Ángel Américo Fernández Profesor-investigador en Epistemología y Filosofía |
La izquierda y el pensamiento económico 26 de abril de 2007 |
En el debate político contemporáneo sobre la crisis de paradigmas y modelos políticos, una de las cosas que emerge con mayor claridad e incluso suscita consensos en la comunidad intelectual, es que la izquierda se ha quedado huérfana de pensamiento económico. Parece claro que después de la caída del muro de Berlín y del colapso del socialismo real en la URSS y en sus satélites de Europa del Este con el fracaso de la economía estatizada y colectivista, es verdaderamente una tarea imposible salvar algo de lo que fue la postulación económica del pensamiento comunista que, en sus tiempos de mayor esplendor llegó incluso a plantearse una comunidad universal de hombres libres. Tal vez ese fue su mayor defecto, creer ciegamente en una utopía acompañada de pretensiones de totalización sobre la vida histórica-social, pero sobre todo aferrada a un dogma casi religioso expresado en una teoría que combinaba voluntarismo de clase con unas leyes ineluctables de la historia y una pobre concepción de la economía que extrayendo de todas partes una posibilidad revolucionaria, se negó a ver el alcance del concepto de valor relativo, empecinada como estaba en el valor absoluto como base para explicar el derrumbe del capitalismo. El resultado fue un oscurecimiento del carácter relacional del valor que, como lo descubre la economía moderna, se constituye en el mercado. Tan significativo hallazgo desnuda la tesis marxiana, según la cual el valor de una mercancía depende de la cantidad de trabajo invertido para producirla y deja en avería la condición científica del marxismo. En ese ejercicio intelectual emergen otros ingredientes para explicar el valor, todos ellos relativizando el papel del trabajo, a saber: La relación de un bien con los demás bienes, la relación entre costos, trabajo y dificultad en la producción de los bienes en cuestión, la valoración que hacen los consumidores de un bien en relación con los demás, la escasez y hasta las expectativas de los sujetos económicos. De este modo la teoría marxista del valor quedaba incapacitada para explicar la formación de los precios en el modo de producción capitalista al no considerar la escasez, la demanda y el tiempo, factores claves del mercado. A la sazón es preciso recordar que la teoría del trabajo como sustancia del valor era clave para sostener el papel revolucionario de los trabajadores como sujetos del cambio, pero con el déficit apuntado la revolución puede apelar a cualquier cosa, bien sea principios metafísicos, sentimientos, ideología, menos invocar que se sostiene en una teoría económica válida. Pero además, está presente el tema de los procesos reales, donde la abolición de la propiedad privada y la entronización de una economía altamente centralizada y planificada en conjunción con una sociedad cerrada bajo el pretexto de evitar la contaminación del mundo capitalista, condujo a una falta de oxígeno económico que a la postre provocó una verdadera implosión de aquellas sociedades. El caso emblemático es la URSS, donde sus energías productivas fueron consumidas en una inusitada carrera armamentista y en exportar la supuesta revolución en los conflictos regionales característicos de las décadas de los 60 y 70 en un escenario de guerra fría. Y es que no podía ser de otra forma, la cerrazón de la sociedad y la pérdida de estímulo individual que comporta la abolición de la propiedad privada, es el peor daño que se puede hacer a una economía con pretensiones de expansión y que además compite con potencias de economías abiertas y de mercados consolidados. El proceso histórico reciente parece respaldar ampliamente la idea de que la combinación de mercado, propiedad privada, incentivo individual, democracia y apertura de la sociedad han dado resultados en término de desarrollo infinitamente superiores a los que han producido los experimentos socialistas en diversas partes del mundo. Y no sólo eso, sino que los ensayos comunistoides de modelos económicos centralizados, planificados y con controles autoritarios, han abortado por las condiciones ruinosas que han generado y reproducido para sus poblaciones, por una parte; mientras que en no pocos casos han debido girar en retroceso, el caso Chino es un ejemplo, para tomar nuevo aliento y recuperarse adoptando el mercado, por la otra. De modo que sobran evidencias empíricas con base histórica comparativa para indicar sencillamente que, pese a los problemas que confronta el capitalismo para ofrecer respuesta total al fenómeno de la exclusión y la pobreza junto a las críticas pertinentes que pueden hacérsele en términos sistémicos, por lo demás legítimas, emerge con claridad que los ensayos socialistas no sólo no solucionaron el tema social tan invocado en sus teorizaciones y proclamas, sino que lo agravaron haciéndolo acompañar con una creciente pérdida de libertad ciudadana hasta el colmo de la indefensión generalizada de la sociedad toda. Por todo esto, la izquierda tuvo que cargar el pesado handicap del agotamiento de su pensamiento económico descalabrado en el propio seno de la teoría marxista y, más aún en la práctica de sus modelos político-económicos concretos, en los que el rasgo medular era la de una economía que perdía vida propia al ser trasegada por el Estado. En resumen, entre los factores fundamentales que determinaron el agotamiento del pensamiento económico de la izquierda podemos señalar los que siguen: 1. La crisis de la teoría del valor-trabajo donde descansa El Capital, principal obra de economía de la vertiente socialista. El nudo del problema es su pérdida de capacidad explicativa, cuando economistas modernos desnudan sus carencias por no poder explicar los precios al dejar por fuera la escasez, la demanda y el tiempo. 2. La acumulación y reproducción del capital vista como una ley ineluctable que conduciría necesariamente al derrumbe del capitalismo, también fracasa ruidosamente y, de hecho, hoy día conserva apenas el rasgo de una nota anecdótica. 3. La abolición de la propiedad privada que era tenida en aquella matriz de pensamiento como condición sine que non para desmontar el poder de la burguesía y construir una sociedad de hombres libres, devino clave para construir sociedades desmotivadas, sin incentivos de libertad e iniciativa individual, completamente sometidas por el Estado y menguadas en sus fuerzas productivas para generar riqueza. Y esto es grave, pues si no se genera riqueza, el asunto de la distribución pasa a un segundo orden. 4. El pensamiento de izquierda encuentra su más difícil escollo en el tema del mercado, que era visto como un gran monstruo devorador de los hombres y que debía desaparecer, ser enterrado para garantizar el advenimiento de una sociedad comunista. La historia ha sido implacable con la izquierda en este punto. El mercado se ha convertido en un supraempírico capilar en la sociedad moderna hasta el punto que cualquier idea sobre lo económico es metafísica si no se refiere a él como categoría y realidad central. El mercado es la posibilidad real de intercambiar entre los hombres los bienes más disímiles a través del dinero. El mercado es un universal. En sus estudios sobre el capitalismo, el propio Marx ponderó la importancia del mercado, pero lo valoró como una esfera de realización del capital que aumentaba y reproducía la tasa de ganancia y el poder de la burguesía. Nunca vio sus virtudes, sino que sobredimensionó sus defectos. Nunca atisbó Marx, por ejemplo, que el mercado es equivalente a ciertos rasgos de la naturaleza humana y que fue inventado para superar el atraso inherente a sociedades de valores de uso, en las que el hombre era prisionero de sus necesidades concretas. Tampoco pudo apreciar Marx (claro está, por razones de tiempo histórico) la conversión del mercado en una cultura, en una práctica humana que forma lazos sociales y sobrepasa el simple nivel material. Marx tampoco tuvo la receta para sustituir al mercado, se limitó simplemente a decretar su desaparición en la futura sociedad comunista…una sociedad sin propiedad privada, sin clases, sin Estado y sin mercado. En síntesis…una utopía, tal vez la única forma de producir una crítica al mercado, una vía que prefigura un lugar inexistente, un no lugar, hecha desde un lugar muy fáctico, donde reina el mercado sin encontrar a su paso teoría alguna que tenga la fórmula para ofrecer una alternativa que lo sustituya. 5. El colapso masivo de las economías planificadas y centralizadas por Estados de corte burocrático-autoritario en todo el mundo socialista. Esta crisis ponía al desnudo el mito de que podían alcanzar los mismos niveles del desarrollo que el capitalismo e incluso llegar a superarlo. 6. La experiencia reciente de economías estancadas como la de China que después de largos años de centralismo, sólo han experimentado recuperación y crecimiento a partir del momento en que adoptaron el capitalismo y mercado abierto. 7. La idea cada vez más aceptada de que el capitalismo es el único sistema moderno que puede ser regulado. El Estado puede actuar como elemento regulativo, junto a la opinión pública y una esfera democrática de racionalidad comunicativa. Muy distinto es el caso de los llamados socialismos, donde la regulación deja de tener sentido, pues el Estado se apodera completamente del aparato económico y se lo traga, hasta el punto de que se hace muy difícil distinguir donde termina lo económico y donde comienza el Estado. Ambas esferas se confunden, estamos en presencia de totalitarismo y una burocracia todopoderosa controla la economía. 8. La reproducción del capital en lugar de conducir a crisis cíclicas y eventualmente al derrumbe del capitalismo, desembocó más bien en un tipo histórico-económico de sociedad capaz de auto reproducirse reinventándose. Y lo ha hecho de modo global, pues estamos hoy en un postcapitalismo articulado a la sociedad del conocimiento y la información. Hay síntomas visibles en América Latina del grado de enervamiento y decadencia de la propuesta económica “revolucionaria”. Pero como nota curiosa de reciente data, un déspota tropical reclamando su ser de izquierda, asomó el trueque como signo del socialismo del siglo XXI en Venezuela. El trueque que figura entres las formas de economía antediluvianas. Podremos imaginarnos cambiando doce chivos por gallinas o por maquinaria y medios de transporte en la era de la globalización y de las operaciones comerciales electrónicas. Naturalmente, ya sabemos que dictadores de viejo cuño nada saben de economía… y menos la entienden. De allí que asistimos definitivamente al colapso del pensamiento económico de izquierda. Un paradigma, una forma de pensar lo económico llega a su fin. Ello deben asumirlo sin lloriqueos los teóricos de la izquierda, a menos que defiendan que economías como la de Cuba o Corea del Norte califiquen como prósperas. De hecho la Rusia actual ya asumió la receta del mercado, mientras China representa un singular híbrido donde coexiste el capitalismo más rampante con la burocracia socialista. Ambas son emblemáticas expresiones del fracaso de una forma de pensar lo económico, en ambas el tema de la justicia social entró en un limbo, pero con un agravante de peso descomunal: El tema de la libertad nunca ha sido allí siquiera planteado como problema. |