Juan Calzadilla Artista plástico, poeta y crítico de arte venezolano |
A propósito del Centenario de Pablo Neruda Poesía social y utopía en América Latina 2004 |
Voy a empezar este artículo citando una declaración que Vicente Huidobro diera, en París el año de l924, al poeta y periodista chileno Alberto Rojas Jiménez:
- Quiero ir a Chile para hacer la revolución. Mi anhelo más alto es crear un país. Y crear este país en la tierra en que nací es
mi sueño de todas las noches. Sí, ir a Chile y hacer allí la gran revolución. Llevar de acá (de Europa) la mejor gente, los
mejores ingenieros, los mejores músicos, los más grandes arquitectos y los dos o tres únicos poetas que hoy existen, capaces de
crear un país como el de los faraones.
Tal opinión, aparte de ser representar utópica, pareciera disonante o contradictoria, oída de alguien
que como Huidobro consideraba la poesía como fin en sí mismo y que incluso fue cuidadoso en insistir categóricamente en que el
poema, el poema que él hacía, es un invento. Si es un invento es un objeto y si es un objeto es autónomo. El poema es una invención
de la materialidad de las palabras. Y Huidobro lo explica metafóricamente con una fórmula mil veces citada, que sigue teniendo mucho
éxito: Las vanguardias poéticas surgieron en Hispanoamérica en el marco de proyectos utópicos que expresaban propósitos y anhelos de cambio y transformación de las sociedades, y ellas mismas se explicaban como avanzadas del progreso dado que no sólo pretendían efectuar las reformas del lenguaje poético y la ruptura con la tradición estancada en las retóricas romántica y modernista, sino que también se sentían comprometidas, a través de la revolución del lenguaje, con los proyectos de reforma de las sociedades, es decir, con las utopías del pensamiento político. Sería injusto, por tanto, juzgar la modernidad poética en Latinoamérica confinándola, como se ha hecho, a la idea de un progreso exclusivamente formal, de espaldas a la realidad. Como cabría pensar si nos tuviéramos que referir a gran parte de la poesía que se escribe actualmente. Las poéticas de la modernidad encajaban en las expectativas de progreso que la sociedad tenía de sí misma en el marco de la utopía latinoamericana. En otras palabras, se trataba de una poesía cuyos públicos le garantizaban plena presencia social. Entraban en el ámbito de las poderosas razones que tienen los pueblos para soñar y de cierta manera se presentaban como la ilusión materializada de esos sueños. Perpetuaban la tradición épica de los siglos anteriores. Ahora bien, la poesía no es social sólo por su contenido, por la intención que abrigue, por las ideas que exponga o por la actitud o los compromisos políticos o éticos de los que la escriben. Es social cuando es capaz de encontrar respuestas positivas en el imaginario colectivo que la asume como su representación. Cuando el colectivo se siente representado por los poetas, aún si el contenido de la poesía no fuera social. De forma que lo social es inherente a la función que cumple la poesía cuando se completa su significación a través de la expectativa que llena en el cuerpo social. Pablo Neruda es paradigmático a este respecto, no sólo porque es nuestro poeta social por antonomasia de la modernidad, no sólo por los mensajes de u obra, sino también porque lo es de cara a los lectores que se veían representados y personificados en su obra. Neruda encarna el paradigma retórico más exitoso e influyente de la poesía social en Hispanoamérica durante varias décadas, por lo menos hasta los años cincuenta. Para entender las razones de su éxito hay que comprender que él depone o ausculta su individualidad para asumir el ser de lo que se creía era o debía ser Hispanoamérica en una suerte de épica cuyo protagonismo autobiográfico es expresado por el poeta como una teluricidad infusa en el sentimiento de pertenencia a la naturaleza o al pueblo que se siente hablando en su poesía. He aquí su tono general, que tomamos de la Elegía a Machu Picchu:
Y como una espada envuelta en meteoros/hundí la mano turbulenta y dulce en Proponiéndose como intérprete social, Neruda nos muestra que cada hombre al hablar no es sólo uno, sino todos. Puede arrogarse la voz de cualquier cosa terrena o inmaterial siempre que se inscriba en el orbe identitario de la totalidad del cuerpo social a donde nos convoca en su prepotente monólogo. El carácter de la poesía que, con la influencia de Neruda, domina en el panorama de la lírica hispanoamericana de las décadas del 30 al 50 es en virtud de eso eminentemente social.
II Lo característico en América Latina cuando juzgamos a sus grandes poetas es que éstos constituyen individualidades aisladas en sus propios universos, renuentes a adscribirse a escuelas, movimientos o grupos. Las agrupaciones vanguardistas que se forman dentro de los procesos de internacionalización desaparecen pronto y carecen de continuidad, succionados por las resistencias que generan en ellos mismos al dar lugar a la aparición de voces superiores al colectivo, como se aprecia en el discurso de poetas sobresalientes como Drummond de Andrade en Brasil, Girondo y Juan L. Ortiz en Argentina, Neruda y Pablo de Rocka en Chile, Wesphalen y César Moro en el Perú, Ramos Sucre en Venezuela, De Greiff en Colombia, Carrera Andrade en Ecuador, para referirme a unos pocos. Sin duda que cuando se examina la poesía escrita a partir de la década del sesenta, se siente que las argumentaciones para hablar de una poesía social en nuestros países parecieran irrelevantes comparadas a las del período descrito antes. Esa irrelevancia tiene su origen en el hecho de que la poesía ya no es representativa más que de los poetas que la hacen y no va de la mano de la sociedad por encontrarse los poetas lejos o aislados del curso de las motivaciones sociales de nuestra época, lo que no quiere decir que la poesía en sí misma sea menos social o que, por esto mismo, se escriba hoy una poesía inferior. O que esté elaborada con códigos más indescifrables de los que empleaban los poetas de la modernidad. Por el contrario, hay se escribe pensando en un lector más exigente y cultivado que el de ayer.
Pensando más en un lector que en un público, en un lector que posee mayor rigor crítico y posiblemente
mayor diversidad de exigencias que el lector de cualquier tiempo pasado, al punto de que el número de los que hoy escriben poesía,
como si encontraran refugio en ella, se incrementa cada día más en proporción al decrecimiento del público de poesía. Sin duda
que las poéticas actuales se tornan más desconfiadas de lo social en la medida en que están Puesto que la poesía no termina en ella ni en el esfuerzo de escribirla, sería vano pretender que haya alguien que sólo la hace para sí mismo. Para satisfacer su propio ego. |