Francisco Rodríguez

Sociólogo. Profesor Titular de la UDO (Bolívar)

franciscorodriguez50@cantv.net 

Para comprender sociológicamente al pueblo a partir de sus imaginarios

enero de 2007

Los pueblos son como las personas consideradas individualmente, simplemente a veces son de una manera, a veces de otra. Hay un cierto grado muy importante de impredecibilidad en el comportamiento de las personas, igualmente en la de los pueblos. Uno intenta dar explicaciones del comportamiento de las personas, los grupos y los pueblos y termina confundido. Claro es demasiado la complejidad como para dar cuenta de manera determinante de estos fenómenos. En las ciencias sociales, al menos, las explicaciones y demostraciones y por tanto predicciones, son muy difíciles; prácticamente imposible. Lo que podemos hacer en todo caso es intentar aproximaciones que nos lleven a la compresión, no a la explicación-demostración. La explicación supone leyes, relaciones de correspondencia causa-efecto, demostración,  universalización de los resultados y eso es poco menos que imposible; al menos en los “terrenos pantanosos” de lo social, que no es mas que los predios de los sujetos y sus cadenas de interacciones.  

Voy a tomar como ejemplo de lo anteriormente expuesto un comportamiento que probablemente aparezca como muy simple y evidente pero que para nada lo es: me refiero al comportamiento electoral expresado en una tendencia mayoritaria. Mucha gente dice que no es posible que un líder que no tiene dotes extraordinarias de intelectual, experiencia política institucional o grandes estudios realizados, pueda obtener tan altas votaciones cada vez que va a una confrontación electoral. Y a tal respecto dicen, hay trampa, fraude; no es posible que esto esté pasando. La negación surge entonces como la incapacidad de comprender fenómenos que no pueden ser sometidos a la lógica simple del sentido común fundamentada en simple proyección de un deseo. Pero tratemos de ir un poco más allá, situándonos en el contexto de los procesos reales. 

Un pueblo es el producto complejo de la multiplicidad de hechos concomitantes, aleatorios, azarosos y caóticos que llamamos historia. De traumas, heridas, desgarramientos y condiciones en las cuales se transita el camino de lo vivido colectivo. No es un simple producto de la acción de grandes héroes, de leyes y constituciones, programas de partidos, instituciones. Ni siquiera de los discursos de los líderes, por más grandilocuentes que puedan llegar a ser.  

Venezuela, en cuanto a sectores populares, tiene una historia, un “vivido colectivo” signado por la opresión, la superexplotación,  la humillación y la exclusión más feroz. La partida de nacimiento de nosotros como pueblo (igual se puede decir de toda América Latina) fue un acto horrible de “violación”. El camino de la vida republicana no abolió esta situación que ya formaba parte de nuestra manera de ser, no sólo desde el punto de vista del pensamiento sino también corporalmente, biológicamente. Lo que se formó como “el lecho del río” de nuestra alma colectiva, fueron unas “estructuras sedimentarias” de resentimiento social, sospecha y desconfianza del poder, visión mágico-mesiánica de lo real social, frustración, bajos niveles de autovaloración y desesperanza. El liderazgo democrático y no democrático, civil y militar en América Latina, tradicionalmente orientó su discurso y su acción en el sentido de responder a esa situación. El populismo y la personalidad carismático-autoritaria, con fuertes contenidos de imaginarios mágico-religiosos, ha sido la marca de fábrica del liderazgo político en nuestra región.  

La dinámica ha sido, oferta engañosa o auténtica de redención social de las masas>creencia devota>frustración-desesperanza y vuelta nuevamente a esperar la aparición del “nuevo enviado” de los dioses o las potencias espirituales. Un pueblo, después de tantas experiencias de este tipo se siente abandonado y sólo espera que llegue un líder que los “toque” y los haga sentir “sujetos” que emergen del conjunto amorfo de las masas, lo cual plantea la cuestión del reconocimiento social. Es esto lo que ha logrado el presidente Chávez en estos últimos años.   

Más que la simbolización del padre, lo que este líder representa simbólicamente, es a la madre. En el contexto de una sociedad matricéntrica como la venezolana, donde la madre es más que un centro de devoción afectiva, es todo un modelo simbólico de sociedad, el relato que se genera es el del “hijo-titán enviado por la madre-reinvindicadora arquetípica a salvar a los otros hijos olvidados  por un padre abandonante, maltratador, arbitrario, promiscuo y degenerado”.  Los “relatos” de este tipo suelen ser muy fuertes y tiene gran capacidad de determinar las conductas de las personas. En Venezuela y sobre todo en la última jornada electoral, esto aparece bastante claro. 

Desde hace unos ocho años aproximadamente, mucha gente ubicada sobre todo en los sectores populares, está participando de esta manera de “pensar y de sentir”. Más que una cuestión de índole material y “estomacal” (aunque también lo es) de lo que se trata es de un “estado de sentimiento colectivo”, de una “empatía básica” entre un líder y una masa. Si forzamos el análisis, podríamos hablar de una representación simbólica en términos de “relaciones con un ser sobrenatural”, un fenómeno telúrico de los que cada cierto tiempo surgen en estas tierras calientes de América latina.   

La clase media en general (no toda) sufre de incapacidad para entender esto porque su situación real no registra “lo vivido” por los sectores populares y piensan, erróneamente, claro, que un planteamiento como es el del “Socialismo del siglo XXI”, es una amenaza para su status y sus expectativas sociales. En el fondo, miedo a la efervescencia de las masas porque se cree que es  una amenaza para el status logrado, racismo, resistencia al cambio, etc. Nada nuevo bajo el sol.