Ángel Américo Fernández

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China ¿capitalismo o socialismo?

29 de agosto de 2006

A pesar de los cambios sustantivos que han tenido lugar en el mundo desde la caída del muro de Berlín en forma concomitante con el auge de las nuevas formas de capitalismo global-telemático y las mezclas posmodernas que se dan en el orden socio-político, parece existir todavía en algunos círculos de poder autoproclamados revolucionarios, la tendencia a categorizar a China entre los países socialistas. Incluso, el presidente venezolano en su reciente visita a ese país, en tono entusiasta y emocionado, llegó a sostener que compartía el modelo socialista chino e incluso dio a entender que se mantenía la herencia de Mao. 

Nada más lejos de la verdad que semejantes apreciaciones. La realidad es que China hace tiempo que logró desembarazarse del proyecto Maoísta en el plano económico, aunque conserva lo peor de aquel régimen en el orden político. Ciertamente, el gigante Asiático, ha apelado a formas posmodernas en cuanto pastiche o mezcla de sistemas para readaptarse a las nuevas demandas del mercado capitalista mundial. Y es así hasta el punto de que la sociedad China, empíricamente considerada, ofrece la visión de una mixtura, donde coexisten de manera muy cómoda sin remordimientos ideológicos, el capitalismo más salvaje en la dinámica de la economía junto a la burocracia Estatal dominante que insiste en llamarse Socialista. 

Lo cierto es que esa fue la receta o solución escogida por la cúpula del poder chino post-Mao para encarar las nuevas realidades mundiales, convertir a China en una suerte de sistema comodín entre Capitalismo y Socialismo, seguir con la retórica socialista, imprimir un accionar capitalista en la pragmática de la economía, para al fin de cuentas extraer lo peor de los dos regímenes: El capitalismo más salvaje en la explotación de una mano de obra mal pagada y un orden político dominado por una cúpula Burocrática acaparadora del poder con pretensiones de eternización. 

Bastaría un breve examen de las variables económicas y políticas en juego para ver de manera palmaria que del capitalismo gusta mucho a la clase dominante china, la inversión extranjera, el mercado abierto, la privatización de casi todo, la sobreexplotación de la mano de obra y la reproducción del capital orientado a la concentración, pero en cambio, desechan del capitalismo las formas democráticas, las libertades públicas, los derechos humanos, las organizaciones intermedias, sindicatos, etc.; Un ejemplo en esta dirección es el férreo bloqueo que el poder  ejerce sobre Internet que limita el acceso de los chinos a la información y de hecho son muchas las páginas Web a las que no tienen acceso, sobre todo aquellas que exponen puntos de vista y formas de vida diferentes, configurando así una novedosa censura de base tecnológica. Por cierto, Yahoo y Google son las multinacionales de la información que han operado de manera cómplice y colaboracionista. 

En cuanto a los residuos de la herencia Socialista, de ésta gusta a la todopoderosa burocracia china los resortes del control total, el pensamiento único, el centralismo en materia política y el discurso socialista proclamado sin rubor ni base ética para justificar el régimen totalitario. De modo que en China tenemos un  especial híbrido histórico que sirve para apreciar en forma cruda las contorsiones y metamorfosis por las que atraviesa el poder en tiempos posmodernos. Aquí se evaporan las invocaciones ideológicas derretidas en la pragmática de aparatos en feliz coexistencia con la lógica de la reproducción del capital. Por ello sorprende que algún discurso “revolucionario” insista todavía en acoger con tanto entusiasmo las bondades del socialismo chino, cuando lo que allí prevalece es un capitalismo rampante y desmedido. Debe ser que lo que los seduce y encanta del modelo en cuestión, es la herencia Maoísta del control absoluto del poder.