Venezuela, como consecuencia de la larga
ocupación económica, política y cultural perpetrada por EE.UU. durante
casi un siglo, es un país beisbolero. Los hindúes heredaron de la misma
manera el cricket de los ingleses, que a su vez introdujeron el fútbol en
Sudamérica y en otras regiones del mundo. Privilegios imperiales
inapelables. Cuba es un país beisbolero, igual que Venezuela, República
Dominicana, Nicaragua y el ambiguo México, por cierto con gente suficiente
para asumir ambas pasiones imperiales. Ley probable: dime qué país te ha
colonizado más hondamente y te diré que deporte “nacional” practicas
masivamente. Que Venezuela sea un país beisbolero significa que las masas
populares no jugaban fútbol hasta hace muy poco. Deportes como el béisbol
y el fútbol, y masacres irracionales como el boxeo son vías de escape de
la pobreza: si le das duro puedes llegar a las Grandes Ligas; a los
equipos de fútbol europeos y al boxeo mundial profesional, todo en dólares
o euros contantes y sonantes. Billete y fama, fama y billete. Como en
Venezuela todavía no se juega fútbol masivamente, los empresarios han
recurrido al modelo norteamericano. Trabajar con un equipo nacional
transformado en una marca, y la marca apoyada por todo el peso público de
la industria cultural. Durante la etapa clasificatoria lograron crear el
clima y la oportunidad. Pero Maradona y Ronaldinho Gaucho no nacen en un
estudio de TV. Nacen espontáneamente en la calle de barriadas
empobrecidas. No se pudo en la cancha pero sí en las cuentas bancarias. En
todo caso, muchos proletarios que antes pensaban en el béisbol ahora se
meten con un balón Nº 5. Hay unos cuantos Arango en barbecho.
No obstante, y gracias a las inefables empresas comerciales neoliberales
de la televisión y afines, aunque la mayoría abrumadora de los ciudadanos
no conoce una cancha de fútbol, se vive las eventualidades televisivas del
campeonato mundial —que no se asemejan en nada al estadio real de 100 por
50 metros— con un fervor masivo y una pasión tales que uno se pregunta
inmediatamente: ¿en qué grupo está Venezuela? Puro espejismo, porque sales
a la calle y encuentras toneladas de venezolanos fervorosos defensores de
Brasil, con la respectiva bandera en ristre; venezolanos ardientemente
partidarios de Portugal, Argentina, España o Italia, paseando banderas
nacionales de otros países y llenando tribunas ad hoc en malls con
despampanantes hinchas mid class… frente a un plasma controlado por el
mismo elenco de pelmazos televisivos de siempre. El mismísimo presidente
Chávez ha declarado públicamente que va por Brasil, aunque seguramente
inspirado en sus tesis de la integración latinoamericana. Ahora bien,
igualmente pudo haber escogido Ecuador o Paraguay y, extremando el
internacionalismo, Angola o Ghana. Pero nadie los escoge. He buscado
afanosamente alguna bandera de Angola o Ghana en las relucientes
camionetas embanderadas, pero lo único que encuentro son pabellones
franceses, gringos o italianos. La cosa va tan lejos que los buhoneros
venden una bandera “neutral”, sólo con los símbolos de su mundial acuñados
por los alemanes para esta ocasión. ¿Locura humana? Para nada. Éxito de la
industria cultural, que consigue nuevamente imponer los temas virtuales
culturalmente globalizantes. Y la clase media pitiyanqui, que necesita
desesperadamente una tabla de salvación antibolivariana, asume
entusiastamente la forma ameboide de una legión extranjera embanderada que
instala prácticamente en el terreno privado de los centros comerciales y
los automóviles la vigencia de lo global y la ausencia flagrante de
Venezuela. Por tanto, el fervor tipo San Ignacio y Tolón declara la
inexistencia del orgullo nacional venezolano, y el anhelo, mal ocultado,
de que la globalización mediática antinacional y, por tanto, antichavista,
se salga finalmente con la suya. ¿Y nuestros medios? Deshojando la
margarita.
Golbalización
Venezuela, como consecuencia de
la larga ocupación económica, política y cultural perpetrada por EE.UU.
durante casi un siglo, es un país beisbolero. Los hindúes heredaron de la
misma manera el cricket de los ingleses, que a su vez introdujeron el
fútbol en Sudamérica y en otras regiones del mundo. Privilegios imperiales
inapelables. Cuba es un país beisbolero, igual que Venezuela, República
Dominicana, Nicaragua y el ambiguo México, por cierto con gente suficiente
para asumir ambas pasiones imperiales. Ley probable: dime qué país te ha
colonizado más hondamente y te diré que deporte “nacional” practicas
masivamente. Que Venezuela sea un país beisbolero significa que las masas
populares no jugaban fútbol hasta hace muy poco. Deportes como el béisbol
y el fútbol, y masacres irracionales como el boxeo son vías de escape de
la pobreza: si le das duro puedes llegar a las Grandes Ligas; a los
equipos de fútbol europeos y al boxeo mundial profesional, todo en dólares
o euros contantes y sonantes. Billete y fama, fama y billete. Como en
Venezuela todavía no se juega fútbol masivamente, los empresarios han
recurrido al modelo norteamericano. Trabajar con un equipo nacional
transformado en una marca, y la marca apoyada por todo el peso público de
la industria cultural. Durante la etapa clasificatoria lograron crear el
clima y la oportunidad. Pero Maradona y Ronaldinho Gaucho no nacen en un
estudio de TV. Nacen espontáneamente en la calle de barriadas
empobrecidas. No se pudo en la cancha pero sí en las cuentas bancarias. En
todo caso, muchos proletarios que antes pensaban en el béisbol ahora se
meten con un balón Nº 5. Hay unos cuantos Arango en barbecho.
No obstante, y gracias a las inefables empresas comerciales neoliberales
de la televisión y afines, aunque la mayoría abrumadora de los ciudadanos
no conoce una cancha de fútbol, se vive las eventualidades televisivas del
campeonato mundial —que no se asemejan en nada al estadio real de 100 por
50 metros— con un fervor masivo y una pasión tales que uno se pregunta
inmediatamente: ¿en qué grupo está Venezuela? Puro espejismo, porque sales
a la calle y encuentras toneladas de venezolanos fervorosos defensores de
Brasil, con la respectiva bandera en ristre; venezolanos ardientemente
partidarios de Portugal, Argentina, España o Italia, paseando banderas
nacionales de otros países y llenando tribunas ad hoc en malls con
despampanantes hinchas mid class…frente a un plasma controlado por el
mismo elenco de pelmazos televisivos de siempre. El mismísimo presidente
Chávez ha declarado públicamente que va por Brasil, aunque seguramente
inspirado en sus tesis de la integración latinoamericana. Ahora bien,
igualmente pudo haber escogido Ecuador o Paraguay y, extremando el
internacionalismo, Angola o Ghana. Pero nadie los escoge. He buscado
afanosamente alguna bandera de Angola o Ghana en las relucientes
camionetas embanderadas, pero lo único que encuentro son pabellones
franceses, gringos o italianos. La cosa va tan lejos que los buhoneros
venden una bandera “neutral”, sólo con los símbolos de su mundial acuñados
por los alemanes para esta ocasión. ¿Locura humana? Para nada. Éxito de la
industria cultural, que consigue nuevamente imponer los temas virtuales
culturalmente globalizantes. Y la clase media pitiyanqui, que necesita
desesperadamente una tabla de salvación antibolivariana, asume
entusiastamente la forma ameboide de una legión extranjera embanderada que
instala prácticamente en el terreno privado de los centros comerciales y
los automóviles la vigencia de lo global y la ausencia flagrante de
Venezuela. Por tanto, el fervor tipo San Ignacio y Tolón declara la
inexistencia del orgullo nacional venezolano, y el anhelo, mal ocultado,
de que la globalización mediática antinacional y, por tanto, antichavista,
se salga finalmente con la suya. ¿Y nuestros medios? Deshojando la
margarita. |