Gioconda Espina

Titular a Dedicación Exclusiva de la FACES, UCV

Coord. de Investigación del CEM de la UCV y

Coord. del Área de Estudios de la Mujer de FACES, UCV

Violencia simbólica por razones de sexo

Ponencia censurada por el Tribunal Supremo de Justicia el 17 de noviembre de 2004 

Presentada en la Mesa 6 de la IV jornada de investigación universitaria de género

Maracay, 11 de noviembre de 2004 

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Amnistía Internacional me invitó a fines de julio a un foro que se celebrará este 25 de noviembre próximo sobre el tema de la violencia hacia la mujer y la familia. Les expliqué que ese nunca ha sido mi tema de investigación. Entonces me respondieron que lo que querían era que les hablara de lo que se mueve en la psiquis de la gente, de las mujeres y de los hombres, en el acto violento no necesariamente físico por razones de sexo. Otros en el foro se referirán a otras aristas del problema, me advierten. Acepto entonces y abro más los ojos y pongo más atención a lo que escucho. La violencia simbólica penetra por los sentidos.

¿Qué veo al abrir los ojos en vísperas del Referéndum Revocatorio? Veo que el partido de Argelia Laya, Consuelo Romero y Angelina Torres, el partido en el que militó alguna vez Tecla Tofano y María del Mar Álvarez de Lovera, el partido que produjo uno de los primeros grupos de feministas del país (Mujeres Socialistas, creado en 1972), el partido  del cual surgió en 1981 el Frente Feminista del MAS, al cual me incorporé hasta 1983, año después del cual comenzó a diluirse, llamaba  a votar Sí en una valla en la autopista que mostraba a una mujer sin cabeza (una de esas  mujeres sin cabeza que popularizó la Cerveza Regional y que los publicistas multiplican por doquier), de la cual se destacan: a. un escote del que pujan por salirse los senos forrados en una franela con un Sí; b. dos manos que abren la pretina del pantalón para bajárselo. Sí, la joven se ofrece o ha cedido, ha dicho que sí se puede. Ese día nos movilizamos las mujeres que votamos sí y votamos no por la red y nos dirigimos a  las mujeres del partido de Argelia Laya, para protestar que no se hubieran impuesto sobre su comando de campaña y aceptaran ese antiguo anzuelo, la mujer objeto que intenta captar el voto del macho berriondo. Esto fue el miércoles 11 de agosto. En la noche veo a las mujeres que el 15 A votarían sí y votarían no en un programa enVive TV: Nora Castañeda, Pdta. del Banco de Desarrollo de la Mujer; Adicea Castillo, Pdta. del  Frente Nacional de la Mujer que promovía el Sí; y Yurbin Aguilar, del Instituto Nacional de la Mujer y quien dirige el programa de casas de acogida de mujeres violentadas y sus hijos, se pronuncian unánimemente en contra del abuso de la imagen de la mujer como objeto sexual que capta el voto. 

Pero ese mismo miércoles 11 de agosto veo y escucho en Venezolana de Televisión a Mario Silva, en “La hojilla”, haciendo su acostumbrada serie de chistes sexistas a costilla de la única mujer del programa. El más sexista de todos los “chistes” fue éste: un micrófono de esos que llaman de balita está presionando el cuello de la señora, él se lo hace ponchar al camarógrafo al tiempo que dice: “esto la tiene ovulando”. Néstor Francia le ríe la gracia, aunque hace dos o tres días lo oí hablar del “sexismo, antifeminismo y balurdería” de la oposición. 

La mujer objeto, la mujer anzuelo es, pues, usada de un lado y otro, por el sí y por el no. Pero no sólo en vísperas del 15 de agosto de 2004. La campaña de la catira sin cabeza de Regional, en vallas y en televisión, es muy anterior al 15 de agosto de 2004 y hace más de diez años esa misma campaña con mujeres sin cabezas fue usada para otro producto en México, de manera que hay que inferir que las mujeres sin cabezas han sido recicladas en distintas épocas, distintos países y distintos publicistas sin más imaginación que la del plagiario. Para mitad de agosto, cuando comienzo a escribir este texto, la propaganda televisada que más abusa de la mujer objeto es la de dos jóvenes casi desnudas que se quieren comer al hombre que está dentro de un minicarro que lavan con falomangueras que tiene entre sus manos; se trata de la fantasía erótica más común de los  hombres, que una mujer joven (mejor si son dos o tres)* bella y ajena (una Eva, jamás una María actual o futura madre de sus hijos) lo acose sexualmente en sitio cerrado. Les recuerdo que la letra del estribillo de la canción que bailan las mujeres frente al chico encerrado en su miniauto,  dice: “empújame, empújame, empújame mamá”. Lo que vende la fantasía erótica del publicista autorizado por su cliente es tan confuso que cuando Viki Ferrara escribió por la red sobre esta cuña, dijo que lo que se vendía era un servicio de autolavado. Me pareció extraño y entonces, por primera vez busqué al cliente de la sexocuña. Así supe que lo que supuestamente venden las chicas acosadoras, Evas fálicas, falos todas ellas, es “lavado manual, K E ropa para hombres, en San Miguel”, lo cual puede ser: 1. una marca de ropa para hombres que se puede lavar a mano y no requiere plancha; 2. una lavandería llamada K E que lava a mano la ropa de hombres, lo cual podría hacer con ropa de mujeres y resultaría más rentable; 3. un lugar comercial llamado San Miguel, que vende todo tipo de ropa informal. Tres posibilidades al menos de lectura y una sola seguridad: sea lo que sea que se pretenda vender al  hombre joven, viene asociado a unas Evas con sus serpientes en la mano y todo que se ofrecen para lavarlo a mano a él, inocente Adán.

Por otro lado, ya lo saben ustedes, tenemos a las madres que le abren la puerta a Carlos Sicilia a cualquier hora del día, para que él les demuestre que “el blanco más blanco” es el de ACE; o esas que se le pierden a la familia en Farmatodo; o aquella que mientras el marido riega un pedacitico de jardín va y regresa a Locatel, resolviendo un montón de encargos para la casa y la familia y hasta le compra un libro a él, no para ella sino para el regador del jardín. Como preámbulo me parece suficiente antes de comunicarles que las dos preguntas que me hago aquí son éstas: ¿a quién se dirige el mensaje publicitario? Y más importante: ¿con qué cosa del o de la receptora del mensaje está contando el publicista y su cliente? 

A la primera pregunta responde Leroy, el brillante publicista creado por Milan Kundera en su novela La identidad (1997). Los publicistas “Vamos siempre a la búsqueda de una mayoría (…) Colocamos un producto en el mágico círculo de las imágenes que puedan reunir a una mayoría de compradores. Y, a la caza de esas imágenes, tendemos a sobrevalorar el sexo. Les advierto: sólo una pequeña minoría disfruta realmente de vida sexual (…) El erotismo, comercialmente hablando, es algo ambiguo, porque todo el mundo ansía tener una vida erótica, pero también es cierto que a todo el mundo le horroriza porque es portadora de desgracias, frustraciones, envidias, complejos y sufrimientos” (Kundera, 1997:pp.60-61). Esa vida erótica deseada, esa fantasía de satisfacción de ser el  objeto del deseo sexual de esa Eva tras la cual cada uno recobra el deseo por el primer objeto de amor imposible, esa madre de la cual todos provienen pero que a todos está vedada por el universal tabú del incesto, es el fondo del mar visible al que se lanza la joven señuelo, como hace Leroy, quien vende un producto de bebés a través de una cuña para TV  y cine en la que, en primer plano, aparece un trasero perfecto acariciado lentamente por una mano que al abrirse el plano resulta ser la mano de una amorosa madre cambiando a su bebé. Concluye Leroy: “La clave está en encontrar las imágenes que mantengan el atractivo erótico sin poner en evidencia las frustraciones (…) aguijoneamos la imaginación sexual, pero enseguida la desviamos hacia el terreno de la maternidad” (Ibid: 62). Menos de 5 segundos de oferta del sí al pasar por la autopista, menos de 30 segundos de acoso por las fálicas criaturas en el autolavado o de visión de la catira sin cabeza con el pico de la botella en la boca, son –en la muy eficiente receta de Leroy-- suficientes para remontar al destinatario hasta el deseo prohibido y luego dejarlo caer suavemente en el ideal de la cultura, en lo que los psicoanalistas llamamos desde Freud Ideal del Yo, que para toda mujer debe ser  ideal de madre y esposa orgullosa de Ace, Locatel  y Farmatodo  y para todo hombre debe ser dueño y señor de su casa regando el jardín del frente antes de leer un libro.  

Una mira a su alrededor y no proliferan amas de casa a tiempo completo ni hombres en shorts regando jardines (y menos leyendo libros); lo que una ve es a ellos trabajando en la calle y ellas trabajando duro dentro y fuera del hogar para redondear la quincena. Sin embargo, la fórmula enunciada por Leroy continúa funcionando porque evoca a los ideales que  sostienen a la secular cultura dominante. Aguijonear sexualmente al consumidor y en seguida desviarlo al ideal que prevé un lugar para el hombre y otro para la mujer. No permitir que el consumidor olvide su lugar en el orden del mundo, esto es, en el mandato cultural tramitado a través del lenguaje, como advirtió Jacques Lacan.  

La convicción de que una imaginaria cana al aire (o una real cana al aire pero clandestina) no debe mover las bases del contrato social en el cual la familia convencional debe continuar siendo el centro es la respuesta más acabada a la segunda pregunta que nos hacíamos. Adam Phillips, autor de un libro cuyo título podríamos traducir como La bestia en la crianza  (1998),  describe la cólera como  punto que desata la violencia y el consecuente sentimiento de venganza del  violento. Surge la  cólera, dice, porque algo ha irrumpido en el orden del mundo. Recuerda Phillips a Ernest Jones, el primer psicoanalista que observó que no deseamos matar a quien más odiamos “sino a la persona que genera en nosotros el conflicto más intolerable (…) no hay furia sin traición a un ideal (…) ese apasionado ideal que tengo de mí y para mí mismo. En otras palabras, me siento humillado en el momento en el que no puedo ya tolerar –es decir—racionalizar---la disparidad entre quien parezco  ser y quien deseo ser; cuando, en término psicoanalíticos, la brecha entre mi yo y mi yo ideal se vuelve irrecuperable. La única persona sobre cuya pérdida nunca puedo hacer duelo es mi ser ideal” (A. Phillips. En Debate Feminista, oct.2003:pp.337-340). El hombre que violenta a su mujer lo que trata  de hacer es “que el mundo o la propia vida cobren sentido (…) la venganza mantiene viva la esperanza (…) Para (el vengador) una herida es como un regalo de significado puro, una vocación (…) Optimista terrible, cree en la justicia” (Ibid: 340), aunque sea por mano propia. Un golpeador de mujeres  especialmente culto supo decirme fuera de la consulta esto de lo que habla Phillips así: “cuando he golpeado a una mujer he tenido el sentimiento de restitución de las cosas a como eran antes”. Más claro imposible. Y una mujer también muy culta, golpeada por varias de sus parejas, se preguntaba en consulta en relación a la actual pareja, que al menos es sólo un violento de palabra: “¿qué es lo que estoy haciendo mal? yo quiero saber, porque no quiero perderlo y quedarme sola”.  

Hay un orden del mundo que las mujeres vienen desordenando –aunque con mucha culpa por irrumpir en el lugar del otro--desde la segunda mitad del siglo XX. Vienen tomando la palabra, saliendo a trabajar y a competir con los hombres pero sin abandonar a la familia y sin renunciar a los hombres y la maternidad a la que se antes se consagraban en exclusividad. Aceptar este viraje  más allá de la declaración formal no es fácil, hace falta mucho trabajo de concientización colectiva y mucho trabajo personal para que cada sujeto hombre o mujer  sustituya en su inconsciente el orden que favorece a una mitad de la población   por otro orden de “reciprocidad  simétrica”, como lo llama  Agnes Heller  (citado por G.Espina, 2004).     

Contra esa evolución hacia una modernidad de reciprocidad simétrica entre hombres y mujeres que, entonces sí, permita vislumbrar una democracia radical, continúa trabajando la cultura patriarcal dominante. Y lo hace con violencia, o mejor, lo hace con todas las formas de violencia  posibles, no sólo física, verbal y  psicológica al interior de las parejas y las familias, que es el eslabón final; sino, en primer lugar, a través de la educación formal y de la informal a cargo de los medios de comunicación.  Hay violencia simbólica, dice Martha Rosenberg, cuando se silencian esos cambios en la sociedad actual para ofertar en el mercado bienes y servicios sólo a través de dos representaciones sociales posibles de la mujer: las señoras que no tienen otra preocupación en su vida que lograr “el blanco más blanco” o  las jóvenes fálicas de K E. Las segundas sirven  para despertar en el hombre aquella fantasía sexual que tuvieron antes de salir al mundo del padre de la ley (es decir, después salir del uterino autolavado oscuro y húmedo). Las primeras sirven para restituir a las mujeres a “como era  antes” y sigue siendo, aunque se labore en la calle. Dice Rosenberg: “Dado el lugar que es asignado y asumido por el (sexo) femenino en la cultura (…) el avatar femenino por excelencia es más el ser hablada (…) que el silencio. En el silencio se inscribe (…) algo de verdad en cuanto a la posición de exclusión del discurso femenino del  logos, que ha sido norma histórica y recién ahora comienza a resquebrajarse (…) El precio de este silencio y la correlativa sordera a la voz de las mujeres en tanto no sea la de la seducción o la del arrullo, que corresponde a las representaciones tradicionales de la mujer, lo hemos pagado –sin metáfora—con nuestras vidas: violencia, enfermedad y muerte. Al resentirse la funcionalidad de los lugares asignados al género (sic) femenino por los cambios en el trabajo y la educación, hay que imponer  por la violencia los anacrónicos lugares conservados por el superyo cultural en la pareja, la familia, la sexualidad” (M. Rosenberg, 2000:84).

Romper cada vez más el silencio y tomar la palabra, como hicimos las mujeres y algunos poquitos hombres del sí y del no a propósito de la valla del sí del MAS y de los chistes sexistas en “La hojilla” en el Canal 8. Pero hay  muchísimo más que hacer. Hay que copar cada vez más espacios en las empresas de bienes y servicios que se colocan en el mercado y en las publicidades que los promueven y llevar ahí las representaciones sociales de las mujeres de hoy, mucho más diversas que  las  Marías de Ace y que el puro cuerpo de la descabezada de Regional que grita que su único deseo es ser el objeto del deseo del hombre. Debemos pasar de la queja a la acción, como dice una guionista de cine y TV argentina. Hay que recordar siempre, sigue Graciela Maglie, que “los medios no están por fuera de la sociedad” sino que son “parte constitutiva de la estructura sociocultural, política y económica de la sociedad y (…) definen, por lo tanto, un lugar de poder efectivo de la misma” (G. Maglie, 1992: 28). Los medios  se sostienen con la publicidad, así que son los intereses empresariales publicitados en los medios quienes tienen la última palabra. Hay que convencer a empresarios y publicistas de lo que a lo mejor ya han visto pero no han comprendido: que hay (lo vemos y oímos por cable) suficientes pruebas de que puede hacerse publicidad exitosa para el capital sin sexismo y que, por cierto, no siempre sus realizadores son mujeres, pues aunque esto también es un hecho que el machismo más primitivo (porque lo hay muy sofisticado) quiere silenciar: cada vez se incorporan más hombres con una visión igualitarista de los sexos.

(*) Actualmente está en pantalla una nueva cuña de K E, ropa para hombres que se vende en San Miguel, un centro comercial de Valencia. Un hombre aparece en una cama con tres mujeres que le toman fotos.

Referencias bibliográficas

Espina, Gioconda (2004). Psicopatología de la vida cotidiana de las mujeres. Ponencia presentada en la Sala C de la UCV, con motivo de los 100 años del libro de S. Freud. En imprenta. 

Kundera, Milan (1997). La identidad. Tusquets Editores, Madrid (Col. Fábula, No. 162)

Maglie, Graciela (1992).”Violencia de género y televisión. El recurso del silencio”. En: La mujer y la violencia invisible. 2ª. ed. Buenos Aires, Ed. Sudamericana. Pp. 27-36.

Phillips, Adam (1998). “Sólo cólera”. En: The beast in the nursery. Faber & Faber, Londres. En: Debate Feminista. Año 14, Vol.28, oct. 2003.pp.337-340.   

Rosenberg, Martha (2000).“Representación de la diferencia sexual”. En: Irene Meler y Débora Tájer (Compiladoras). Psicoanálisis y género. Debates en el Foro. Lugar Editorial, Buenos Aires, pp. 61-91.