Nelson Guzmán y María Isabel Maldonado Nelson Guzmán: Profesor de Pre y Postgrado de la UCV. PhD en Filosofía (Universidad de Paris 8, Francia) y PhD en Ciencias Sociales (Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales, Francia) María Isabel Maldonado: Licenciada en Filosofía (Universidad de Paris 8), Magíster en Filosofía (Universidad de Paris, 8) Profesora de pregrado |
Identidad, cultura y resistencia Junio de 2005 |
Si
alguna vez en la historia de América un vocablo ha cobrado necesidad de
discusión y de redefinición es el de identidad cultural. La vieja
antropología colonialista estableció su cognomento teórico señalando un
sentido a la historia: el progreso; éste necesitaba de todos los miasmas
y de los poderes proteicos de que la historia tiene necesidad, uno de
ellos la sangre. De nada podían importar las vidas de unos hombres
despreciados por el discurso colonizador. La literatura clásica
colonialista discutiría con fruición si los amerindios eran o no
hombres, algo semejante se hizo a propósito de los africanos. Estábamos
ante una historia que había nacido en el desparpajo, en la arena sinuosa.
A partir de allí cobraba sentido la necesidad epistemológica y hermenéutica
de definir y establecer una nueva lectura, estábamos ante una realidad
compleja, y dentro de registros y códigos de saberes que habían sido
dejados de lado. La historia era algo más que la interpretación
occidental que declaraba la unicidad del conocimiento humano. La
historia nacía como homosemantema, el mestizaje habría de definir los vértices
de la cultura nacional. La antropología declinaba la
antigua aspiración cientista con que el discurso europeo pretendía
definir lo diferente. América era una cultura de la desolación, de lo
precario, Venezuela, en lo específico, había lamido el polvo de la
derrota. Desde 1553 -fecha en la cual el Negro Miguel del Barrio inicia la
rebelión de Buría y la resistencia ante el poder español- todo lo no
Occidental había sido arrasado, el alma europea había
decantado como atrasadas todas aquellas manifestaciones que no se le
pareciesen, allí estaban dos mundos haciendo historia, uno irreconocible,
renegado, y el otro victorioso. El esfuerzo no sólo parecía histórico
concreto, sino imaginario, las ideas bárbaras debían ser barridas,
civilizada el alma americana bastaba eliminar las aristas de lo diferente. América
nace parda, mestiza, capaz de conformarse así misma, pero también
presenta la furia de una cultura y de un racismo que tratará de
desdibujarla, de desaparecerla de la faz de la tierra. Las luchas no serían
sólo en lo militar, sino en lo ideológico. Las nociones de tiempo, de
espacio, de dioses, de adoración se hicieron diferentes. Nadie quiso
adorar lo occidental, pero muchos hicieron el esfuerzo por parecérsele,
había nacido un híbrido, estábamos ante la fogosidad de una historia,
que la historiografía tradicional desfiguraría. Desde el evolucionismo,
pasando por el marxismo, el funcionalismo, el estructuralismo etc., el
texto antropológico rehace cómplice un paradigma de lectura. El
paradigma de la cultura ha obviado que la historia de estos pueblos ha
sido sufragada en base a esclavitud, a tráfico de indígenas. La
antropología sucumbirá al ideal de ciencia de Occidente y se desarrollará
como una ciencia monográfica, baste tan sólo recordar la Escuela Británica.
El interés era sólo clasificar, hacer accesible la cultura extraña, no
había historia sino la que el colonizador señalara como cierta, y en ese
espacio anhelante de América se iba a imponer el olvido. Se olvidó la
tolerancia, la diferencia, el diálogo entre iguales. América no había
sido otra cosa desde sus orígenes sino violencia, dilación,
desesperanza. La riqueza cultural se defenestró por varias vías, una la
del saber universitario presentido y seducido cada vez más por Occidente,
y por otro lado la conducta
del dominado, inconforme con sus haberes, por eso desde ese punto de
nostalgias se le impondrá lo foráneo. América
subyuga, castra, envilece y cirne lo más preciado de que es propietaria,
su cultura. Desde el presupuesto teórico de tierra arrasada irá quedando
lo no reconocido. La civilidad se impone -desde adentro- en un esfuerzo de
dominar mediante la cultura nuestra naturaleza, seguíamos trabajando con
un discurso que nos segregaba desde
lo más recóndito de nuestras entrañas. La muerte, el asalto, el
exterminio sistemático dieron al traste con las poblaciones indígenas,
desde allí el perdón se ha vuelto casi una sustancia imposible, el suelo
se tiñó de sangre, de alaridos, sólo el retruécano de oraciones mal
hechas podrían olvidar la desolación, la orfandad y la muerte que
circundaron a América. Nosotros
somos frutos del olvido y de la desolación, acá se barbarizaron las
lenguas aborígenes, se erradicaron del habla y de las neuronas los códigos
de lo africano. Se había escrito un largo epitafio, desde Tierra de Fuego
hasta Alaska al colonizador sólo parecía interesarle la tierra más no
los hombres, por eso el crimen no habría de alarmar, la violación pasó
por ser un acto cotidiano. La historia en términos de Jacques Poulain es
el altar de las cosas que parecen imposibles, desde
allí que se unificaría el discurso, uno solo habría de ser, el esfuerzo
por retener lo propio pasó a ser confundido con barbarie, con
primitivismo, con inexistencia; la soledad no llenó las heridas, habríamos
de dormir sobre el dolor de la expulsión de lo propio y la apropiación
de lo ajeno, éramos una mala copia de una sustancia platónica, sin
esqueleto, invertebrada que había dejado el escándalo para sufragarse en
las lágrimas de siempre. El
europeo se batió en estas tierras en la promesa de que un día no lejano
regresaría a su paraíso a disfrutar de los placeres que concede el
dinero y el poder, la geografía los barbarizó, las tinieblas y la boca
de los cañones montañosos los inmergieron en el desacierto de buscar días
y lunas que no existían, allí en esas tierras -donde su Dios no
escuchaba el traquetear de sus arcabuces- cometieron crímenes,
despoblaron, diezmaron poblaciones, la medida de aquello fueron sus
ambiciones y la realización la esquizofrenia del poder. Michael Foucault
lo ha denominado poder-saber, la escuela y el psiquiátrico son la heredad
de la dominación, lo diferente, lo confuso que surge en la palabra ha
sido suprimido, sólo es conveniente el mundo de lo que se conoce. La
historia ha apostado a la idea de normalidad, de equilibrio, todo aquello
que irrumpió, que disintió, fue considerado como patológico, allí han
estado siempre las armas de la medicina, del hospital psiquiátrico, de la
escuela ejemplarizante y rígida para punir y controlar a tiempo cualquier
acto desproporcionado. La cultura fue convertida en un saco de gatos, en un almacigo de espectáculos sin coherencia y en el olvido más pertinaz, el país no ha sido capaz de crear una industria cultural de lo diferente, de desarrollar ese aullido de lobo y creaciones bisoñas que nacen en los barrios, en las parroquias, en los pueblos, ese espacio se le ha cedido a la televisión comercial comercial, cuya labor nefasta ha sido crear veinte y cuatro millones de alienados, de masticadores de chiclets, de salvajes opiniátricos que no tienen comprensión de que el bienestar de lo público es el suyo. La carne del joven lleva allí consigo el epitafio de la ramplonería que le instalaron en su epidermis las maquinitas de tatuar. Las referencias son la industria de la chatarra, no las grandes obras de lo internacional, hoy se baila como Shakira moviendo unas caderas proporcionadas al bostezo de los bisturí, traseros confeccionados dentro del malabarismo de la pornografía, pero más allá de esa panoplia, de esos resabios manidos porque no son sensualidad por lo mal presentados, por lo intrascendente del producto, subsiste un alma de lo exótico, de lo incandescente, de lo bien proporcionado, de la sensualidad y del placer a lo que no se le ha concedido el peso suficiente, allí está el erotismo del teatro popular, de la literatura tanto de la popular como de la formal, convocando excelentes jornadas al gusto exquisito, diferentes por supuesto a esa televisión de alcantarilla que son los medios audiovisuales que confunden libertad de expresión con bodrios, con mal gusto, con falta de sensibilidad, y con amarillismo. Los
periodistas han perdido la sindéresis, han olvidado los criterios de
objetividad, siempre están en afán propagandístico ofreciendo información
sin confirmar, cargada, convocante a la desobediencia y a la sangre, no
escapan estos personajes a la opera bufa al confundir la conciencia
colectiva, al declararse en guerra contra una democracia que ellos mismos
pregonan, pero que a diferencia de la suya no se ciñe a sus principios,
ese cuadro crea en la opinión pública el malestar, el miedo, el
desaliento, la depresión, y un discurso más cerca de las pamplinadas que
de la coherencia académica. MUERTE
Y ORFANDAD La
rebelión, la insurrección y el motín constituyeron para la España de
la colonización motivo suficiente para el exterminio legal o pasional,
quien desobedeciera debía morir, el colonizador no hacía sino
evangelizar y volver racionales a unos seres que no habían sido tocados
por dicha excelencia. La conquista y colonización del Occidente de
Venezuela nos presenta un complejo cuadro de violencia, la resistencia indígena
fue infinita, allí quedaron extenuados y desaparecerían lenguas como la
jirahara, el pueblo caquetío también sufriría el genocidio, así como
también la sangre de hombres irreductibles como El Negro Miguel quedaría
esparcida por los caminos. La violencia es de vieja data en nuestras
tierras, las expediciones llegaron al territorio de la Capitanía General
de Venezuela para civilizar, para fundar pueblos y no dejaron piedra sobre
piedra. América
estaba comprometida a mantener avante la economía española, no debía
importar el sacrificio, la conquista y la colonización habían sido
empresas de sangre, en esas lides hacían causa común la espada con la
religión, España no podía legarnos sino su latrocinio, las otras tesis
no son sino simples fantasmagorías, aquí no vino la flor y nata de una
metrópolis en crisis, después el entusiasmo del oro y la leyenda del
Dorado deslizarían hasta nosotros unos cuantos letrados. No caracterizó
para nada el espíritu español de la época el refinamiento. A América
se venía a hacer fortuna y ésta no llegaba de la probidad, por obra y
gracia del espíritu Santo, sino del tráfico de negros, del contrabando
humano, de la rapiña de metales preciosos, de la muerte y del exterminio
sistemático de pueblos. Acá no sólo se liquidaron vidas, sino que se
tasajeo el acerbo cultural de unos pueblos que consideraron inferiores. La
pedagogía era el exterminio, el racismo y la muerte. Desde Diego de
Losada hasta Juan de Villegas no se expresa otra cosa que una voluntad de
dominio, y la convicción de que América era un negocio. Las taras del
colonialismo habrían de extenderse largo tiempo. Venezuela hasta bien
entrado el siglo XX estaba conformada por pueblos incomunicados, rurales,
de una modernidad insuficiente.
Las cosas no podían resolverse de otra forma sino como se había
realizado hasta ahora, a plomo limpio. Venezuela siguió siendo un pueblo
donde existían regiones aisladas, sin la menor señal del progreso. Acá
se esperó en una especie de ritual de décadas que muriera Gómez para
alcanzar la civilidad, las máculas del pasado parecen cernirse sobre
nosotros, la lengua, la semántica son una especie de esquinas del miedo
donde los hombres padecen el ostracismo, no hemos sido beneficiados del
encanto de Dios, posiblemente por el hecho que somos engendros
de distintos dioses. En nosotros convergen no sólo un proceso de identidad cultural en donde los dioses se alcahuetean, sino un destino, si nos revisáramos tendríamos que expulsar -en el afán de ser auténticamente hijos del amo- a esa pléyade de entidades que nos pueblan, pero nadie podría hacerlo puesto que la identidad es una forma de vida, una percepción. La magia se ha apoderado de nosotros, somos lo fantasmal. Posiblemente por no haber existido en el pasado sino como un centro de comercio se nos pretende reducir a una factoría petrolera. Esa matriz de pensamiento diseñó ciudades con grandes rascacielos que barrieron la naturaleza y la sustituyeron por una mueca diabólica que fue asemejándose de más en más al cine de ficción. El petróleo trajo como cultura: el perro caliente, el chiclet, los Quic, los McDonalds, Arturo’s, Papa Jhon’s, Pizza Hut, etc., se impuso la cultura de la frivolidad. La industria cultural había creado sus íconos. Desde
la primera y segunda Guerra Mundial con sus ídolos de cine se impuso la
fuerza de los medios. Las guerras tenían en los medios sus santones. Los
soldados norteamericanos deliraron con Marilyn Monroe. En la música, Serenata
a la luz de la luna con Miller
señaló un ítems, se había creado un lenguaje para exorcizar el mal, sólo
que después los medios de comunicación fueron olvidando paso a paso la
noble tarea que les tocaba: educar en positivo y fueron sembrando una
pedagogía del dominio, una cultura del espectáculo, se vendieron
presidentes como cepillos de dientes, la publicidad era solo eso
fantasmagoría, la confianza fue desapareciendo hasta llegar a ser un
bestiario de incongruencias, de políticas epilépticas en donde las
alcaldías tienen el tupé en Venezuela de vacunar, de dirigir la policía
y de administrar funciones de Estado. Venezuela
es un paraíso de desorden,
de golpismo, de incongruencias, por todos lados se conspira sin la menor
vergüenza. El Gobierno ha dado una lección de Estado, a cada sátira, a
cada desobediencia, a cada iniquidad el Gobierno ha presentado como
respuesta el poder del soberano, dos culturas están opuestas la mediática
y la real, si vemos el televisor posiblemente después de cinco minutos
saldremos de allí bajo la dosis del espanto, los males seculares de un país
en crisis son atribuidos al gobierno, de ese pandemonium es imposible
escapar sin entonar una carmañola
tropical, sólo serán los hechos quienes impondrán su veredicto. América,
ni Venezuela han sido modelos de equidad, tomase un ejemplo, la empresa
americana de colonización no le dio luz verde a los judíos, a los
protestantes, a lo moros y a los nuevos convertidos, no podía esperarse más
de una España inmersa en el oscurantismo, aquí se vino a saquear, a
dominar y no a democratizar, no lo podía realizar un imperio atrasado que
desaprovechó la gran oportunidad de desarrollar sus industrias al
expulsar a los moros de Andalucía. Religión y monarquía marcharon al unísono,
jamás existió un modelo de sociedad libre en América, menos en
Venezuela, capitaneada por los viejos prejuicios seculares de los
mantuanos, aquí todo era peligroso, estábamos ante una sociedad y una
atmósfera opresiva. América
había sido una creación del imaginario español, a partir de allí se
demonizó a los indígenas, sus formas culturales se fueron haciendo
espectrales, cercanas al mal. En el tiempo nos hemos convertido en los
albaceas de la catástrofe, los símbolos de la colonización del oprobio
no se pueden seguir cargando con la cerviz doblada, ello implica asumir el
riesgo de la fundación, podríamos decir ludificor
ergo sum, es necesario ser víctimas de nuestra propia conciencia, de
nuestras lecturas, se trata de refundar un mundo. De
ese pandemonium de un país que ha caído en los sótanos a pesar de su
petróleo solo nos queda preguntarnos dónde están los banqueros prófugos
del presidente Caldera, la amante de Lusinchi, las chifladuras de Carlos
Andrés Pérez. Está planteada una cultura de la sinceridad, de la ética
sí es que alguna vez algunos periodistas la aprendieron en los manuales
que la Universidad les suministró. La primera pregunta sería, quiénes
crearon este cascaron vacío que es el país, a quiénes correspondieron
los crímenes de Jorge Rodríguez y las masacres de Cantaura por sólo
mencionar algunas, hoy día el espanto no tiene nombre, si se trata de
adversar al gobierno por el simple hecho de que no me dieron tal o cual
cargo, bien, cada quien está en su derecho, pero les pediríamos que
reediten el viejo género del diario confesional de Stendal, a pesar de la
pudibundez, hay que sincerarse y no seguir conservando la antigua moral
castiza en estos chaparrales, yo soy esto o aquello, pero lo insostenible
es esa imagen de arcángeles que le luce chatas a quienes han usufructuado
los proventos del Estado. En
el momento actual nadie es inocente, se impone la tesis habermasiana de la
responsabilidad, se está construyendo el futuro y de eso somos
responsables, no hay maneras, es necesario edificar una cultura una y múltiple
(Efraín Hurtado), lo suficientemente laxa para que todos quepamos.
Afortunadamente el pueblo ha respondido, antiguos ritos y religiones han
insurgido y lo han realizado sin problemas, porque a pesar de la idea
tecnicista que trataron de vendernos esos filósofos trasnochados de la
derecha, aquí hemos comprendido desde hace tiempo que el principio sólido
es la convivencia, se está defendiendo el futuro, nadie podrá
desarrollarnos sino nosotros mismos. La
literatura, el arte, la novela, las artes musicales son productos -y así
debe reafirmarse- de nuestros creadores, todo esto en síntesis con lo foráneo,
pues la cultura no es propiedad de nadie, los pueblos la tienen en su
interior, en sus tuétanos. El estructuralismo rescató la idea nada
despreciable del mito, del inconsciente colectivo, desde allí en una síntesis
estructural entre Jung y la antropología se definió un camino que debía
reivindicar al hombre, a los pueblos, pues han sido como lo dijo Frank
Fanon los grandes condenados de la tierra. BibliografíaAgudo
Freites, Raúl. Miguel de Buría. Alfadil Ediciones, Caracas. 1991 Fanon,
Frantz. Dialéctica de la liberación. Edit. Cienfuegos, Uruguay. 1971 Straka,
Tomás. La voz de los vencidos. Ediciones de la CEPFHE, Caracas. 2000 Marina,
José. Crónicas de la ultramodernidad. Edit. Anagrama, Barcelona. 2000 Foucault,
Michel. La arqueología del saber. Siglo Veintiuno Editores, Barcelona.
1999 |