da en el contexto de globalización de la información y el discurso, más no de las condiciones bajo las que dicho discurso surge:

tan grande el torrente de información al que hoy tenemos acceso como el abismo que separa los contextos culturales, sociales y económicos desde los cuales dicha información suele ser procesada.

Postular la muerte del arte desde una sociedad  tecnologizada donde el ciudadano común tiene acceso a los medios más sofisticados, no es lo mismo que hablar de la muerte del arte desde un país donde aún hay labores de alfabetización pendientes y la lucha diaria por la subsistencia deja poco espacio al vacío existencial. Los signos de agotamiento de las manifestaciones del arte en sociedades cuyo patrimonio cultural se encuentra desgastado, no debieran arrastrar en su desánimo a los artistas que trabajan desde una cultura en formación.

Por otra parte, los  museos latinoamericanos de arte moderno tienden a sumarse acríticamente a las políticas de difusión y alineamientos estéticos de los grandes museos de  Europa y los Estados Unidos[7], postergando y menospreciando la labor de difusión del arte producido en las propias  fronteras así como los intercambios a nivel latinoamericano, elementos sin los cuales se aleja la posibilidad de estructurar un discurso estético diferenciado.

ARTE Y OFICIO

“Todas las artes poseen un lado técnico que sólo se aprende mediante el trabajo y el oficio.----- El artista necesita esa habilidad que le confiere maestría”. (Hegel) 

El mayo francés, la revolución cubana y los movimientos sociales de fines de los 60  señalan el inicio de la ola de reformas en las universidades latinoamericanas, contra la verticalidad en la gestación de las decisiones académicas y contra la rigidez programática. Dicho movimiento, que inicia dentro de la tendencia hacia la integración social, se desvía a mediados de los setenta (bajo condiciones de sometimiento de los movimientos sociales) hacia la creatividad  como único principio de la gestación del arte. Manifestándose inicialmente como rebeldía ante los intentos de limitar la función del arte a goce de los sentidos de una elite, encarnado en una vanguardia vigorosa, fagocitado luego por la propia institucionalidad del arte, termina siendo succionado, esterilizado dentro del mecanismo que condiciona  al arte en su carácter de mercancía.

A partir de fines de los sesenta, los postulados y programas de las escuelas de arte  favorecen la creación por sobre el aprendizaje académico y ello evoluciona hasta  la situación actual, en que los maestros no pueden enseñar las técnicas de las distintas disciplinas  del arte antiguo porque las desconocen.   A modo de ejemplo, el postulado programático de la Escuela de Arte de la Universidad Católica de Chile, donde se lee:

“El gran objetivo de la Escuela de Arte es formar personas esencialmente creativas, capaces de penetrar en la conciencia de si mismos y de crecer hacia una nueva dimensión que preserve y cultive la naturaleza genuina del ser, a través de la expresión personal inédita que se concreta en obras visuales realizadas por múltiples medios técnicos e instrumentales. Para esto, el curriculum ofrece los medios adecuados que facilitan un aprendizaje a través de la creación, experimentación y un discurso conceptual contemporáneo, que permite a los egresados dar respuestas adecuadas a las necesidades de nuestra sociedad actual que dicen relación con las artes visuales”

Las alusiones a la formación técnica son mínimas, secundarias al currículo. Quizás llegue el momento en que nuestros críticos asocien la pobreza de las manifestaciones visuales de nuestros días,  en este caso de la pintura pero también del grabado, escultura y fotografía, con la mediocridad, superficialidad  y confusión  con que se imparte la enseñanza técnica en las escuelas.

CATEGORÍAS DE LAS BIENALES

A partir del  2000, la decisión de eliminar las categorías por disciplinas ha sido gradualmente adoptada por la casi totalidad de las bienales latinoamericanas, para substituirlas por dos subcategorías que reducen las particularidades de la obra a un asunto volumétrico: bidimensionales, tridimensionales.

Sorprende la imprecisión que dicha forma de agrupar conlleva, al menos en el caso de las obras “bidimensionales” compuestas por ensambles, aplicaciones, etc, que aportan a la misma, aún cuando se exhiba colgada de un muro, una tercera dimensión. La pintura misma es, en rigor, tridimensional, puesto que al enfrentar opacidades, texturas y transparencias no hace otra cosa que recurrir a los grosores (tercera dimensión) de la materia.

¿Cuál ha sido el objetivo de eliminar las especialidades en las bienales de arte?

Aparentemente, abrir las compuertas de la inclusión  y facilitar la  valoración de obras cuya  ejecución no se inscribe en alguna de las técnicas tradicionales.

Dificultad que siempre puede allanarse con la introducción de una nueva categoría, multitécnica o de “aplicaciones”, incluso  de una categoría especial para las obras que no entren en ninguna. Se afirma  que la mantención de categorías por disciplinas constituye un anacronismo propio de concepciones estéticas ya superadas[8]. ¿Se ha reflexionado con detenimiento las consecuencias que tendrá tal eliminación? Una de ellas  será, sin duda,  la paulatina  supresión  de las especialidades de pintura, escultura, grabado en las escuelas de arte. Disciplinas de las que se obtendrá a lo más un barniz, un compendio de lugares comunes.

¿En qué oficios se sustentará la condición de artista?  

El arte es una cadena,  no obra de una sola época ni de genialidades aisladas. Y ha estado, desde lo más antiguo y en sus más altas cumbres, ligado al  cultivo de un oficio.  Borrado éste ,  siglos de investigaciones, hallazgos y desarrollos  se pierden en el vacío de la desmemoria. ¿Qué queda? Un concepto romántico: el del genio surgido de la inspiración súbita, que por obra de  un intelecto privilegiado, produce una obra de arte. O si se prefiere llamarla de otra manera, una obra visual, un medio de expresión.

Sorprende, por otra parte, viniendo de posturas que han adolecido de laberintismo semántico y abigarramiento conceptual, que se termine clasificando las obras según dimensiones... lo que habla de cierto agotamiento a la hora de encontrar nuevas definiciones.  Mismos que hoy nos explican lo que el arte no debe ser, imponiendo a nivel de bienales una dictadura estética que proscribe las técnicas tradicionales o en el mejor de los casos, las relega[9].  Se producirá  entonces la paradoja de que, a nivel de escuelas y eventos de arte, dedicarse a  pintar, esculpir, grabar o dibujar resultará un acto de valor, una osadía, una decisión de vanguardia, ante el conservadurismo excluyente de las vanguardias de ayer, firmemente afiatadas en el establishment de los grandes museos, bienales  y fundaciones.

Nadie osaría decir que la música actual DEBE ser tal o cual cosa,  ni se opone a la saludable convivencia entre  eventos y bienales  de electroacústica, con eventos y bienales instrumentales, de composición, de música barroca, de tango, etc. A fin de cuentas, el arte responde a una necesidad humana. ¿Qué ocurre entonces, en el campo de las artes visuales? ¿Dónde se origina esta embestida muy particular hacia la pintura, que asume en ocasiones rasgos de revanchismo histórico?

¿Debemos aconsejar a los jóvenes pintores participantes en bienales, entregar obras aparentemente mal pintadas o inconclusas, que denoten un cierto desparpajo frente a la técnica, con el fin de ser aceptados por los jurados? ¿Desde cuándo, en qué momento hemos caído en esta situación de disciplina estigmatizada?

Si, como dice Arthur Danto,  “el futuro es una especie de espejo que sólo puede mostrar nuestro propio reflejo” ¿estaremos forzando el futuro del arte, por la vía de condicionar las muestras contemporáneas a escaparate de teorías que se suceden con la rapidez de un producto publicitario? Inmersos en la decadencia de nuestra época,  parecemos olvidar que toda muerte lleva en sí el germen  de una vida futura. Dar testimonio de dicha decadencia no debiera  el único criterio de validez impuesto al arte de nuestro tiempo. 

ARTE Y NECESIDAD

El arte, desde que tenemos memoria, nace de la necesidad humana de consuelo, de goce, de plegaria,  de rebeldía y de respuesta, más allá de los condicionamientos tecnológicos: la posibilidad de reproducir mecánicamente la voz no suprime el impulso que lleva al canto.  La posibilidad histórica de que el arte continúe enriqueciendo y dándole sentido a la vida humana, no va por el camino de convertirlo en material de relleno para un vacío que no alcanzan a llenar curadurías amparadas en ciertas corrientes filosóficas.  A la vez, la humanidad necesita, como nunca antes, pensadores que la iluminen, sin que se atrincheren en la esterilidad lingüística  de un arte elitista y hermético. Pensar que la creación y masificación  de nuevos medios técnicos nos obliga a recurrir a ellos, declarando obsoleto el pulso, el trazo, la pincelada...es tan absurdo como declarar obsoleta la caminata o la bicicleta.... ante la rapidez del automóvil.

De Cézanne a nuestros días hemos perdido en sensibilidad lo que ganamos  en avance tecnológico, y ello hace más árido y solitario el camino del artista. Pero de ahí a sostener que el arte ha muerto hay un paso de responsabilidad histórica, cuyas implicancias recién empezamos a visualizar.

Los  impresionistas del siglo XIX, al estudiar la naturaleza con los ojos de un tiempo nuevo,  nos mostraron un camino a seguir. Negándose a reproducir en sus obras principios de ejecución de un neoclasicismo anquilosado, fue la revisión,  reflexiones surgidas de un  mirar las cosas bajo una óptica nueva lo que dio las bases a su creatividad. ¿cuántos estudiantes de arte conocen hoy la concepción de la perspectiva de Cézanne?

Más bien debiéramos preguntarnos si no serán las  políticas actuales, tanto a nivel de escuelas como directrices de museos y curadurías de bienales,  las que están  ahogando al arte en un mar de manifestaciones efímeras, igualadas en su patética búsqueda de originalidad.

En cualquier caso,  para saber si el arte ha muerto o se encuentra en agonía o goza de buena salud, sería indispensable poder medir su vitalidad en los principales eventos contemporáneos, sin dejar fuera de ellos o  perdidos entre  la confusión imperante, los productos de las distintas disciplinas que poseen derecho adquirido a participar del debate, en el terreno de la imagen. Me refiero a las artes hoy proscritas: pintura, escultura, dibujo, grabado... y que sea el público quien de a cada cual lo suyo.

Que como nos enseñó Empédocles[10], las cosas no  mueren si no se transforman: sólo cuando caminemos bailando se va a acabar la danza. Habría que hacer de la vida un arte  para que este se acabara como trabajo específico o producto aislado. Y bien sabemos cuan lejos estamos de ello. 

Notas:

[1] Arthur Danto: “El fin del arte”. El Paseante. 1995. Número 22-23. 

[2] “Mi voto es por que el término *arte* se elimine definitivamente del léxico general contemporáneo, y que se lograra que se confinara exclusivamente a la producción de expresión humana que se dio desde la prehistoria hasta el fin del modernismo.
Si uno acepta la teoría de
Danto, se estará de acuerdo en que si la narrativa de algo llamado *arte* ha terminado, por tanto lo que viene ya no se puede llamar de la misma manera.
Independientemente de principios o fines de narrativas, el término *arte* es de por sí arcaico y confuso cuando se utiliza en un contexto cotidiano en el medio artístico actual *con excepción, por supuesto, de aquellos que siguen defendiendo la sobrevivencia del modernismo. Sus inconveniencias se han convertido en un lastre con el que hemos tenido que cargar y con el que no sabemos qué hacer en muchas ocasiones. Por no ir más allá, el uso de la palabra continúa la noción errónea que lo que se produce hoy llamado *arte* tiene que estar regido por los parámetros viejos que antes lo definían (por ejemplo, el virtuosismo técnico, el estilo, el medio, etc).” Pablo Elguera, Revista QHYA, Número 0. (Pablo Elguera se define a sí mismo como post-artista. Supervisa los programas educativos del Museo Guggenheim en Nueva York).

[3] Friedrich Hegel: De lo bello y sus formas (Estética). Planeta Deagostini. Pág. 20.

[4] Id. pág. 13.

[5] Id. pág. 13.

[6] Lejos estaba Duchamp de proponer con sus obras la muerte del arte:  “ ....única actividad por la cual el hombre se manifiesta como verdadero individuo”. M. Duchamp

[7] Guggenheim, Metropolitan Museum, Museum of Modern Art, Whitney Museum, Tate Gallery, Museo de Viena, Museo de Arte Moderno de Paris.

[8] “La diferenciación de premios en manifestaciones de arte bidimensional y tridimensional es la correcta en el momento artístico.  Es un anacronismo intentar distinguir en concurso las realizaciones plásticas entre pintura, escultura, grabado y arte objeto, las cuales todavía permanecen en algunos certámenes y que son residuos de los conceptos de la estética constituida desde el Renacimiento hasta el siglo XVIII con las Bellas Artes.”  Ramón Armela, doctor en artes visuales.

[9] “Vemos pues, que la pintura que está por venir y que debe de surgir del ambiente de “dispersión artística” que domina la contemporaneidad, ha de tener una fuerte carga de diseño en su concepción y cierto espíritu neodadaísta, como características nucleares para ser validada. Pero, para no nacer muerta, deberá de marcar la diferencia con lo ya realizado en este sentido, buscando una identidad propia que le posibilite reivindicar su lugar. Me parece entrever, una pintura de características constructivistas con una estética cercana a las nuevas tecnologías y al diseño cibernético, así como las que surjan a partir de composiciones basadas en la geometría fractal; una nueva pintura que contribuya a reforzar esa sensibilidad estético-tecnológica, signo de una cultura global que parece universalizarse tan rápidamente.
Esta, es la opción con más posibilidades para pensar en una vuelta de la pintura, que pueda provenir de los planteamientos conceptuales que dominan y rigen con fuerza los dominios del arte contemporáneo actual.
(Pablo Paniagua. Réplica, N°21)

[10] “...que no son por cierto de alcance largo sus mentes,

pues esperan confiados

que se engendre lo que antes no era,

y que algo muera o del todo perezca.”

....“Así es como las cosas son en su forma primigenia;

pero las unas confluyendo con las otras,

engendrándose tan solo diversas en aspecto,

pues solo se cambian

por desdoblamiento”: (Los Presocráticos, Colección Popular. Fondo de Cultura Económico)