Francisco Rodríguez Sociólogo. Profesor Titular de la UDO (Bolívar) |
Con el morbo en el espíritu marzo de 2007 |
Fin de semana trágico, con varias personas muertas violentamente; algunos tirados en la calle como que estuviéramos en una guerra. Uno de estos crímenes, fue algo tan monstruoso y aberrante que produjo en la gente que se enteraba del hecho, un gesto de estupor y de pánico. Estadísticas sangrientas que revelan un escenario dantesco: 14.490 personas muertas violentamente durante el año 2006, en lo que va del año más de 190 muertes violentas en la región. Venezuela se ganó, el nada honroso lugar de ser el primero en Sudamérica en muertes por accidentes de tránsito, durante los 4 días del pasado carnaval. También nuestro país, ocupa los primeros lugares en el mundo en consumo de bebidas alcohólicas, embarazo adolescente, familias desintegradas. Venezuela es uno de los países del mundo con mayor índice de muertes violentas. Es decir, todo un panorama aterrador que no hace presagiar, lamentablemente, nada bueno. No hay fin de semana en el país, en el cual no tengamos cifras sangrientas; esto se ha vuelto parte del folklore. Cuando vimos la cara del sujeto homicida-violador en los diarios, lo que vimos fue la muerte dibujada en el rostro de aquel joven que no pasaba de los 23 años. El sujeto había confesado fríamente su crimen; es francamente aterrador. También pudimos observar en ese mismo sujeto- victimario, la cara de una víctima; es decir, víctima que se convierte en victimario, completando así la cadena de victimización. La exclusión social, probablemente violencia intrafamiliar y maltrato, ausencia de afecto, etiquetamiento negativo; en fin el cuadro patético de la violencia estructural previamente padecida con la correspondiente “quemadura interna”, aparecía claramente reflejado en ese rostro. En atención a todo esto uno se pregunta, pero qué es lo que estamos produciendo como generaciones de relevo? ¿qué clase de sujetos socializados está generando esta sociedad? Acaso estamos produciendo masivamente: resentidos sociales, gente que nace odiando y maldiciendo esta sociedad porque ella le parece un “vómito”? Estamos generando en cantidades industriales, cadenas de victimización, gente que no registra en sus historias de vida mas que humillación, rechazo y autorechazo, estados de minusvalía personal? Estaremos, por tanto, creando generaciones enteras de sujetos sociopáticos, es decir, gente que mata, viola y destruye en forma fría y sin escrúpulo de ninguna clase? Ya esto no es una cuestión de desviados sociales, una minoría monstruosamente configurada en su subjetividad sino toda una manera de ser que tiende a convertirse en un tipo social generalizado. El tipo social predominante de una sociedad maltratadora, abandonante, excluyente, cosificante del sujeto, negadora de cualquier identidad positiva a menos que se reúnan los requisitos que el mercado exige; una sociedad cada vez más fálica (centrada en el poder y la dominación por la fuerza) en donde el que manda es que tiene más capacidad de generar miedo en el otro, cada vez más canibalística (todo el mundo quiere comerse al otro), empeñada en un enfrentamiento mortal entre los sexos. Todo esto configura el cuadro de una “sociedad necrofílica”, es decir, una sociedad para la muerte. Y en donde está presente este carácter necrofílico de la sociedad? Lo observamos en la pérdida de valor de la vida humana que puede llegar a valer menos que “un par de zapatos”, una pequeña cantidad de dinero, un carro, etc. Algo muy importante en la espiritualidad del hombre, en el aspecto ético, ha tenido que haber ocurrido para que tengamos hoy que llorar la desgracia que estamos padeciendo. Y es precisamente esto, la pérdida del carácter sagrado de la vida, la de uno mismo y la del otro, que por lo menos se conservaba en la sociedad tradicional. Vivimos una época de “banalización de la vida y la muerte”. El ser humano ha dejado de ser un fin y la medida de todas las cosas para pasar a ser un medio o instrumento que cuando es necesario, se destruye sin ninguna consideración. Más importante son los valores centrados en lo material, en el mercado, en el poder, en el yo egocéntrico-narcicista-individualista, que la persona humana. Cada vez se hace más frecuente resolver las diferencias personales o pasionales, las ofensas físicas o morales, con la muerte. Aquello de recurrir al “orden divino”, “dejando todo para con Dios”, es cosa del pasado. En la tragedia que estamos viviendo tiene gran responsabilidad la pérdida de importancia de dos elementos institucionales de primera necesidad: la religión y la familia como mecanismos básicos de control del comportamiento humano. Cada vez la vida social va perdiendo el carácter de razón comunicativa para pasar a ser básicamente “razón instrumental”. El dinero, el status-poder, la posesión y consumo de objetos, el goce tecnológico, la rumba como valor final, viviendo el momento sin preocuparnos por más nada. El compromiso, que es un valor ético fundamental en la cohesión social, es una rara palabra de la cual ya ni los adultos nos acordamos, mucho menos los jóvenes. Más importante que cuidar a los niños y darles afecto, son los bienes materiales, o el goce individual; en consecuencia depositamos los niños como cargas insoportables en los colegios para olvidarnos de ellos por lo menos por un buen tiempo en el día. Esta micro-tragedia de la vida cotidiana ocurre todos los días de la semana ante nuestros ojos. Tenemos que declararnos en este momento triste que vivimos en “emergencia espiritual”, que es emergencia ético-moral. Más que leyes (que ya tenemos de sobra) e incluso instrucción formal, necesitamos urgentemente una “cirugía radical del espíritu”. Nos contamos entre los idealistas-ilusos-soñadores que hemos comenzado con esa cruzada, no obstante, son muy débiles nuestras fuerzas. |