Carlos Enrique Dallmeier

ONG “POR UNA DEMOCRACIA GLOBAL”

cdallmeier@usa.net

http://www.democraciaglobal.com/

Descubriendo a Colón

noviembre de 2005

Uno de los argumentos que han utilizado los agentes del imperio para sembrar la división en nuestro continente entre “pueblos indígenas” y no-indígenas, ha sido la necesidad de resarcir los enormes daños y sufrimientos causados a los integrantes de estos “pueblos” desde el 12 de octubre de 1492. Argumento totalmente cierto. Y el mejor ejemplo es la conducta filibustera del mismísimo Colón.

En efecto, Colón no vino a América, para encontrar una nueva ruta para comercializar las especias, como los historiadores del imperio español repitieron durante tantos años. El vino fue a arrebatar, para la corona española, el territorio ocupado por los pueblos orientales que producían las especias. Eso explica porque, apenas desembarcado en la isla de San Salvador, reclamó esas tierras para su Rey. Otra hubiese sido su conducta si hubiese llegado en son comercial.

Es que ese fue el trato de Colón con los reyes, entregarles en bandeja esa tierra prometida de las especias, para convertir a España en el país más poderoso de Europa, a cambio de tierras y honores para Colón. Un verdadero pacto de hampones.

Y cuando Colón regresó de su primer viaje, llevando encadenados a unos cuantos indios indefensos, esa corte de malandros y asesinos de Fernando e Isabel, calcularon muy bien, enceguecidos por la ambición, que no eran oposición a sus arcabuces, caballos y cañones, y que arrebatarles sus tierras sería más fácil que quitarle un dulce a un niño.

De allí que, más rápido que inmediatamente, prepararon una banda de delincuentes y asesinos a que fuesen, a lo que ellos creían que era el oriente, a saquear cuantas civilizaciones encontraran a su paso. Salvajismo que duró décadas, que destruyó un acervo cultural e histórico monumental e irremplazable, el peor crimen de ese tipo en la historia, y ambientado en un marco de extrema crueldad. Matanza que continuó aún a pesar de enterarse que nuestro continente no era el oriente ambicionado.

Realmente ese 12 de octubre no hay nada que celebrar. No debe ser ni siquiera día de fiesta. Porque ¿Cómo se puede celebrar un día producto de la avaricia y el salvajismo? Y menos izando nuestra gloriosa enseña. Se debe dejar un mensaje claro de repudio a tales conductas a las futuras generaciones.

Pero así como no podemos ver a la España progresista de García Lorca, de Hernández, de Machado, y de tantas otras cimas del pensamiento, con los mismos ojos conque vemos a la pandilla de asesinos comandadas por Fernando e Isabel, tampoco podemos asimilar la situación actual de los descendientes originarios con esos pueblos masacrados. Y menos caer en la trampa de los agentes de la CIA, que manipulando “sentimientos humanitarios”, labran el camino de nuestra desintegración como nación.

OJO PELAO CON ESO DEL HABITAT Y LAS TIERRAS

Al respecto me preocupa la reseña publicada por Ultimas Noticias el 31-10-05, página 14, en donde se expresa, acerca de la discusión en el parlamento de la Ley de Pueblos Indígenas, “No hay consenso en cuanto a las potestades de los indígenas sobre las tierras que ocupan y su derecho a disponer de ellas”

Eso no fue lo que estableció el constituyente en forma clara en la Duodécima disposición transitoria de la Constitución de 2000 “La demarcación del hábitat indígena, a que se refiere el artículo 119 de esta constitución, se realizará en el lapso de dos años…”

Veamos que dice el artículo 119: “El Estado reconocerá…su habitat y derechos originarios sobre las tierras que ancestral y tradicionalmente ocupan y que son necesarias para desarrollar y garantizar sus formas de vida…”

¿Y que es un derecho originario, en sociedades en las cuales no existe la propiedad privada? El derecho al uso, a la caza y a la pesca. Habitat no es tierra, es un “enviroment” necesario para que los descendientes de los indígenas continúen desarrollando, mientras ellos lo deseen, sus actividades “ancestrales”. Hay que tener extremo cuidado con eso.

Por ejemplo, para mí, a los descendientes de los Guajiros, que practican cualquier tipo de actividad económica moderna, desde tener caucheras hasta ventas de manufacturas, y que tuvieron hasta carteles de droga, que son actividades nada “ancestrales”, no se les aplica el definir ni habitat ni tierras. Son tan venezolanos como uno.

Igual es para tantos descendientes de los habitantes originarios que hoy manejan actividades turísticas en el corazón de nuestra selva guayanesa, como tuve oportunidad de conocer en los campamentos de Kavac, al pie del Auyantepui, y de Arekuna, en plena selva. El turismo no es ninguna actividad ancestral.

Para aquellos pocos centenares de indígenas que aún hoy viven en condiciones prehistóricas, con actividades realmente ancestrales, el problema se simplifica, ya que basta con declarar parque nacional a su habitat, al cual tendrán derecho de uso, en tanto y en cuanto sigan practicándolas.

Para nada hay que delimitar propiedades de tierras. Si los legisladores lo hacen, estarían violentando el espíritu del constituyente, claramente establecido en Disposición Transitoria Decimosegunda, ya comentada.

En lo personal no estoy de acuerdo con eso de mantener a compatriotas sumidos en la oscuridad de la prehistoria para beneplácito de contados lunáticos extranjeros, disfrazados de científicos sociales, que sueñan con tener una especie de zoológico para contemplar y “estudiar” esas sociedades. No, ellos, como venezolanos, tienen tanto derecho como nosotros al desarrollo de su personalidad, con todos los instrumentos que el progreso ofrece. Y progreso no significa pérdida de la cultura. Celebramos en nuestro país multitud de actos y eventos, como los Diablos de Yare, o los Tambores de San Juan, sin que el progreso haya mermado para nada su riqueza folklórica.

Debería, además, aprovecharse para redactar un articulado que impida la presencia de personas extranjeras en aquellas áreas habitadas por indígenas que aún practican actividades ancestrales, como esos agentes de las “nuevas tribus”.