Efraín Valenzuela  

efrainvalen@cantv.net

Hollywood, de cualquier modo

13 de mayo de 2006

Supimos de Luis Delgado Arria, cuando se alza con el Premio Fernando Paz Castillo, en el año 1986, con el poemario Tarea de resaca. La gran prensa publicaría la noticia y una foto suya nos presenta a un tipo demasiado serio, convencionalmente encorbato y casi modosito.  Días  después, reunidos entre tragos, lecturas de poesías y el comentario sobre el premio y su ganador, la joda caraqueña, de aquella pandilla de creadores atorrantes e inococlastas, caería sobre la enorme humanidad de dos metros de alto de Luis Delgado, quien arribaría a Caricuao, bajo  la seducción cómplice  de la poeta Yurimia Boscán. Sin embargo, si alguien sobrepasaba el límite del humor para el bienvenido, los creadores del barrio sortearon una lección de silencio, que el visitante supo entender como respeto. Así comenzaría el bochinche del aprendizaje permanente literario con esta especie de hidalgo de la poesía de los mares.

Esa cuerdita, dijera Carmen Valenzuela, formaba parte del movimiento literario y musical del barrio. Mientras los consagrados buscaban a quién consagrar. Nosotros nos la vivíamos en una sola mentadera de madre contra la mentira, la deuda  externa y la corrupción. Publicando revistas, haciendo recitales, confrontados en la tertulia creadora y hablando de revolución hasta por los codos. La policía siempre es eficiente cuando se trata de los pobres, diría Rafael Alí.

En eso andábamos, cuando irrumpe con su poesía escandalosamente elegante, Luis Delgado Arria, a la cual auscultamos con sabroso gusto y entropado análisis. Música y Poesía de la Calle, Caricuao: Canto y Poesía y la revista Vesania, servirían de trincheras para el andar y desandar la palabra. Participarían actores, artistas visuales, boleristas, cuenta cuentos, soneros, trovadores, narradores, performance, cantautores, ejecutantes del cuatro solista, investigadores culturales y demás especimenes primarios. Sin manifiestos y sin padrinos. Los consagrados que se acercaron siempre fueron unos cagones. Nosotros cultivamos el acuerdo tácito, el encuentro y el desencuentro, la diferencia inventada, el acuerdo diferido, la voluntad de hacer cosas. La poiesis nos había tomado por asalto.

Lo dejamos escrito en una de nuestras Oberturas, algo así como una editorial literaria, en el año 1988: “nuestra única escapatoria la constituyen los cómplices del veneno (,) las amantes furtivas,  los promotores del desorden, los curados de heridas, los hacedores de nada, los invitados al desafío… Y luego aparecemos en cualquier podio, la próxima canción, cualquier poema porque toda una herencia nos pertenece… Nombrar lo que hay que nombrar, beber de las fuentes, atrapar el pasado, blandir el recuerdo. Porque, coño, esta memoria es nuestra. La hemos expropiado  para nosotros. Ahora trasmitir es una de los primeros augurios. Entregar el testigo, pues la reunión nos espera”. (Obertura. Revista Vesania, 1988).

De tal manera que mientras algunos grupos estaban aprendiendo a leer poesía en público con un lápiz en la boca; nosotros teníamos rato metiéndoles sustos a las gentes.  Sólo para citar la experiencia del Taller de Creatividad y Literatura (CRELIT), entre los años 1980-1982, realizaríamos 23 recitales poéticos, editaríamos cuatro (4) números de la publicación Formas, alegato onírico, montaríamos dos murales: Lugar imaginario y El muro vidente y participamos, con una ponencia en uno de los Encuentros Nacionales de Literatura Infantil y Juvenil. Cuando el Plan de Animación Cultural de Luis Herrera Campins, intentó publicar una antología de poetas de la parroquia Caricuao y redactaría un prólogo afirmando “que gracias a ese plan muchachos del barrio se motivaron a escribir poesía”; los mandamos a coño de su madre. Así de sencillo. Contra el irrespeto de la instuticionalidad burguesa, antepusimos, siempre, “el orgullo, ese pedazo de miseria que nos hace semejante e iguales a los dioses” (Baudelaire).

Luis Delgado Arria vino a darle una pizca sapiencia y elegancia al asunto pero también internalizaría la dimensión cultural del bario, su guataca callejera y su malandraje cultural. Empandillados con el poeta, Luis Delgado Arria, iniciaríamos lo que, no dudamos en llamar; la gran síntesis cultural: belleza y cotidianidad, compromiso y metáfora. Guataca y pentagrama, academia y calle en un solo canal, el de 80.

La producción de este creador abarca, entre otras: Sombras Fulguraciones, (premio César Rengifo, 1986), Tarea de resaca (premio Fernando Paz Castillo, 1986), Navíos (1992),  Casa de alambres (1997), De pequeños (1999), Don’t let me down, baby girl (1999), Hollywood de cualquier modo (2000), Atlántida para turistas (2000), Safari de museos (2004). Poéticas desde el espejo (2004), Vistas panorámicas (2004). Además ha escrito un reciente libro de ensayos literarios intitulado: Mares y márgenes (2005).  

Pero es menester confesarlo, dos poemarios de este amigo y hermano, Tarea de resaca y Navíos, nos dejaron una extraña impronta de mar citadino: navegar por los mares / sin vientos favorables ni astrolabios / sólo con sol y olas  / en terrible / ponto. Sabemos que somos ignorantes de la mar; intrusos en el agua. Nuestra perenne oniria es navegar el Guaire, de cara al río. Hechos de puro asfalto y calle, pero nos deleita ese verso limpio y bien construido, apenas separado por el Ávila: “nunca  golpearon tanto los arrecifes / a orillas de los ojos / nunca las costas  fueron sometidas / a tanta sal  / a tanta ola.

Ahora nos encontramos con el libro Hollywood, de cualquier modo. Extraño poemario que nos asalta con el rompimiento, el giro inesperado. Un tumulto de personajes con demasiadas antinomias cotidianas. De allí el epígrafe de Franz Kafka. Los versos, de Luis Delgado Arria, transitan “entre lo verde y sucio”, entre lo “verde y lo viril”. Bástese con leer la vida de Mercury,  Maradona o de River Jude y  encontrar algunas claves y pistas de ese escenario undergraound. En la prosapia de sus actores comunes nos  encontramos con una actuación extraordinaria, paralela, siempre transversal e implacable. No podrá encontrarse ninguna diferencia entre el último zarpazo amoroso de un afroemericano, de 56 años, ante una tierna chica traviesa, sorprendida e incómoda, que sale disparada del autobús y las presentaciones de la aturdida, de  tanto ingerir pastillas, Dorothy Dandridge en aquellos locales miserables, regentados por su marido blanco, que la choreaba y agredía. Hollywood es un escenario de actrices y actores, extraordinariamente, malogrados. La muerte es un festín de prensa, barbitúricos o un accidente aparatoso.

Este poemario, extraño y doloroso, perece recorrer las palabras cotidianas con tal barroquismo que su belleza es clandestina. Su beldad furtiva es posible encontrarla en el rompimiento de la metáfora y la imagen descalzada. Su preciosidad se podría hurgar, con algo de aproximación, en el giro de los pedazos que resultan del romper. Nos dice en el poema, tumbas, pero no a ras de tierra, Luis Delgado Arria: “dos pájaros blancos y sus plumas se funden contra el ojo político, económico y militar / del lado épico del planeta y / son más verdes y / tiernos los jardines en Pittsburg”. Entre tanto, en el texto intitulado volveremos y seremos millones, dedicado a dos posibles  contrapartes, quizás complementarias,  a Eva Perón  y a Horacio Dalmonego, quien volvería a visitar la cárcel-sótano donde sería torturado, salvajemente, por los militares argentinos, nos sentencia: “unos dicen que inventó la dulzura en la enfermedad, y la gala en la muerte…”. En Hollywood, de cualquier modo, los opuestos son complementarios pero independientes y demasiados vivientes cotidianos.

El poeta nos sugiere la fuerza del compromiso con el mundo, pero es vital descubrirlo desde la aventura investigativa a que mueve la sapiencia. Cada película, cada pieza musical, cada obra poética, cada autor y cada vida nos conducen a los Hollywoods, “ni estrictamente tristes / alegres / ni cristianamente piadosos”. Por ello es demasiado probable tropezar con una danza ritual desaparecida, con una relojería removiendo sangre, con sus incursiones a la locura, con manjares como soufflé de restos aderezados y con”el chico más apuesto de la morgue”.El poeta transita desde el susurró de Dios al oído de una guerrera bucólica hasta el trepidar de La Voz, sonora y contundente de Héctor Juan Pérez, en la urbe del barrio, Calle Luna, Calle Sol.

En los versos de Luis Delgado Arria,  Hollywood  es “un espectáculo entre dos  distintos e inconmensurables silencios”. Pero los seres, en gran medida cotidianos, tiene su día libre y las paradojas, ahora, un tanto más lacónicas, siguen su curso en un “himno a la confianza de uno mismo”. Rodeada de aperturas cerradas, batracios, cementerios y minucias, entre arrollo y multitud, silencio y vocerío. Duelo y alegría, altura y pus. Índices bursátiles y tranquilizantes, aparecerá como un asunto de revoluciones largas y abundantes amores: “la empleadita de tienda que a los 16 años se había querido matar… Ella soñó que estaba desnuda en una iglesia”. (Cardenal, 1965). La prensa siempre dijo cosas de Norma Jeane Mortenson. La santa de white trash, diríamos nosotros, celebrando el humildemente y grandioso homenaje que le brinda, Luis Delgado Arria, en su poema intitulado: glamorosa y esquiva. Quien transite la catarsis como opción de revuelta interior, colocada en el escenario como una explosión gozosa, encontrará en la lectura del poemario Hollywood, de cualquier modo, un conflicto interior desbordado, que sugiere reaprender la ingenuidad, la misma de Marilyn  Monroe, ésa “que teníamos cuando lo único que teníamos / era casi todo por aprender.