Juan Antonio Calzadilla Arreaza

juanant@cantv.net

Anotaciones nietzscheanas para una toma del poder 

marzo de 2004, publicado en julio de 2006

Relaciones de poder, voluntad de poder, un poder afirmativo 

Tener el poder no es cosa simple, pues el poder es una actividad continua, entre múltiples factores. El poder no es un sustantivo o cosa (una silla o un palacio...), es un conjunto de verbos o funciones (vigilar, castigar, controlar, inducir...) que definen una estrategia común diseminada dentro de todo un tejido social. En cada molécula de la sociedad cualesquiera dos puntos encontrados entablan una relación de poder, en la que uno de los puntos domina, es decir, aplica una o varias de las funciones características de la estrategia imperante, mientras el otro (el vigilado, el castigado, el controlado, el inducido) se somete o resiste. En esto consisten las llamadas relaciones de poder. Las funciones de dominio se ejercen entre todos los puntos de la red societaria, en la que unos son agentes (sujetos de los verbos estratégicos) otros son objetos: unos son sometidos, otros son resistentes. Cualquier otro punto de la red social puede ser un opresor o un camarada de opresión, un objeto dominado (entregado a la estrategia de la dominación) o un cuerpo reacio y rebelde, al menos parcialmente. 

Según este esquema, inspirado por los filósofos franceses Michel Foucault y Gilles Deleuze, podemos concebir el poder como el mapa vivo de unas relaciones en actividad, a veces triunfantes para unos y a veces para otros, engranadas todas (o reacias a engranarse) por una estrategia general dominante: mercatizar la humanidad, vender y comprar las materias naturales, comercializar el genoma universal, capitalizar el sistema planetario, controlar las fuentes de energía terrestres. 

La Voluntad de Poder nietzscheana no es ajena a este concepto. Para Nietzsche no hay Ser si no hay Poder, es decir, la relación de una fuerza con otra, en la que cada una resulta dominante o dominada. El Ser es un esfuerzo de dominio constante. Pero dominio, o poder, no es necesariamente una noción negativa: lo que somete la vida. La Voluntad de Poder es creativa, ordenadora, productiva, representa la fuerza y la potencia de crecimiento, de esplendor de la vida. Una fuerza puede ser vencedora al enriquecerse con otra cuya estrategia comparte, como tanto planteó Spinoza, otro filósofo del poder y de la potencia. La Voluntad de Poder, o el Poder, no es primordialmente negador sino afirmador de la vida, la estimula y favorece. Pero toda esta afirmatividad del poder tiene un negativo: la Voluntad de Negación. Llega un punto (Nietzsche lo llama “degeneración”, o “decadencia”, ocurrida por un cansancio histórico del instinto) en que la voluntad de poder quiere morir, no quiere la vida, no quiere dominar para producir sino dominar para destruir y perecer. Esta voluntad de poder invertida que no afirma la vida sino la muerte, es lo que Nietzsche llamó el “Nihilismo”, la voluntad de nada, la voluntad de encaminarse inconciente y subrepticiamente hacia la muerte. Podríamos sospechar que el capitalismo neoliberal de nuestros tiempos encarna el mayor grado del Nihilismo jamás visto en la historia. 

¿Sería simplista, o maniqueo, volver a esta definición de todo sentido profundo de nuestros actos o símbolos como afirmación o negación de la vida? Al menos, creemos, podría aportar cierta claridad estratégica, si decimos que luchamos por la vida y no por la muerte, por la construcción y no por la destrucción. 

Sobre el Estado y su campo simbólico 

El Poder no es el Estado. Ni el Estado es el administrador más o menos ecuánime de un poder que estaría en sus manos. El Poder requiere del Estado, y le da forma en su momento, pero ambas instancias son distintas, y pueden hasta presentarse antagonismos irreconciliables entre un Estado y el Poder Efectivo, como hoy nos pasa, dentro de una misma formación social y en un mismo momento histórico. 

Se ha hecho evidente que poseer el Estado, incluso según las normas y dentro de la corrección que impone el sistema político de una sociedad, queda aún bastante lejos de la posesión o el dominio del Poder Efectivo, que maneja y dirige una estrategia preponderante. 

Se nos ha hecho hábito a los venezolanos de este tiempo presenciar un Estado en posición de resistencia frente a un régimen de poder intacto e imperante. El sistema político y jurídico de una sociedad no es lo mismo que el régimen de poder efectivo que se representó en su momento en él. Quien toma el Estado no toma sino el teatro en que el poder tradicional se ha dado sus nombres y sus máscaras. El campo de batalla en que el poder efectivo sigue ejerciéndose permanece intacto, pero desnudo. 

Si la política es la simbología o la simbólica de un poder subyacente, cuya eficacia estriba en el silenciamiento y el secreto de los procedimientos de éste, en su legitimación mediante la representación, la máscara y el discurso, entonces el dominio del campo político, o sea el Estado, por un poder adverso —otra clase, otros actores, otra estrategia—, coloca al poder desplazado, no menos efectivo, vivo como nunca, en el terreno de la guerra. 

El poder no vencido que aún se ejerce, mediante sus tramas de relaciones de fuerzas, sus medios de manipulación de la conciencia, sus sujetos conformados en el nudo mismo del deseo, librará su combate a muerte por la recuperación del campo simbólico o político, sin el cual corre el riesgo de perder su figura aceptable, o sea, la legitimidad de sus mecanismos. 

El Estado es débil frente al poder efectivo, pero en manos del poder emergente debería poder, lenta y trabajosamente, desarticular el ejercicio de éste.

En primer término: sustituyendo sus agentes tradicionales (legitimidad de los lugares de acción).

En segundo término: creando una nueva imagen del poder que haga intolerables los procedimientos y dispositivos del poder desplazado (transformación de la totalidad jurídica). 

El símbolo, instrumento dócil del poder efectivo tradicional, puede convertirse en la herramienta de su destrucción poseído y manejado por el poder emergente, si éste tiene la fortaleza de resistir los embates diversos que aquél todavía puede poner en práctica. Pues el Neo-Estado queda entonces en posición de resistencia ante el poder efectivo. 

Por eso el campo de batalla, con todo lo sangriento que pueda resultar realmente, es el campo simbólico. 

Poder emergente y poder efectivo se hallarán en pugna por el dominio de los mismos símbolos, como en la pugna platónica de los pretendientes por la posesión de la Esencia: ¿quién es el amigo real de la Verdad, de la Justicia, de la Libertad, de la Democracia? 

¿Quién porta con mayor derecho la misma bandera (que es distinto a preguntar quién lleva la bandera más grande)? 

Se ha visto incluso que la reacción (el poder dominante desplazado) adopte el léxico y la iconografía de las revoluciones. ¿Quién es el amigo real de la Revolución? 

Vemos así a tristes individuos luchar, en nombre de la Libertad, por el restablecimiento de la antigua esclavitud, la tiranía del poder desplazado, recordándonos aquella angustiosa interrogante política de Spinoza (quien vivió en el siglo XVII el aniquilamiento de uno de los primeros experimentos democráticos de la Europa moderna): ¿Por qué los hombres luchan por su esclavitud como si se tratara de su propia libertad? 

Se nos dirá que se trata aquí de una lucha de clases y que los sujetos del poder desplazado luchan en efecto por conservar la libertad de seguir siendo opresores. 

Esto es válido para muchos, sí: los cabecillas numerosos del poder desplazado. ¿Pero cuál es la libertad que la mayoría de los reaccionarios siente haber perdido? ¿Libertad de desear al opresor que los vuelve autómatas mercantes? 

Tras la lucha por el símbolo se libra, sin explicitarse, una lucha semántica, la lucha por el sentido, que sólo los que luchan por la revolución han sentido en carne y sangre (pues el poder desplazado ha actuado sobre carne y sangre). La fortaleza de un símbolo se mide por la carnalidad de su sentido. 

Para unos el sentido de la Libertad es la supervivencia y hasta el amor de sus muertos. Para otros el sentido de la Libertad es una tarjeta de crédito o un boarding pass a Miami. 

¿Cuánta más Vida hay detrás de una y otra “Libertad”?