Si volvemos nuestra memoria al pasado
descubriremos como las instituciones estatales en nuestro país han
cambiado en innumerables oportunidades de nombre y de icono. En reuniones
y comités se dan nuevos nombres, en un espíritu renovador que busca, en
teoría, reordenar el aparato del estado y reasignar funciones en provecho
del ciudadano.
Dentro de ese reordenamiento el estado crece
y muta, se transforma y se subdivide, mientras su imagen es cada día más
indefinida, cambios de todo tipo hasta de corte ideológico terminan por
configurar un estado que en términos de imagen es absolutamente
incoherente e ineficiente.
A pesar de los esfuerzos por organizarla (si
los ha habido), la imagen del estado venezolano pudiese verse como una
gran competencia de miles de grafismos, de inconsistentes y diferentes
grados icónicos que en su conjunto lejos de unificar, buscan diferenciarse
conspirando unos contra otros; logrando al final un todo antiestético,
fragmentado y caótico, alejado totalmente de esa imagen consolidada que un
estado eficiente debe proyectar y transmitir. Una imagen no uniforme e
inconsistente que delira y le cuesta y le ha costado al estado una gran
grandísima suma de dinero, producto del despilfarro antiestratégico, un
comedero de gastos que justifican la posible y factible gran corrupción en
millardos de volantitos y papeles feos e ineficientes.
En resumen, una ineficiencia visual que lejos
de sumar, resta; una respuesta palpable y evidente de la ineficiencia o
inexistencia de una gestión gerencial estatal de imagen estratégica.
¿De donde nacen nuestros problemas?
Analicemos nuestros principales elementos de identidad de país.
Los colores patrios:
En la oportunidad en que me tocó crear los estándares de identidad del
Pabellón de Venezuela en Expo2000 Hannover, Alemania, me topé con la
realidad de que los colores de la bandera de Venezuela no tienen un
estándar de compositivo o algún parámetro que permita definir la
característica técnica de ese color. Ese amarillo, ese azul y ese rojo, y
digo “ese” por buscar ese rasgo de unicidad de debería caracterizar a un
color específico; es precisamente esa especificación la principal
carencia. Dicho de otro modo: al no existir una norma que regule la
composición del color el amarillo, por no estar especificado, puede ser
cualquiera entonces, cualquier tonalidad de amarillo, sobre todo si
contamos adicionalmente con el carácter subjetivo que el color tiene por
sí mismo.
En una oportunidad durante unas elecciones de
la 4ta. República frente al entonces Consejo Supremo Electoral se planteó
una polémica sobre el uso de los colores de los partidos en función del
estándar mundial “Pantone” (una especificación de color con el aval
mundial de ISO). Se planteaba entonces que ningún partido debería usar el
color “Pantone” del otro, cosa muy difícil de implementar pues el color es
un genérico y no puede registrarse en propiedad. |
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La bandera nacional:
A pesar de que existe en nuestro país una ley de banderas y escudos, no
existe ninguna especificación sobre el uso vertical u horizontal de la
misma y tampoco las proporciones de cada franja, y ni pensar de una
descripción del tipo de diseño o construcción de las estrellas y del
origen del arco que ellas describen, mucho menos del uso de algún escudo
específico y su ubicación, sin volver a caer en la incertidumbre el citado
vacío de especificación del color.
El escudo venezolano:
Si bien se conocen descriptivamente los elementos heráldicos que componen
cada campo, es de democrática concepción los grafismos a usar, no
existiendo tampoco ninguna especificación del dibujo o un prototipo a
copiar o repetir.
En la actualidad existe infinita cantidad de
versiones del escudo sin que nadie conozca cual es la verdadera versión.
Yo mismo coloqué en Internet una versión de mi gusto, por aquello de sus
buenas proporciones, pero ella peca de poca capacidad de reducción, una
versión con elementos simplificados haría seguramente mejor trabajo y
requeriría de ciertas lógicas restricciones de uso, así como tamaños
mínimos o versiones monocromáticas.
En resumen nuestros principales elementos de
identidad son: repetiblemente inconsistentes, sin un estándar o normativa
que los regule, homogenice y los haga publicables, que les permita
aparecer con la misma dignidad; una fluctuación de calidades que
paradójicamente en los actuales tiempos digitales de multiplicación y
clonación, se encuentra anacrónica y en peor situación hoy que en tiempos
de Antonio Guzmán Blanco.
Una realidad así debería de llamar la
atención de cualquier país inteligente, pero vemos por el contrario cada
día y con mayor intensidad la gran irresponsabilidad y empirismo de los
responsables de la “ingeniería de imagen” en las comunicaciones del
aparato del estado.
Creo que el estado debe de revisar el modo ingenuo y la superficialidad
con la que se ha venido manejando desde tiempos muy remotos la
problemática de la identidad de nuestro país y que involucra su más
preciado activo. |
Para muestra un botón:
Los concursos de diseño convocados por el estado
Una de las manifestaciones más empíricas de
promover la participación ciudadana es originada en el pensamiento trivial
y tradicional que se basa en el paradigma de que “cualquiera puede hacer
un logotipo o un símbolo o emblema ”(peyorativamente designado como
dibujitos). Tan evidente es, que incluso se ignora en la convocatorias de
prensa la existencia de profesionales graduados o estudiantes de escuelas
de diseño y se invita a participar al soberano pueblo de Venezuela para
que se ocupe de tan delicado e importante activo del estado, sin que nadie
sospeche no solo la injusticia de tal acto, sino las nefastas
consecuencias de tal modo de actuar.
Dicho en palabras irónicas: es natural aquí
en Venezuela que aviadores, amas de casa, plomeros y agentes de seguros
participen con sus ideas en la gran fiesta del “dibujito”, claro teniendo
naturalmente como jurados a maestros de primaria, abogados y arquitectos
paisajistas o paramédicos.
Ciertamente me gustaría saber por qué el
diseño o la comunicación visual no es respetada como profesión, como si se
respeta a la de arquitectos o ingenieros, ¿Qué pasaría si los concursos de
arquitectura fuesen convocados de la misma manera?, ¿Se sostendrían esos
edificios? ¿No se trata acaso de otra evidencia insospechada de nuestras
calamidades?
Más aún… veamos las bases o soportes de esas
convocatorias publicadas en prensa, sin ignorar las buenas intenciones que
pudiese haber tenido el ente convocante:
En primer lugar se tiene la falsa creencia de
que un identificador (símbolo, logotipo, emblema, etc.) es un absoluto
receptáculo contenedor y portador de connotaciones muy diversas como las
que se pretende atribuirle como requisito de elección a los convocantes,
evidentemente para ellos ese icono superpoderoso puede ser
“multi-polisémico” y transmitir conceptos diversos.
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Analice usted en este, el logotipo premiado, y evalué si responde a los
conceptos antes enunciados, cuyos códigos connotantes fueron requisito
definitorio de elegibilidad.
¿Es
"cuidadosamente distante de los modelos mercantiles y capitalistas?, ¿Le
recuerda a usted al logo de algún Banco conocido?, ¿Ve usted el modelo
participativo?, ¿Y la integración hombre-Naturaleza?, ¿Es incluyente?,
¿Dónde está la comunidad?,... ¿No es un tanto estrecho ese techo y más aún
si hay que sostenerlo para vivir con dignidad?
Logotipo paralelo de la
Misión Hábitat
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En la convocatoria al concurso “Misión
Hábitat” de fecha; diciembre 20 de 2004 se comunica que el logotipo a
premiar ha de significar o connotar:
• Defensa y reconstrucción de hábitat.
• Participación ciudadana como vía para construcción de un mejor hábitat
• El deber del estado, en artículo 82 de la constitución de proveer de
vivienda digna.
• Equilibrio de convivencia entre el ser humano y la naturaleza.
• Que connote un cambio del modelo excluyente por uno incluyente.
• Convivencia en armonía con los centros de producción endógenos.
• Que la propuesta sea creativa, original y “cuidadosamente distante de
los modelos mercantiles y capitalistas”.
• Que integre al diseño la designación Misión Hábitat y el eslogan “Porque
un mundo mejor es posible”.
Pero hay que enfatizar sobre el punto de
vista ideológico de la convocatoria, que resulta absolutamente empírico
pensar que una gráfica pueda tener códigos implícitos en esa dirección:
Coca-Cola o el Banco Santander seguramente son comunistas porque usan el
color rojo, o la bandera estadounidense es comunista porque usa montones
de estrellas, esas mismas que llevaban las juventudes comunistas en Cuba o
la que ostentaba Mao en su boina revolucionaria. Aún más la esvástica
usada por el partido Nazi sigue hoy siendo un símbolo sagrado del budismo
en Asia. ¿No será que los símbolos reciben cargas culturales ajenas a su
propia naturaleza denotativa y cambian de connotación de un grupo cultural
a otro?, ¿Pretende acaso la revolución con propuestas como estas reeducar
el inconciente colectivo de un día para el otro bajo esos paradigmas?
Seamos realistas: ¿Cuál es el cambio?, ¿Existe algún aporte nuevo?,
¿Porqué no profesionalizarnos?
Por cierto y para crear más confusión,
paralelamente en ciertas páginas gubernamentales se grafica a esta misión
con un símbolo distinto, tal vez uno de los finalistas ¿Será que no
satisfizo las expectativas polisémicas? |
Y volviendo al punto anterior sobre la
participación en concursos de diseño; en todo concurso serio, incluso en
los de carácter internacional, todo participante debe hacerlo bajo
estricto anonimato, utilizando la figura de un seudónimo para evitar que
su propuesta sea favorecida por algún miembro inescrupuloso del jurado;
donde exista el compromiso y se respete el cronograma. Donde aparezca como
requisito la lista de jurados y sea publicada nominalmente con los
nombres, apellidos y oficios o cargos en la convocatoria. Y por ultimo que
se cumpla responsablemente con los premios prometidos.
Yo en varias oportunidades he vivido en carne
propia la desgracia de participar en concursos estatales y la desdicha
también de quedar preseleccionado o figurar como ganador.
Estudiando todavía en el Instituto de Diseño
Neumann a mediados de los 70, el recién creado Instituto Nacional de la
Vivienda, convocó a un concurso para crear su nueva identidad. Johann
Ossot, director de esa escuela y miembro del jurado se me acercó por
aquellos días y me felicitó porque era un claro ganador; días mas tarde se
elegiría un signo muy creativo constituido por tres casitas obra de la
diseñadora Menena Cottin hija del Sr. Rodríguez Amengual, ministro de la
vivienda durante el gobierno de Rafael Caldera.
En esa oportunidad tuvieron participación
como jurados reconocidos diseñadores gráficos.
Desilusionado desde entonces no fue sino
hasta mediados de los 90 que participé nuevamente en un concurso, esta vez
para la identidad de Hidroven, para esa ocasión participé con unas siete
propuestas. Muchas semanas después del tiempo anunciado de premiación se
me participó por teléfono de que había sido preseleccionado, o sea de que
mi propuesta estaba entre aquellas con mayor posibilidad, pero se me puso
una condicionante no enunciada en las bases: ¡que debía hacer cambios que
hicieran mas elegible mi propuesta! Paradójicamente no se me informaba
acerca de cuales eran los cambios solicitados. Dado que esta situación era
totalmente fuera de lugar, le comunique mediante carta escrita a ese
jurado donde aparte de señalar la naturaleza irregular de dicha solicitud,
no prevista en las bases, acotaba que “nada pudiese yo cambiar o
replantear que ya no lo hubiese hecho durante los meses de estudio y
preparación de mi propuesta”. Rechazada la oferta fui simplemente
marginado de la opción a ganador; no obstante al final fuera objeto de
reconocimiento por ser finalista en tres posiciones. El logotipo ganador
fue asignado a un empleado de Sui Géneris Publicidad empresa que por
aquellos días asesoraba a HidroCapital. Si en esta convocatoria asistí
bajo seudónimo, no se explica entonces porqué se rompió con las reglas,
develando mi identidad y la de otros finalistas para llamarme por
teléfono. El declarado ganador era evidentemente conocido con nombre y
apellido perdiendo la virtud de elegirse en anonimato. Por cierto entre la
lista del jurado de este concurso no aparecía ningún diseñador gráfico.
A finales del año 2000 acudí a la
convocatoria por el diseño de una nueva cédula de identidad. Ya entrado el
2001 y tarde como de costumbre, recibí la agradable sorpresa de una
llamada de quién fuera mi profesor en el Instituto de Diseño Neumann, por
ese entonces Vice-ministro y Presidente del Conac Manuel Espinoza,
participándome que mi propuesta había sido elegida como ganadora, que se
había abierto el sobre bajo el seudónimo "Aidi"
descubriendo mi identidad y ahora era acreedor a cinco millones de
bolívares y recibiría además un diploma como rezaba en las bases. La
premiación debía realizarse al día siguiente pero fue cancelada por el
arribo del Sr. Miquelena como Ministro de Justicia. Era la cédula
inteligente” prometida para Septiembre del 2001.


Aviso de prensa que reseña este
premio |
Meses más tarde se me participó que tenía un
cheque en esas dependencias el cual recibí sin celebración alguna; el
diploma aún lo estoy esperando. Mi diseño jamás fue utilizado y los
venezolanos no pueden disfrutar de esa cédula sino de una versión no
ganadora, una barata y mala imitación de aquella de la cuarta república
que fuese originalmente diseñada por Jorge Blanco "“el náufrago". El
soberano perdió esta vez la milonga de cinco millones de bolívares
No contento con esta nueva decepción, en el
2003 acudí a la convocatoria “Si crees en Venezuela ¡Créala!” de Inatur,
donde se llamaba a la creación de un identificador para Venezuela y un
eslogan. Cabe recordar que el conocido logo de Venezuela fue creado a
finales de los 60 por Ars Publicidad, lo recuerdo perfectamente pues fui
testigo de su creación de manos de su creador, un artista cuyo nombre
ignoro; eso fue durante una visita que le hiciera al entonces su director
creativo, el diseñador, artista plástico y escultor Marcel Floris.
Volviendo al tema y entusiasmado con la idea de participar para mi país,
entregué a las oficinas de Inatur unas cinco propuestas. Meses más tarde
de la fecha pautada y después de mucho silencio, la institución declaró
desierto el concurso vía fax y no públicamente, alegando con aparente
ironía que “ninguna de las propuestas había cubierto las expectativas
creativas”. ¿!!? ¿Por qué no hizo público dicho injusto veredicto?
Esa cláusula por cierto no aparecía en las
bases y fue un fallo desmedido para aquel que sí cree en Venezuela. Todo
esto a pesar de mi carta manifiesto donde como creador tipógrafo explicaba
en mi propuesta que la palabra Venezuela debería estar compuesta en base a
tipografías creadas en Venezuela y no por caracteres tipográficos
extranjeros como hasta la fecha han sido usados en todos los logotipos
nacionales. Como resultado de su excursión Inatur adoptó un plagio del
anterior identificador esta vez en negro sobre una atmósfera de rojo
gubernamental y pésima fotografía y diseño.
He visto como señales positivas apuntan desde
el gobierno a una revisión de esta materia. Actualmente y pese a su mal
diseño disfrutamos de información oficial vía Internet. Intentos como el
símbolo unificador de “Venezuela ahora es de todos” aportan claras
intenciones de querer organizar la identidad estatal, pero ese es un
intento aislado, cosmético y separado que no puede coexistir en medio del
caos y el egoísmo reinante.
Venezuela clama por una identidad de país coherente, donde se implementen
parámetros serios de diseño con la función a transmitir eficiencia y
dignidad de la imagen del estado, parámetros unitarios en base a
estándares repetibles, con normativas que determinen como son nuestros
elementos de identidad y que acaben con ese espíritu de improvisación que
tambalea nuestra identidad con cada gobierno de turno. Un país que ostente
una tipografía creada como letra oficial que represente los ideales de
organización y eficiencia, valores que estén por encima de intereses
partidistas, con una clara visión de identidad de un país que está de cara
al siglo XXI. La imagen oficial de país debe estar por encima de la
rivalidad de identidades de organismos del estado que, llena de iconos
absurdos le hace flaco favor a sus instituciones, ellas deben minimizar su
presencia para integrase en una imagen global donde nuestro escudo debe
sin lugar a dudas tomar una posición protagónica.
Pero si de algo estoy seguro, es de que nada
de eso se ha de lograr si no intervienen en ese importante proyecto de
país, los profesionales competentes en las disciplinas involucradas:
diseñadores, semiólogos, asesores de imagen y los entes gubernamentales
provistos de gerentes con una visión holística y una gran disciplina.
John Moore | Comunicador visual © 2005 |
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