Willy Aranguren Profesor Historia del Arte. UCLA. Crítico de Arte. AICA, Capítulo Venezolano |
El valor de los pininos (cuento) mayo de 2006 |
En un lejano y frío pueblo de Los Andes, de nombre Jajó, un viejito indio como de 90 años, caminaba medio encorvado “masticando” chimo, mientras observaba la cerca de piedra y el huerto repleto de perejil, chayotas, romero y cilantro. Olía a pan acemita, a biscochuelo, a paledonia, a pan blanco como la hostia. Su nono, nacido, uyuyui!!!, en tiempos sin memorias, más allá de las montañas y las cumbres merideñas, le había enseñado, cual chamán, las propiedades milagrosas del díctamo real y bañarse en romero para alejar los malos espíritus y las “influencias”. En el juego, que era trabajo, un nieto, de los muchos, bebió el néctar del desyerbar, de la guayabita y del durazno caídos de la mata solariega, esperados por las picapiedreras y por Rufino, gallo chango y espueluo, rey del solar. El niño hacía panes, empanadas y cementeritos de barro, se calentaba las manos en el horno de leña, imitando faenas y entornos necrofílicos. El amor por el trabajo, que se lleva dentro, se convierte en alegría consuetudinaria y viceversa. Así se va andando pero queda la nostalgia de lo colectivo, de lo familiar, de los convites, como herencia ancestral: ñor Olegario, el que daba barbitas; el padrino Cipriano, de grandes mostachos, lochas en la faltriquera y pasado guerrero en las montoneras contra Gómez, aliado a los Araujo, casa donde la abuela Rafaela había sido doméstica; del padrino Herminio, el del Arbolón, con su trapiche y olor a panela, a melao y con su sapiensa a flor de labios. Por estos lados llegaban los parameros, con sus dientes forrados en oro y chimo, con sus carcajadas de alegría por el viaje y la faena cumplida. Una recua de mulas paperas, venida de Tuñame, traía el olor al páramo y al frailejón, dejando la estela de excrementos no disimulados de los animales. El trueque y el comercio se efectuaban y, más adelante, los gallos peleadores con sus espuelas, salían a relucir en las manos gruesas y campesinas del tío Cleto, mientras rodaba el michito del encuentro, al lado de la sabrosa papa birroya, arenosa y mantequillera. Una rockola lejana palpitaba en la canción de Antonio Aguilar: “ya va llegaaaaannnnndo la máquina pasajera!!!”….Cuál máquina sería esa ..cuál!??...La única máquina conocida era la del musiú que vivía en la casa de la abuela, que por petición de el mismo fue su mamá, su nona….Era la catapila ….olor de tierra, a lluvia, a siembra, rasguños de las entrañas de la Madre Tierra, olfatos que nos reconciliaban con lo ancestral… -Dígame, nono, por que huele sabroso la tierra que se mueve!!?? - Porque de la tierra somos, hijo, de ahí venimos y pa´ allá vamos!, reflexionaba el bisabuelo, el nono, mirando hacia el firmamento. Se fueron las mulas, vino la camioneta de Fernando, con su corneta musical de las cuatro de la mañana: “tatataratatata”, “se le cayó el tetero”, despertando hasta los locos, cuando la gente ya estaba echándose su primer guarapo y su pan aliñao….Los locos… Bencelada, Rafael (La Flaca o la perra paría ¡!!!), Pompilio, seres que se perdían en las lunas y que en la vieja pensión de la abuela Rafaela tenían su cobijo y alimento. El deseo fue siempre compartir amor con seres alucinados por cualquier cantidad de animas que se escondían en la capillita del cementerio y que hacían volar a las gallinas nocturnas desde patios ajenos a los propios y en dirección invertida, mientras que una bruja hacía ruido en el techo cansado de tanto viento y frío: “Venga mañana por sal”, solía decir la gente para romper el hechizo. El Sacerdote, el Padre del pueblo, alto, buenmozo, jugador de ajiley, con botas y revolver (por si acaso), solía reírse, comprensivo, de estos fantasmas mientras que mandaba a tocar las campanas de la misa del gallo. “Dejar” era la última campanada prístina, solariega, estimulante y con olor a santidad. De todos los rincones, de Pueblo Nuevo y de Pueblo Viejo pululaba la gente deseosa de misericordia y espiritualidad. - Abuela y Por que el Padre tiene que lavarle los pies a esos hombres. Por qué no se los lavaron en sus casas…Por que tienen que quitarse los zapatos delante de tanta gente??!! - Chito, Oiga la misa!!!. Iglesia grande, grandísima y Vía Crucis que daban ganas de llorar y como de ser. - Pobre Señor…Por qué lleva esa cruz tan pesada y esas espinas en la cabeza!!??.... En la mirada de la gente hay pasión y resignación…Se alejan los pecados. No hay que seguirle tirando piedras al paují del señor Pineda porque nos corre, ni hay que estar jugando frente al cementerio porque no se respetan las animas y nos “espantan”. Olores a incienso para llevarnos a la santidad, como llenarse la barriga de curruchete, de cabello de ángel y de dulce de lechosa. Por allá veo sentada a Mamá Chayo, mujer matrona, madrina de todo el pueblo recorriendo casas, chozas, ranchos. Sobando. Andando y desandando caminos para traer niños al mundo, para ayudar a alumbrar… Pero qué alumbrarían y para que ¡!??...Alumbraron el cuarto cuando nació Marisela quien lloró en la noche de los gallos relojeros y de los cantos en seguidillas. La tía Isabel, quien y que cantaba como la misma Libertad Lamarque, explicó tácitamente: “Vino la Cigüeña, nació tu hermana Marisela del Carmen”. Luz, alumbradera, vida que se ejercitaba en lo cotidiano, en el compadrazgo, en la guitarra y en la sinfonía del Tío Pedro, muerto con los pantalones puestos, en trifulcas de faldas. Vuelta en años, almanaques desvaídos no cambian alegrías, recuerdos y nostalgias. El turismo mierdero de la cocacola no ha llegado hasta allá, ni la fulana globalización. Los viejos se fueron con las animas y los fantasmas a esconderse todos juntos con la voz ancestral, detrás de la puerta de la capillita. El horno frondoso de panes se apagó, la casa se volvió chiquita pero sigue atravesando de calle a la otra calle del solar. Volaron las gallinas para otros patios, Myrian la sorda anda rondando, la perra blaky se fue. Pero los azulejos, arrendajos, chupitas, siguen viniendo para preguntar por los abuelos, por los nonos, por los locos, por los pensionados, por los hijos de los hijos, y por los otros venidos de Europa que se quedaron; por el poeta pintor de barbita fina que se llamó Carlos Contramaestre, el médico del pueblo aliado a Mamá Chayo. El ingenio afortunadamente sigue rondando. |