Peli

espeli@cantv.net

Golbalización

17 de junio de 2006

Venezuela, como consecuencia de la larga ocupación económica, política y cultural perpetrada por EE.UU. durante casi un siglo, es un país beisbolero. Los hindúes heredaron de la misma manera el cricket de los ingleses, que a su vez introdujeron el fútbol en Sudamérica y en otras regiones del mundo. Privilegios imperiales inapelables. Cuba es un país beisbolero, igual que Venezuela, República Dominicana, Nicaragua y el ambiguo México, por cierto con gente suficiente para asumir ambas pasiones imperiales. Ley probable: dime qué país te ha colonizado más hondamente y te diré que deporte “nacional” practicas masivamente. Que Venezuela sea un país beisbolero significa que las masas populares no jugaban fútbol hasta hace muy poco. Deportes como el béisbol y el fútbol, y masacres irracionales como el boxeo son vías de escape de la pobreza: si le das duro puedes llegar a las Grandes Ligas; a los equipos de fútbol europeos y al boxeo mundial profesional, todo en dólares o euros contantes y sonantes. Billete y fama, fama y billete. Como en Venezuela todavía no se juega fútbol masivamente, los empresarios han recurrido al modelo norteamericano. Trabajar con un equipo nacional transformado en una marca, y la marca apoyada por todo el peso público de la industria cultural. Durante la etapa clasificatoria lograron crear el clima y la oportunidad. Pero Maradona y Ronaldinho Gaucho no nacen en un estudio de TV. Nacen espontáneamente en la calle de barriadas empobrecidas. No se pudo en la cancha pero sí en las cuentas bancarias. En todo caso, muchos proletarios que antes pensaban en el béisbol ahora se meten con un balón Nº 5. Hay unos cuantos Arango en barbecho.

No obstante, y gracias a las inefables empresas comerciales neoliberales de la televisión y afines, aunque la mayoría abrumadora de los ciudadanos no conoce una cancha de fútbol, se vive las eventualidades televisivas del campeonato mundial —que no se asemejan en nada al estadio real de 100 por 50 metros— con un fervor masivo y una pasión tales que uno se pregunta inmediatamente: ¿en qué grupo está Venezuela? Puro espejismo, porque sales a la calle y encuentras toneladas de venezolanos fervorosos defensores de Brasil, con la respectiva bandera en ristre; venezolanos ardientemente partidarios de Portugal, Argentina, España o Italia, paseando banderas nacionales de otros países y llenando tribunas ad hoc en malls con despampanantes hinchas mid class… frente a un plasma controlado por el mismo elenco de pelmazos televisivos de siempre. El mismísimo presidente Chávez ha declarado públicamente que va por Brasil, aunque seguramente inspirado en sus tesis de la integración latinoamericana. Ahora bien, igualmente pudo haber escogido Ecuador o Paraguay y, extremando el internacionalismo, Angola o Ghana. Pero nadie los escoge. He buscado afanosamente alguna bandera de Angola o Ghana en las relucientes camionetas embanderadas, pero lo único que encuentro son pabellones franceses, gringos o italianos. La cosa va tan lejos que los buhoneros venden una bandera “neutral”, sólo con los símbolos de su mundial acuñados por los alemanes para esta ocasión. ¿Locura humana? Para nada. Éxito de la industria cultural, que consigue nuevamente imponer los temas virtuales culturalmente globalizantes. Y la clase media pitiyanqui, que necesita desesperadamente una tabla de salvación antibolivariana, asume entusiastamente la forma ameboide de una legión extranjera embanderada que instala prácticamente en el terreno privado de los centros comerciales y los automóviles la vigencia de lo global y la ausencia flagrante de Venezuela. Por tanto, el fervor tipo San Ignacio y Tolón declara la inexistencia del orgullo nacional venezolano, y el anhelo, mal ocultado, de que la globalización mediática antinacional y, por tanto, antichavista, se salga finalmente con la suya. ¿Y nuestros medios? Deshojando la margarita.

Golbalización

Venezuela, como consecuencia de la larga ocupación económica, política y cultural perpetrada por EE.UU. durante casi un siglo, es un país beisbolero. Los hindúes heredaron de la misma manera el cricket de los ingleses, que a su vez introdujeron el fútbol en Sudamérica y en otras regiones del mundo. Privilegios imperiales inapelables. Cuba es un país beisbolero, igual que Venezuela, República Dominicana, Nicaragua y el ambiguo México, por cierto con gente suficiente para asumir ambas pasiones imperiales. Ley probable: dime qué país te ha colonizado más hondamente y te diré que deporte “nacional” practicas masivamente. Que Venezuela sea un país beisbolero significa que las masas populares no jugaban fútbol hasta hace muy poco. Deportes como el béisbol y el fútbol, y masacres irracionales como el boxeo son vías de escape de la pobreza: si le das duro puedes llegar a las Grandes Ligas; a los equipos de fútbol europeos y al boxeo mundial profesional, todo en dólares o euros contantes y sonantes. Billete y fama, fama y billete. Como en Venezuela todavía no se juega fútbol masivamente, los empresarios han recurrido al modelo norteamericano. Trabajar con un equipo nacional transformado en una marca, y la marca apoyada por todo el peso público de la industria cultural. Durante la etapa clasificatoria lograron crear el clima y la oportunidad. Pero Maradona y Ronaldinho Gaucho no nacen en un estudio de TV. Nacen espontáneamente en la calle de barriadas empobrecidas. No se pudo en la cancha pero sí en las cuentas bancarias. En todo caso, muchos proletarios que antes pensaban en el béisbol ahora se meten con un balón Nº 5. Hay unos cuantos Arango en barbecho.

No obstante, y gracias a las inefables empresas comerciales neoliberales de la televisión y afines, aunque la mayoría abrumadora de los ciudadanos no conoce una cancha de fútbol, se vive las eventualidades televisivas del campeonato mundial —que no se asemejan en nada al estadio real de 100 por 50 metros— con un fervor masivo y una pasión tales que uno se pregunta inmediatamente: ¿en qué grupo está Venezuela? Puro espejismo, porque sales a la calle y encuentras toneladas de venezolanos fervorosos defensores de Brasil, con la respectiva bandera en ristre; venezolanos ardientemente partidarios de Portugal, Argentina, España o Italia, paseando banderas nacionales de otros países y llenando tribunas ad hoc en malls con despampanantes hinchas mid class…frente a un plasma controlado por el mismo elenco de pelmazos televisivos de siempre. El mismísimo presidente Chávez ha declarado públicamente que va por Brasil, aunque seguramente inspirado en sus tesis de la integración latinoamericana. Ahora bien, igualmente pudo haber escogido Ecuador o Paraguay y, extremando el internacionalismo, Angola o Ghana. Pero nadie los escoge. He buscado afanosamente alguna bandera de Angola o Ghana en las relucientes camionetas embanderadas, pero lo único que encuentro son pabellones franceses, gringos o italianos. La cosa va tan lejos que los buhoneros venden una bandera “neutral”, sólo con los símbolos de su mundial acuñados por los alemanes para esta ocasión. ¿Locura humana? Para nada. Éxito de la industria cultural, que consigue nuevamente imponer los temas virtuales culturalmente globalizantes. Y la clase media pitiyanqui, que necesita desesperadamente una tabla de salvación antibolivariana, asume entusiastamente la forma ameboide de una legión extranjera embanderada que instala prácticamente en el terreno privado de los centros comerciales y los automóviles la vigencia de lo global y la ausencia flagrante de Venezuela. Por tanto, el fervor tipo San Ignacio y Tolón declara la inexistencia del orgullo nacional venezolano, y el anhelo, mal ocultado, de que la globalización mediática antinacional y, por tanto, antichavista, se salga finalmente con la suya. ¿Y nuestros medios? Deshojando la margarita.