Javier Biardeau

Sociólogo. Profesor de la Escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela

¿Ideas ingrávidas?

Publicado en El Nacional, 22 de junio de 2006, p. A-6

Parece que las pasiones dominan la lógica del concepto, mucho más de lo que podían imaginarse los paradójicos vuelos del búho de minerva. Quienes exigen la argumentación, bien podrían exhibir pruebas consistentes de que sus perspectivas se eximen de la descalificación y del argumento de autoridad como recurso retórico. Pero no sucede así. Ni Otto-Apel ni Habermas han podido eliminar los presupuestos efectivos en los cuales se mueven las comunidades reales de comunicación, o más bien las luchas hegemónicas y contra-hegemónicas en el campo simbólico-mediático, en las cuales las diferencias, tensiones, conflictos y antagonismos, se nutren de pasiones, de bajas pasiones e intereses, menos que de razones y argumentos. Podríamos decir que, los ejemplos de la “video-política basura” (globovisión dixit) comienzan a hacer estragos en los mas etéreos devaneos de lo universal.

Rigoberto Lanz es ahora un discípulo de Chávez: “Denuncia constantemente la “racionalidad dominante, la lógica imperante, la episteme que domina”, pero no hay la menor explicación de lo que significan esos términos. Denuncia las ideas sobre la “verdad”, el “método científico”, el “progreso”, que se han vuelto normales no obstante ser “bagatelas” sic) que funcionan en la mente de tanta gente”.

Ciertamente, pedir explicaciones sobre lo que significan ciertos términos del vocabulario posmoderno, debe generar en Lanz un envío inmediato de su ultimo texto al filósofo Vásquez. Tal vez por allí, se hubiese inmunizado de ciertos estados de cólera que la exposición mediática genera en ciertos espíritus, sobre todo cuando la hostilidad se desplaza de los “objetos malos” a los “objetos sustitutivos”. ¿Logrará la Misión Ciencia que dirige el profesor Lanz, poner fin a todo ese predominio de la razón, tal como nos anuncia la actitud paranoica del maestro pensador?.  Como sentencia Vásquez: “más apropiado seria llamarla misión anti-ciencia o misión de la irracionalidad”.

Es sabido que Hegel trató con mejor disposición anímica a lo que denominó como “irracional”. Vásquez quiere imponer el concepto de irracional a lo que desconoce. Residuos de la mentalidad infantil?… quien sabe. Cuando se afirma que “no hay más ciencia que la que conocemos”, uno podría interrogar cual es el estatuto de ese “nosotros” que invoca el enunciado. Tal vez, las tensiones que generan términos como “ciencia normal”, “revoluciones científicas”, “programas de investigación”, “giro lingüístico”, “tradiciones de investigación”, “umbrales epistemológicos”, “post-positivismo” y otros idola tribu que habitan con naturalidad los climas de sentido de la condición posmoderna afecten los prejuicios fósiles de una modernidad conservadora, típicamente reaccionaria en el plano político. Nadie simpatiza con la “eliminación” (la paranoia de Vásquez podría denominarla “solución final”) de la Modernidad, menos la tribu posmoderna, que depende de la crisis de la Modernidad para lograr su eficacia en el campo intelectual. Pero defender lo mas arcaico de la Modernidad, no será una forma de contramodernidad velada.

Quienes aún sostienen que “hay una verdad por descubrir”, a pesar de proponer luchar contra verdades anteriores y estableciendo “nuevas verdades” siguen presos de un prejuicio evolucionista, que supone que una suerte de “racionalismo crítico” ofrece una auto-imagen reconfortante de la caja negra de la actividad científico-intelectual. Popper y Albert lo han hecho mucho mejor. Pero la historia de las prácticas científicas no ofrece una adherencia a éste meta-relato progresista. Parece que las prácticas científicas se han preocupado cada vez menos por esa verdad universal, y tratar de encauzar sus esfuerzos en establecer la caza de los errores contextuales, sin postular que se ha llegado al  algún fondo definitivo, a aquel “espejo de la naturaleza”; es decir, a la retórica de las esencias.

Sobre la vigencia inmaculada de  esa arcaica figura del “método científico” hay demasiada literatura y demasiada tinta, y este ha sido el verdadero progreso. Obviamente este progreso no tiene que ser eliminado. Ahora bien, mantener prejuicios fósiles sobre las prácticas y comunidades científicas, en nombre de la gravidez de la Modernidad Liberal, aparece como una defensa de una tradición entre otras, una tradición que pierde su fertilidad intelectual.

Quienes hayan leído y comprendido los textos de Lanz pueden constatar la centralidad de la crítica en su producción teórica. Lo que ocurre, es que el maestro Vásquez entiende por crítica el reemplazar “el poder político monárquico, respaldado por el poder religioso, por el poder de la razón”. Es verdad, dice Vásquez, “La modernidad es la época de la razón. Es la época de los derechos del hombre y del ciudadano. Es la época en que es abatida la monarquía, la aristocracia, y ese poder es sustituido por los gobiernos republicanos y democráticos. Y todo ello ocurre por el surgimiento de la burguesía, de una clase que cambia el significado del trabajo, el cual no es un castigo de Dios, sino un medio de lograr una posición social, en contra de la opinión de la Iglesia”. Semejante defensa de la burguesía ascendente del siglo XVIII no encuentra ninguna referencia histórica en esta época de descomposición del espíritu burgués en la globalización corporativa-neoliberal.

Napoleón Bonaparte contrataría al maestro Vásquez con toda seguridad para reconvertir la imagen de su gobierno, con los adjetivos de “republicano” y “democrático”. El estado prusiano y Hegel podría ser el título de un seminario sobre los prejuicios conservadores del maestro pensador. No hablemos de sus prejuicios racistas y euro-céntricos. Esto sería demasiado. Obviamente, Chávez irrita a los maestros pensadores. Tanto como cualquier figura del personalismo político latinoamericano, de derechas o de izquierdas. Su mente habita los textos y su imaginación los mundos inexistentes de la Europa idealizada. Disociación intelectual. Nuestras realidades requieren algo más que aplicaciones de prejuicios fósiles, hay que atreverse a pensar críticamente, no a repetir que hay que pensar críticamente.

Finalmente, no fueron los sociólogos los que han repetido constantemente que todo el malestar de la cultura se debe a la racionalidad instrumental. Ni siquiera Weber llegó a tanto. Fueron Adorno, Horkheimer y Marcuse, los que interpretaron el espíritu hegeliano desde la negatividad y no desde las falsas reconciliaciones.

A Rigoberto Lanz le ha tocado la triste suerte: ser objeto de una animosidad pre-política disfrazada de razón crítica. Suerte en tu tarea.