Carmen Hernández Curadora y crítica de arte |
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El arte del video como referente para una reflexión Publicado en Question, Caracas, Año 3, N° 28, octubre de 2004, pp.44-45 |
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Según
han advertido diversos estudiosos de la cultura, parece un lugar común
plantear que la Revolución Industrial ha sido sustituida por la
Revolución Electrónica, debido al amplio desarrollo que han
alcanzado las tecnologías de la comunicación en todo el mundo. Para
los habitantes de América Latina representa un reto adentrarse en
esta aventura. Pero frente a las restricciones productivas que sufren
nuestros países con respecto a la producción y consumo de las nuevas
tecnologías, se ha propiciado un estado de esquizofrenia. Jesús Martín
Barbero advierte esta situación cuando señala: “Las señas del
proceso de esquizofrenia pueden rastrearse a muchos niveles. Desde la
más elemental cotidianidad hasta el de las decisiones que implican
inversiones gigantescas o virajes bruscos de la política nacional. A
nivel cotidiano ahí está el hueco
semántico desde donde las tecnologías son consumidas al no poder
ser referidas en lo más mínimo a su contexto de producción: un
hueco que las mayorías en estos países colman semantizándolas desde
el lenguaje de la magia o de la religión” (1998: 251). Independientemente
del mayor o menor acceso de que se disponga de los nuevos beneficios
representados por los microcomputadores o videograbadoras, por
mencionar los medios más populares, es posible reconocer que su
amplio uso estimula alteraciones sobre las nociones de identidad, en
la medida en que actúan como procesos de hibridación cultural. El
auge cada vez mayor del video o de las propuestas multimedia
(incluyendo en este término al campo virtual de la digitalización)
como formas culturales, se sostiene en su condición de herramientas
de amplio espectro en la conformación de nuevas sensibilidades
espaciales y temporales que se derivan de intercambios
comunicacionales, ahora transnacionales, y que cada vez parecen más
orientados a construir un espacio público activo. Esta preocupación
se inscribe en el reconocimiento del desgaste de las representaciones
tradicionales inscritas en referentes estables -como identidad, nación
y ciudadanía- y de reordenamientos simbólicos desde posiciones
descentradas y atravesadas por el lenguaje hegemónico de los medios
masivos. Son
varios los autores que reconocen que el uso del video, y especialmente
el llamado videoarte, emergió en los años 60 del siglo XX como una
crítica hacia la televisión comercial por su rol de medio de
comunicación masiva que no tomaba en cuenta la pluralidad de
necesidades de los espectadores, y propiciaba modelos simbólicos
considerados supuestamente
populares o masivos, pero que finalmente respondían a intereses hegemónicos
de un grupo específico de productores que estimulaban la reafirmación
de determinados estatutos sociales.. Pero
además de esta postura crítica, el videoarte se ha ido
desenvolviendo alrededor del deseo
de ampliar las posibilidades expresivas, también en contraposición
al estatuto de la obra de arte como finalidad trascendente, única y
original, lo cual estaba representado especialmente por la pintura y
la escultura. Por su versatilidad de registro y manipulación, muy
pronto el video ofreció opciones para combinar todas las experiencias
interdisciplinarias que se estaban experimentando en los años 60,
como las acciones corporales, eventos musicales, cruces entre texto e
imagen, ensamblajes e instalaciones. En la actualidad es común
encontrar diferenciaciones entre: videoescultura, videoinstalación,
video-performance y video-creación. Este último se
diferenciaría de los demás porque enfatizaría en la investigación
en las posibilidades expresivas y comunicacionales de la imagen, que
tiene una duración determinada y es susceptible de ser transmitido
por uno o varios monitores, una pantalla de proyección o la propia
televisión. Las
videoinstalaciones se han visto como propuestas diferentes del
programa unitario porque en ellas el video formaría sólo una parte
de un conjunto de elementos que se interrelacionan entre sí y con el
espacio. Por ejemplo, Eugeni Bonet[1]
distingue el video-creación de las videoinstalaciones, las cuales
divide en: 1) Circuito cerrado o Live Video; 2) Videoesculturas (carácter
objetual de la caja monitor); 3) Instalaciones multicanales (se
enfrentan múltiples pantallas e imágenes en interrelación); 4)
Entornos multimonitores y multicanales (los monitores se agrupan en
formas geométricas y pueden proyectar la misma imagen con variaciones
de grado); y 5) Instalaciones Multimedia (se combinan múltiples
elementos que el espectador debe relacionar y desentrañar, incluye el
video performance con la incorporación de música, danza y teatro). Pero
más que definir las diferencias técnicas entre cada una de estas
modalidades, resulta significativo reconocer que en todas ellas se
hace énfasis en la capacidad creativa del video que estimula muchas
opciones visuales, desde un simple registro documental hasta las más
elaboradas ediciones con intervenciones digitales de la imagen. En
este sentido, resulta significativo el aporte que ha ofrecido el
trabajo del estadounidense Michael Moore a la vitalidad del documental
como herramienta política y al rol del creador como un activista
involucrado con su contexto. El mismo ha señalado que su trabajo se
inscribe en la industria visual porque tiene mayor alcance de
divulgación: "Lo hago porque a través de las grandes empresas
de medios, espero llegar a la mayoría de gente posible. No hago mi
trabajo por la izquierda, lo hago para que tengamos un país y una
agenda política que no deje a nadie atrás" (Moore citado por
Ortiz, 2004) El
video como narrativa particular Las
premisas narrativas que los pioneros como Wolf Vostell[2]
(alemán, 1932-1998) y Nam June Paik[3]
(coreano residente en Alemania y Estados Unidos) instauraron desde
fines de los años 50 y principios de los años 60, con las
manipulaciones de las imágenes televisivas, el uso de aparatos en
situaciones paradójicas y el registro azaroso de la vida cotidiana[4],
aún conforman un amplio repertorio del videoarte. También las
primeras experimentaciones con el propio cuerpo realizadas por Bruce
Nauman, Keith Sonnier (estadounidenses) y Les Levine (irlandés)
continúan teniendo vigencia[5].
Por ejemplo, los comentarios de John Hanhardt sobre Vostell, pueden
ser aplicados a muchos trabajos de artistas contemporáneos que se
interesan más por aspectos comunicacionales que estrictamente artísticos:
“Deconstruyendo la ideología de la televisión, W. Vostell subvirtió
el marco, sacando el arte del mundo del arte con el fin de ayudar al
espectador a entender la auténtica función de la televisión dentro
de la sociedad” (citado en Guasch, 2001: 443). En
esta trayectoria del video, la figura de Naum June Paik resulta clave
para comprender las transformaciones que se han producido en la
materialidad misma de la obra de arte. A mediados de los años 60 este
artista escribe un manifiesto titulado Electronic
Video Recorded en el cual planteaba: “de la misma manera que la
técnica del collage había reemplazado la pintura al óleo, el tubo
catódico reemplazaría a la tela” (Citado en Guasch, 2001: 445).
A la vez que ponía en cuestionamiento los estatutos del arte
como obra original y trascendente, impugnaba la televisión como medio
masivo caracterizado por su mediocridad
intelectual y por su vasallaje al establishment. Si
continuamos mirando retrospectivamente el recorrido del video arte,
los trabajos realizados en los años 70 orientados a sintetizar imágenes
con la finalidad de crear formas novedosas, han dejado una huella muy
profunda en todos aquellos artistas que se han interesado por las
experimentaciones formales de índole imaginativa, muy características
de los llamados videoclips. También
los trabajos que emplearon Circuito cerrado de televisión y que
registraron performances, han contribuido a estimular muchos de los
planteamientos contemporáneos que reflexionan sobre las débiles
fronteras entre el espacio público y el privado en la construcción
de subjetividades, especialmente asociados a las nociones de no
lugares o espacios públicos despersonalizados, como se observa en
algunos trabajos de la reconocida artista y teórica latinoamericana
Coco Fusco. En
la actualidad muchos de los trabajos contemporáneos deben mucho al
estadounidense Bill Viola, un creador que se dio a conocer a mediados
de los años 70. Este artista concibe el video como una manera de
dialogar consigo mismo y por ello, muchas veces trabaja a partir de su
propio registro. En gran medida su investigación está asociada a sus
estudios de música y tal vez por ello, le interesa estimular una
comunicación más psicológica y asociada a emociones internas. Para
él: “Una de las fuentes originales de toda filosofía es la
paradoja del hard y del soft,
uno de los grandes misterios de la vida y la ventaja de los misterios,
es que los misterios no tienen necesidad de ser resueltos, sino sólo
vividos. El fin de los grandes místicos de la historia era traducir
las experiencias y no presentar sus imágenes o descripciones”
(Citado en Guasch, 2001: 449). Desde
esta etapa inicial hasta nuestros días, se ha transitado por diversas
propuestas que estimulan la interacción directa con el espectador y
el carácter efímero de la obra. Estos
planteamientos van configurando un lenguaje particular para el
videoarte que lo aleja de las narrativas convencionales del cine y la
televisión. El
video con sus variadas propuestas se ha ido perfilando como un medio
de gran riqueza simbólica y comunicacional que se nutre de muchas
otras modalidades, afirmando o cuestionando diferentes visiones de
mundo asociadas al amplio campo simbólico cultural. Desde un simple
registro documental hasta la más elaborada animación de imágenes
digitalizadas, el video introduce al espectador en un campo
representacional inédito que contribuye a conformar nuevas
sensibilidades espacio-temporales. La técnica
no registra lo real y más bien, produce representación porque está
sujeta a una mirada que no es inocente, aunque privilegie referentes
anticanónicos. La imagen en movimiento, a veces sugerida,
alterada o afectada por sonidos o textos, estimula nuevas valoraciones
del paso del tiempo y contribuye a crear una relación más personal
con lo exhibido. Desde la ironía que desconstruye los modelos
publicitarios a las propuestas más místicas que recrean formas
naturales, se plantea una revisión de la sensibilidad massmediática recortada
o maquillada por la
televisión. Se
puede observar hoy en día que algunas propuestas del cine
independiente comienzan a introducir algunas de las experiencias
azarosas del video como la cámara fija, la falla,
el derroche de la imagen, la reiteración, el desencuadre porque se
aprecian como elementos capaces de activar nuevas narrativas, a veces
muy críticas de la tradición secuencial del cine. El
videoarte ha contribuido a conformar espectadores advertidos porque ha
trabajado insistentemente cuestionando los referentes perceptivos
habituales, poniendo en entredicho la noción de lo real y revelarla
como una dimensión multifacética que depende de los
imaginarios previamente construidos por cada subjetividad. En
estos tiempos, cuando la conformación del espacio público está
dominado por el papel ejercido por los medios comunicacionales, y en
especial por la televisión, el campo cultural en el cual se inscribe
el video, tiene un papel fundamental como constructor de nuevas
subjetividades, más advertidas de las manipulaciones de la imagen. ¿Hacia
una nueva noción de artista? Cabe
preguntarse si el amplio trabajo de video ¿no ha cambiado la noción
de artista por cuento se ha relativizado la autoría y las características
trascendentales, únicas y originales de la obra de arte? Para Bill Viola, el artista cumple un rol significativo como creador de nuevas opciones y a la vez, de crítico de la realidad existente. De allí su insistencia en trabajar con un tiempo más lento que el real. Cree en la capacidad transnacional comunicación y en este sentido, es un optimista frente a los procesos de globalización: “El aspecto más significativo del video consiste en el hecho de que las imágenes electrónicas existen en todas parte simultáneamente y puede disponerse de ellas en cualquier momento. Hoy puede transmitirse por satélite a todos los rincones del mundo. La unificación física del individuo ha pasado a ser algo irrelevante (...) Surge un espacio sin límites visibles, precisamente el tipo de espacio que hasta ahora hemos llamado mental. El espacio sin continente es un mundo mental de pensamientos e imágenes” (Citado en Guasch, 2001: 452). Otra reflexión que enriquece esta perspectiva es la de Antonio Muntadas, quien considera que: “la responsabilidad y la función del artista (...) es la de observar, reflejar y comentar la época en que vive, en su trabajo” (Citado en Martínez, 1997: 60). De manera particular me interesa comentar las ideas de Juan Downey, un artista latinoamericano que trabajó el video ampliamente desde los años 70. En esa época comentó: “en las raíces de toda obra de video yace una obsesión por la cultura considerada junto a su organismo sociopolítico. Esta obsesión liga vigorosamente al que hace videos, o sujeto de la enunciación, con el objeto o materia documentada que se observa. En realidad el uno inunda al otro; o, mejor aún, cada uno de ellos se encuentra inmerso en la liquidez del otro” (Citado en Martínez, 1997: 609). Este artista reconocía que el carácter documental del video es sólo parte de un diálogo representacional entre el observador y el observado. |
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Juan Downey Imagen tomada de uno de sus videos |
Downey
trabajaba como un etnógrafo consciente del poder desarticulador que
le concedía su condición de observador advertido.
Por ello, asumía con mucha modestia su papel de artista. Cuando
Downey explicaba su investigación sobre los Yanomamis, con el
auspicio de la Fundación Guggenheim en 1977, apuntaba: “Durante
todo este período hice dibujos basados en mis meditaciones diarias y
en la cosmología de estos nativos. Aquí, el arte es un documento del
proceso y no la manipulación de materiales pasivos; el rol de los
artistas es entendido como el de un comunicante cultural” (Downey,
1977: 61). Su
especial respeto hacia las costumbres de estas comunidades, reflejada
en la famosa imagen que registró de un Yanomami portando una cámara
de video, testimonia el deseo de dejar que el otro
se exprese libremente en un diálogo de mutuo respeto. En
su texto titulado: “Ya es tiempo de iniciar una estética
renovada”, narraba su relación con estos individuos: “Entre los Yanomamis, el cine, la fotografía, y, desde mi residencia en su territorio, el video, son llamados Noreshi Towai; término que literalmente significa tomar el doble de una persona. Por esa razón los Yanomami se asustan con las cámaras de los blancos. El Noreshi es la sombra o doble de una persona y es una parte integral de su espíritu, ni siquiera los yanomamis saben bien cuál es la razón del término Noreshi Towai, y de por qué le atribuyen tal poder a las cámaras. Así y todo, se deleitan mirando documentales de su propia cultura y oyendo las grabaciones de sus shamanes. En más de una ocasión discutí con ellos la absurda relación entre Noreshi y fotografía. La única razón que parece persistir para su rechazo a la cámara es que no quieren que en un futuro posible, sus descendientes pudieran entristecerse con la imagen de una persona muerta. Por eso la cámara representa un peligro solamente más allá de la muerte, e incluso, a lo más, el provocar pena después de la muerte. La imagen fotográfica, filmada o impresa no ofende a los Yanomami, excepto en lo relacionado con la muerte (conciente del peligro de perder una imagen por la destrucción de ésta, debido a la furia salvaje de un pariente ultrajado, fui muy cuidadoso en qué mostraba a quién)” (Downey, 1977: 61). He seleccionado estas opiniones porque creo oportuno advertir que, más que preocuparse por las relaciones paradigmáticas entre arte y tecnología, resulta pertinente preguntarse por la capacidad discursiva del arte y sus alianzas con el mercado. Mientras los creadores no tomen conciencia de los desplazamientos simbólicos y de las recontextualizaciones que sufren las imágenes en sus intercambios simbólicos, se mantendrá un vacío comunicacional derivado del distanciamiento con un público cada vez más interesado en esa cultura masiva que el propio video cuestionó desde sus inicios. El
desarrollo de la tecnología como medio expresivo no puede estar de
espaldas a la realidad
comunicacional transnacional dominante. En stos tiempos tramados por
procesos de globalización, han
cambiado notablemente los modos de producción, circulación y consumo
de la cultura porque se han distendido las fronteras entre diferentes
comunidades, permitiendo el cruce amplio de formas culturales que
estimulan complejos procesos de hibridación. Las fronteras entre cultura
y comunicación se han
tornado cada vez más difusas por el gran peso que han adquirido las
llamadas industrias culturales y especialmente, la televisión, que ha
venido a sustituir el lugar de la política en tanto escenario de
construcción del espacio de lo público. Las reflexiones sobre este
particular campo cultural han permitido comprender que cada vez se
hace más común concebir lo cultural desde un estatuto económico.
Por ejemplo, en Estados Unidos durante 1992, la industria audiovisual
representaba el 6 % del
producto interno bruto y empleaba un porcentaje de empleo mayor que el
correspondiente a la policía y la industria minera. Según Rafael
Roncagliolo: “La transformación más obvia, y de mayores
repercusiones sobre la cultura, la política y las políticas tiene
que ver, sin duda, con la aparición de la televisión y el desarrollo
de una industria cultural de imágenes” (Roncagliolo, 1999: 68). Hoy
en día se asiste a una transformación de la noción de bien cultural
que se asocia a los avances tecnológicos de la comunicación y cada
vez es de mayor valor simbólico y económico la transmisión de
información ya sea por Internet o vía satélite. Néstor García
Canclini ha distinguido los bienes simbólicos situados,
que constan de un lugar físico específico y los bienes simbólicos a
domicilio que llegan a los hogares a través de los medios de
comunicación radiales, televisivos o vía telefónica en el caso de
Internet. Rafael
Roncagliolo plantea que actualmente asistimos a una verdadera revolución
cultural dada por la interacción entre la mayor disponibilidad
del tiempo libre y consumo de bienes asociados al entretenimiento, la
educación como inversión permanente en un amplio espectro y los
cambios en los hábitos de consumo que cada vez se canalizan más
hacia los servicios de digitalización. Esta situación que altera el
sistema de valores de lo cultural, va disminuyendo el interés por las
imágenes de orden material a favor de las tecnologías audiovisuales.
Aunque esta situación pueda regocijar a quienes luchan por una mayor
democratización de los bienes culturales, disminuyendo así la
fetichización del arte asociado al mercado, no es menos cierto que el
crecimiento sostenido de las industrias comunicacionales favorece
modelos hegemónicos. A
la vez que se debe estimular la producción de bienes simbólicos
audiovisuales por sus posibilidades expresivas y comunicacionales,
también deben atenderse las políticas asociadas con sus procesos de
recepción y circulación. Es así como las nuevas tecnologías de la
comunicación deben ser reconocidas como valores políticos, económicos
además de culturales, que podrían representar la posibilidad de
estimular la diversidad y pluralidad cultural a fin de contrarrestar
ciertas tendencias homogeneizantes derivadas de ciertos intereses
hegemónicos latentes en los procesos de globalización. Por
otra parte, esta suerte de poca valoración de las llamadas industrias
culturales por algunas políticas, tiene que ver con la persistencia
de continuar asociando la cultura con las bellas
artes que afectan tanto las perspectivas estatales como las
privadas. Existe una suerte de inhibición en asociar estas industrias
con intereses de orden público. Incluso en el campo académico se
dejan de lado estos estudios, como García Canclini señala: “Los
departamentos de comunicación, de arte, de literatura, rara vez
trabajan ancomunadamente en una investigación o para averiguar qué
es lo que necesitan saber los especialistas en literatura acerca de la
comunicación masiva, y, a la inversa, cómo podrían hacerse con más
densidad los estudios comunicacionales si se contara con los
instrumentos que los críticos literarios han desarrollado para
analizar textos” (García Canclini, 1997: 45-46). También
se debe advertir que hay muchos autores que han demonizado
estas relaciones entre el arte y la tecnología, por prejuicios
asociados a la poca capacidad de elección de los consumidores, los
cuales estarían expuestos a someterse a los encantamientos de estos
medios tecnológicos, propiciando una recepción vacía de contenido.
También existen posturas apocalípticas que están teñidas de añoranza.
Paul Virilio, por ejemplo, ve en los medios tecnológicos la estética
de la desaparición porque la imagen ya no está sometida a la
permanencia, lo cual alteraría la sensibilidad espacio temporal,
afectando la supuesta pérdida con lo social y el espacio real. Al
respecto, Virilio ha comentado: “En este momento la pintura y el
dibujo están en vías de desaparición, del mismo modo que el escrito
corre el riesgo de desaparecer detrás del multimedia” (Virilio,
citado en Guasch, 2001: 440). El arte no puede quedar fuera de estos intercambios simbólicos de intensa actividad. Y no basta con promover propuestas individuales, a veces aisladas y de escasa circulación, exhibidas en los salones de arte contemporáneo. Como estudiosos del campo del arte, nuestra labor es estimular cada vez más la producción, circulación y consumo de productos comunicacionales en un amplio sentido, desde perspectivas contextualizadas en el papel representacional como sujetos de enunciación inscritos en un espacio y tiempo particulares, y que permitan poner a circular una amplia diversidad de maneras de interpretar el mundo. En esta trayectoria, el video como herramienta comunicacional y artística tiene mucho que ofrecer desde un sentido crítico de su propia historia, en tanto lenguaje derivado de medios masivos como el cine y la televisión. Bibliografía Downey,
Juan (1977): “Noreshi Towai/ A propósito de Yanomami”, Juan
Downey. Video porque te ve, Ediciones Visuala Galería,
Santiago de Chile, 1987. García
Canclini, Néstor (1997): Cultura
y comunicación: entre lo global y lo local, Ediciones de
Periodismo y Comunicación, Universidad nacional de La Plata, Buenos
Aires. Guasch,
Anna María (2001): El
arte último del siglo XX. Del posminimalismo a lo multicultural,
Alianza Editorial, Madrid. Martín
Barbero, Jesús (1998): De
los medios a las mediaciones, Convenio Andrés Bello, Bogotá,
5ª edición, 1ª edición 1987. Martínez,
María Manuela y Ana María Vass (1997): Video-arte:
expresión de la posmodernidad, Fundación Carlos Eduardo
Frías, Canícula, Caracas. Ortiz,
Luis (2004): “Michael Moore, creador de un video fulminante”, Página
web Telética.com, http://www.teletica.com/archivo/7dias/2004/08/michael_moore.htm Roncagliolo, Rafael (1999): ”Las industrias culturales en la viosfera latinoamericana”, en: Néstor García Canclini y Carlos Juan Moneta (Coordinadores): Las industrias culturales en la integración latinoamericana, Grijalbo, México, pp. 65-85. Notas
[1]
Cfr. Martínez y Vass: 51-54.
[2]
A fines de los años 50 Vostell comenzó a trabajar con las imágenes
electrónicas de la televisión, en trabajos que él denominaba
“décollages” que concebía como un happening a gran escala
entendiendo el espacio público como entorno social. Proponía
combinatorias de textos e informaciones que “abrían” muchas
posibilidades de lectura a diferencia del collage que superponía
diferentes materiales. En 1961 presentó su trabajo TV
Dë-collage que también deformaba las imágenes transmitidas
por la televisión. En 1963, en el Yam
Festival de New Jersey presentó TV
Trouble (avería en el televisor), que consistió en un grupo
de monitores que trasmitían imágenes alteradas (tipo franjas) al
lado de imágenes de revistas también manipuladas. Entre otras
acciones, enterró un televisor en New Brunswick, y fusiló uno en
Wuppertal, en 1963.
[3]
En 1963, Nam June Paik en 1963 manipula la imagen televisiva con
imanes y logra “deformaciones” que le atribuyen especial valor
a la intervención del espectador las imágenes.
[4]
Paik es considerado el pionero de los videos
de creación porque fue un de los primeros en emplear una cámara
portátil para imágenes “casuales”, de tipo documental, que
ponen en cuestionamiento el orden selectivo de la televisión,
cuando registra imágenes del paisaje urbano desde un recorrido en
taxi en Nueva York (1965) que proyectó en un café de Greenwich
Village, lo cual es considerado como el primer video personal
realizado por un artista Cfr. Martínez y Vass: 51. [5] Muchos de estos primeros trabajos registraban expresiones faciales (Nauman), o acciones corporales (Levine registraba su manos y boca), alterando así los temas tradicionales de la televisión, al sustituirlos por aspectos aparentemente banales. |
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