Luis Delgado Arria

delgadoluiss@gmail.com

Poesía y revolución

21 de julio de 2006

Esta semana celebramos en Caracas y varias capitales de estado venezolanas el Tercer Festival Mundial de la Poesía. 

Ir, asistir, participar en este evento es percatarse casi de inmediato que su factura es diametralmente diferente a los eventos que existían en el país antes de arrancar este profundo proceso de cambios. 

Si antes gozábamos la fiesta de la palabra por la palabra, una conmemoración de la belleza, ahora respiramos el frescor de cada evento una poesía militante de su tempo, empecinadamente posicionada, crítica e hipercrítica de los desvaríos del neocolonialismo (más conocido como capitalismo salvaje). 

Pero la poesía es por su naturaleza hipercrítica de sí misma; y de sus apuestas y aventuras políticas en contextos reales mejor conocidos como real politik

Cabe entonces la pregunta: ¿hasta qué punto puede ser (o hacerse) la poesía una bandera candorosamente militante, política, y más aun, revolucionaria? 

Si nos atenemos a lo que algunos famosos han abundado sobre el significado del término “revolución” veamos la perspectiva de un político terrófago-megalómano como Napoleón. 

Para el célebre conquistador francés una revolución no es sino “una opinión apoyada con bayonetas”.  

Esto es, es “un círculo vicioso que comienza con un exceso para volver a él”. 

Por eso, para Napoleón: “Jamás habrá revolución social sin terror”.  

Pero, ¿puede la poesía avenirse con el ejercicio del terror, más aun, puede celebrar sus desmanes, y seguir teniendo validez como tal? 

¿Puede forjarse una poesía en favor de los vencedores de siempre sin derivar en última instancia en flaca propaganda distractiva, alienante, esto es, actuación malintencionada de lo grosero-diletante en tiempos en que vivimos en el planeta más de 20 guerras de alta o baja intensidad. 

¿Puede ser tenido lisamente por poesía una lindeza producida para edulcorar el banquete de los oficiales del consenso, del estatus quo, del achante ideológico y de la pseudo-praxis revolucionaria. 

Víctor Hugo creía que una revolución es, por definición, la larva inequívoca con que una civilización emerge.  

Y como toda civilización produce, factura su poesía, revolucionar lo social involucra (necesariamente así) revolucionar las formas que describen y acompañan (y reactivan) el proceso dialéctico de revolucionarse cada uno a sí mismo. 

Y revolucionar el hoy junto con las prácticas manidas que a todos de maneras diferentes pero alarmantes nos acompañan. 

Esto a objeto de poder catalizar luego eso que por facilidad emplazamos como renacimiento, regeneración, rehechura, revolución colectiva. 

Los volcanes arrojan piedras, y las revoluciones, hombres --profesaba el poeta Víctor Hugo--. 

Durante nuestro Festival Mundial de la poesía no sólo celebramos así la aparición de una renovada sensibilidad que busca recuperar la sintonía de una vanguardia estética junto con otra social y política de corte axiomáticamente revolucionaria. 

Poetas y público (que una manera valida y además, imprescindible de buscar aventurarse en la praxis de la poesía) vamos buscando juntos una voz, una temperatura desde la cual nombrar, y alquimizar lo incomprensible, lo difícil, lo misterioso de este proceso. 

Recuperar la memoria, reestablecer la validez (y necesaria limpidez) de un designio colectivo.  

No es verdad, como creía Napoleón, que: “en una revolución, todo, absolutamente todo, se olvida”. 

Más bien, la poesía revolucionaria es recuerdo, tónico, sabia vivificante.  

Atreverse a hacer, a escuchar, a vivir en el ámbito cuestionador de la poesía es beber en la fuente misma de un hoy crítico de nuestras condiciones concretas de xistencia. 

Esto es, como sospechaba el poeta Arréat, hacer y comulgar en la en nuestra poesía necesaria, es reinventarnos, (repararnos y re-parirnos) mientras bebemos en “la fuente profunda de todo lo inexplicable”.