Willy Aranguren

Docente e investigador. AICA, Capítulo venezolano

willyaranguren@hotmail.com         

Un acercamiento a los pintores populares de la calle  

Sin duda alguna existe una concepción errada, diríamos también peyorativa cuando se habla de “Pintores de la Calle”. Pareciera ser que quien se refiere a estos profesionales, de alguna manera, piensa en personas informales, no disciplinadas, con una vida de bohemia, alentadas más bien por la necesidad de la subsistencia, con un propósito, como se dice, de  actuar hacia  un solo norte: vender sus productor pictóricos.

Tratar de definirlas o encasillarlas puede ser peligroso y hasta arbitrario a la hora de su estudio, a la hora de saber cuál es el verdadero lugar que ocupan, en este caso como venezolanos, como pintores.

Es cierto que, en la mayoría de los casos, se trata de personas autodidactas o que han recibido pocas nociones o instrucciones del difícil trabajo de pintar o que no han seguido una carrera de reconocimiento y auto-reconocimiento, a partir de su intervención en eventos públicos como exposiciones, certámenes o este tipo de asuntos.

Hay muchos hechos para pensar que posiblemente no operan en todos o que tienen sus variables o incidencias: por ejemplo: hay un mundo o un mercado para ellos, sin inmiscuirnos en los juicios valorativos y  plásticos, sino por el hecho del gusto de que sus pinturas “se parecen a la realidad”, al paisaje “que yo veo, que observo”, el “igualito que tal cosa”;  hay una “clientela” compenetrada con este tipo de pintura; existen unas relaciones comerciales pues ellos deben comprar sus pinturas, “preparar” sus telas, ir de puerta en puerta o de bar en bar, de negocio en negocio, ofreciendo su “mercancía”, que por supuesto no se trata de una obra seriada como potes de sopa, pero que también, en  oportunidades, los cuadros son hechos a la ligera, sin ningún reposo determinado; una  pintura rápida, demasiado rápida, diríamos, donde la urgencia es vender, a como de lugar.

Pero también existe en otra oportunidad, el reposo, la investigación a sus maneras, “la pensadera” para realizar tal o cual obra; nos encontramos  además con el vil o placentero encargo que distrae la creatividad en aras del consumo.

De forma que se trata de un mundo sumamente complejo, como cualquier otro y que entra en una competencia hasta desventajosa con la llamada “pintura culta o académica”, un rechazo por cuanto ésta puede considerar que se invade su terreno, sin “los requisitos” para ello. Por otro lado, este pintor de la calle tiende a marginarse, a “vivir su mundo”, lejos de una competencia “académica” donde no tiene cabida, donde es rechazado por cuanto el salón, la Escuela de Artes (a nivel medio o superior) no han sido pensadas para ellos, o para el tipo de arte que realizan.

En algunos casos, no se escapa además, en estos pintores,  un cierto sentido de banalidad, de copia de cromos, de hacer una pintura cruda, una pintura donde no existe una atmósfera. O de “colores chillones”, o donde se le niega la entrada al buen uso de simples conceptos plásticos como la perspectiva, el color, la utilización de un buen soporte, la imprescindible necesidad de dibujar, el conocimiento de lo cromático, la necesidad o el conocimiento de la historia del arte (si se quiere), el sentido que debe tener la investigación, el acercarse a los museos, a las exposiciones. Sólo una creatividad genial, o por lo menos fuera de lo común, supera estos problemas: Bárbaro Rivas, Emerio Darío Lunar, Salvador Valero, entre otros.

No escapa además el hecho de la necesidad del reconocimiento, de ser pintores que han dedicado su vida a este mundo, que tienen 20, 30, 40 o más años, pintando, haciendo de esta actividad del alma y de la mente, su modus vivendi. El hecho de pasar por esta vida, haciendo un arte para hoy, un arte para lo cotidiano, para el diario vivir, debe contar, debe tener  reconocimiento, máxime ahora cuando se habla de la fuerza de las minorías, de hacer justicia, de darle un valor mucho más justo a lo hecho por el pueblo.

Aunque hay también una cierta desconfianza de lo que provenga de fuentes oficiales, de “protectores”, de “gente interesada” por cuanto se teme ser utilizados “como trampolín”, como personas que pueden ser beneficiosas para una determinada causa particular, individual y hasta egoísta, para ser olvidados más adelante.  

Y es que, por otro lado, ha habido poco interés de los investigadores, críticos,  historiadores de arte, por estudiar o por dar a conocer estos problemas o estos hombres y mujeres con sus motivaciones. De hecho hasta excluyente pues pocas son las mujeres  “pintoras de la calle” que hemos encontrado!!. Aunque, en cuanto a estudios e investigaciones,  tengamos sus excepciones más bien particulares, en Venezuela, en los casos de Francisco Da Antonio, Juan Calzadilla, Perán Erminy o Marino Díaz. O en la labor de instituciones como el Museo “Salvador Valero”, el Museo de Arte Popular de Petare, la Galería de Arte Nacional, entre otros, pero todo ello se diluye en el tiempo y en el espacio, como una actividad más bien marginal, de unos “marginales”, de unos “Creadores al Margen”, como fue llamada una muestra hecha, en el año 1980, en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. Estos  “Pintores de la Calle” han estado incluso más distanciados de estas prebendas que “aporta”  el capitalismo consumista.

Lo cierto es que además, hay sitios “especiales creados” por estos pintores, como también, en cada ciudad hay una “Calle del Hambre”: en Mérida, Maracaibo, Caracas, Puerto La Cruz. Aquí en Barquisimeto se reúnen en la Plaza Los Ilustres, en la placita frente al Hotel Príncipe, frente a la tienda “Fin de Siglo” (¿?) o deambulando por ahí, en la Avenida Vargas o en otros lugares. Y no podría haber UN SITIO  para estos “Creadores al Margen” donde pudiesen reunirse, intercambiar mundos, ideas y opiniones y por supuesto vender, seguir subsistiendo??!!. Es una buena pregunta. No se trata de vendedores de mercancías, de vendedores informales, sino de personas que hacen una obra, de personas que, de alguna y muchas maneras, acentúan o incrementan la idiosincrasia, la pertenencia, de creadores de imágenes, buenas o malas, de acuerdo a la óptica de cada uno.

Intuyo y comprendo que muchas de las carencias  expresadas anteriormente se deben a problemas de educación, de formación, bien informal y formal, que deben ser eliminadas,  pero no con un sentido de protección paternalista desde el Estado o desde las instituciones que trabajan para con el arte, más bien con la ayuda o el asesoramiento de estos.

Se trata de un proceso de transformación donde exista mucho de auto-valorización, de no marginarse, de unirse, de integrarse desde lo que se hace, pero mejorado en cuanto a procedimientos, técnicas, recursos, conocimientos plásticos, sentido de creatividad aunado a un sentido de pertenencia, asunto positivo, gratamente observable en la mayoría de estos artistas. En Barquisimeto, debido a esa onda concéntrica e histórica que suele suceder, muchos emulan por ejemplo, a Rafael Monasterios, a José Requena, a Trino Orozco, Hugo Daza, y otros, muy pocos, los desconocen, pero sí se identifican con el paisaje larense, con los crepúsculos, como un pintor de Caracas, que no conociendo a Manuel Cabré,  puede pintar cientos  de veces el Ávila. No negamos que el exceso de trabajos en serie, acarrea el hecho de desmejorar el producto, de hacerlo mediocre, asunto que se debe evitar, pero “la necesidad tiene cara de perro”, reza el dicho popular. Podría entonces mejorarse ese producto cuando existan las condiciones educativas, los acercamientos a los museos, a las galerías, a los libros, a las películas, al Internet, a diversos medios.

Vienen al caso todas estas elucubraciones y reflexiones, en el marco de un primer acercamiento del Museo de Barquisimeto y por cuanto desde la recién inaugurada Galería Municipal de Arte de Iribarren, se tienen planes precisos para integrar o seguir integrando a estos pintores a los museos, a los espacios galerísticos, donde además la Licenciatura en Artes Plásticas de la UCLA debiera tomar cartas en el asunto. Es cierto que existen otras experiencias de acercamiento, en el caso de nuestra ciudad que se deben fortalecer desde el Museo, desde la Alcaldía de Iribarren, desde la UCLA, desde el Ateneo. Por nuestra parte, como investigador y crítico de arte, estamos haciendo un Diccionario de las Artes Visuales Larenses, donde hemos incluido y seguiremos  incluyendo  a estos creadores al margen.

El domingo, 12, desde el Museo, llevamos a cabo una maravillosa experiencia con alrededor de unos 12 de estos pintores, con un jurado compuesto por Marisol Castillo, Sandra García y quien escribe esta nota. De verdad que este acercamiento nos llevó a otras facetas del arte al que poco estamos acostumbrados pero que existe, con sus relaciones, sus pertenencias, sus conflictos, sus intereses y formas de ser, pero sobre todo, con una gran calidad humana, una gran sencillez por parte de quienes participaron como fueron los casos Ángel Escalante, Eladio Marcano, Marco Hernández, Javier Liscano, Francisco Chávez, Numa Abarca, Rubén Álvarez, Freddy Vázquez, José Luis Gles, Víctor Ramón Zambrano, Rosita Boraure, en el cual resultaron premiados, Vázquez, Liscano, Álvarez y Zambrano.

Lamentamos que no hubiesen sido unos 30 o 40 los participantes por cuanto Barquisimeto tiene mucho más que esa cantidad de pintores de la calle. En ellos se reivindicó el arte, Monasterios, La Cuesta Lara, el mismo Museo, sus pasillos y jardines, las inmediaciones de la plaza Bolívar, de la Placita Lara, con un espíritu de lo añejo, de lo contemporáneo, del rincón que pertenece al Barquisimeto de siempre, del sitio de la añoranza. Y en este sentido ganaron la ciudad, los artistas, el Museo. ¡Enhorabuena por esta experiencia que debiera repetirse siempre!