Jenny González Muñoz

Licenciada en Artes y escritora

jenny66m@yahoo.es

Entre el valor y la justicia

julio de 2006

Como pobladores del mundo solemos criticar acciones y reacciones que socialmente no son bien aceptadas, tales como el racismo, la xenofobia, la discriminación, la injusticia, la falta de solidaridad, pues nos exigen señalar con el dedo inquisidor y a “viva voce” a aquellos que amparados por las más amplias gamas de vulnerabilidad las practican cotidianamente.  En las escuelas, por ejemplo, se pretende sembrar la importancia de la aplicabilidad de los valores, desde el legado manuscrito del currículo que demanda la pedagogía, como precepto fundamental que debe signar las acciones y la vida misma de cualquier ser humano, máximo si se encuentra circunscrito dentro de una sociedad. Pero la palabra valor a simple vista nos sugiere costo, dinero. Algo inalcanzable para muchos. También puede llevarnos a pensar en “tener valor”. Ese magnífico sinónimo de valentía. De aquello hecho por el que se atreve, se esfuerza, dejando de lado las vicisitudes y los miedos, para cumplir lo que debe alcanzar. Y es por ese camino que va el hilo de la idea central del concepto de esos “valores”. Realmente hay que tener “valor” para izar a todos los vientos nuestra propia bandera que enarbola los ámbitos de justicia, la paz, la tolerancia, la solidaridad, la cooperación.

En este sentido, ante las circunstancias vividas muchos nos preguntamos ¿qué es ser justo? Tomando en cuenta que esa sola palabra encierra una gama tan impresionante de intertextos. Se confunde. Se manipula. Se desdibuja. Se vuelve a dibujar con otro rostro, otro cuerpo, otro color. ¿Cómo se puede ser justo sin caer en una injusticia enfermiza e ilimitada?

Pero precisamente, en el mismo momento en el que esas preguntas, y otras más agudas, comienzan a revolotear dentro de nuestro cerebro. Molestando la materia gris. Impidiendo la concentración. Comienza a germinar la semilla de la verdadera justicia. Inevitablemente, hemos dejado de ser algo flojo y cómodo, porque ha nacido en nosotros una serie de contradicciones, polaridades, ideas, que necesitamos rehacer para transformarnos. La sed de cambio y la posibilidad de que esta sea una acción, son cuestiones que nacen individualmente, en cada persona, para luego extenderse a sociedades enteras. 

Las bases de una nueva sociedad

En el siglo XIX Marx y Engels hablaban de la imperiosa necesidad de producir cambios dentro de las sociedades.

 “Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad,

 se expresa solamente el hecho de que en el seno de la vieja sociedad

                         se han formado los elementos de una nueva, y la disolución de las

                         viejas ideas marcha a la par con la disolución de las antiguas

                         condiciones de vida”.

 (MARX Y ENGELS. Manifiesto comunista.)

Las injusticias surgidas a raíz del mortífero capitalismo contribuyeron a la creación de una serie de cambios, acaecidos en distintos lugares del mundo, en pro no solo de mejorías a nivel social, político y económico, sino también de una revalorización de las características del ser humano como tal.

Así nacen las ideas de un socialismo que pretende erradicar el sistema de explotación del hombre por el hombre, la desigualdad, y toda una serie de doctrinas que de una u otra forma mantienen la supremacía de la exclusión, y el apocamiento de los valores.

El socialismo al tomar en cuenta “la propiedad social sobre los medios de producción”, al promover la participación activa, al darle un papel protagónico a los estamentos sociales más deprimidos, propicia un clima donde la solidaridad, la corresponsabilidad, el humanismo, el respeto, la paz y la justicia, son los bastiones que movilizan las nuevas sociedades.

El ensalzamiento de las ideas que procuran una mejora sustancial de las naciones que fueron llamadas peyorativamente “tercer mundistas”, no son más que afirmaciones de los verdaderos objetivos socialistas y la universalización de teorías, basadas en experiencias focalizadas según los sectores que han sufrido. El verdadero pueblo se cansa de ahogar sus gritos de angustia, ante un régimen estadal que no le da mayor importancia. Médicos, abogados, obreros, mujeres trabajadoras, se dan cuenta de que son explotados, subyugados, y que son víctimas del capitalismo, al que casi le deben la vida, la cual, por cierto, solo es una cifra más dentro de una estadística nefasta. Entonces, surge la necesidad de unirse, solidarizarse, con el abandono del “otro”, que en realidad es el reflejo del nuestro, y es esa toma de conciencia colectiva la que propicia cambios generando resistencia en ciertos sectores cuando se ven amenazados de una manera directa. En una conversación que sostuvimos con el pensador español Alfonso Sastre, respecto a esto él acotaba: “hay una inercia que forma parte de la condición humana... Habrá siempre la rémora de quienes se resisten porque tienen miedo... Hay conservadores en la política, y son ellos los que se aprovechan de esta condición un tanto perezosa de la sociedad para su propia política y conservar sus privilegios”.

Nosotros, como ciudadanos, tenemos en nuestros pensamientos y acciones la posibilidad de hacer que la sociedad se transforme positivamente y para ello debemos alcanzar el reforzamiento de los valores, y abandonar para siempre la flojera y la desmotivación, pues “motivos” es precisamente lo que tenemos de sobra para hacer que esta sociedad se transforme. La solidaridad es una buena base para comenzar la edificación de nuevas posibilidades.

Ya lo expresaba en 1937 el gran escritor peruano César Vallejo, en su poema “Masa”:

 

                        “Al fin de la batalla,

                        y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

                        y le dijo: “No mueras, te amo tanto!”

                        Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.

 

                          Se le acercaron dos y repitiéronle.

                        “No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”

                        Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.

 

                          Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

                        clamando:”Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”

                        Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.

 

                          Le rodearon millones de individuos,

                        con un ruego común: “¡Quédate hermano!”

                        Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.

 

                           Entonces, todos los hombres de la tierra

                        le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

                        incorporóse lentamente,

                        abrazó al primer hombre; echóse a andar..”

                        (VALLEJO, César: España, aparta de mí este cáliz)

La solidaridad del ser humano camina junto al amor, y hace posible la más inusitada consagración de la sociedad.

El pensamiento y la acción socialista no son más que una clara aplicabilidad de la solidaridad, distinguida desde un punto de vista enfático y total.

                        “Crezcan como revolucionarios. Estudien  mucho para poder

                        dominar la técnica que permite dominar la naturaleza.

                        Acuérdense que la Revolución es lo importante y que cada uno

                        de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre

                        capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida

                        contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad

                        más linda de un revolucionario”.

                        (Ernesto “Che” Guevara. Carta a sus hijos. Marzo 1965)