Alberto Monteagudo |
Cultura para el Poder Popular 2004 |
¿Alguna
vez le ha tocado vivir en otro país distinto al suyo y del cual desconoce
su cultura?; o más simplemente: ¿ha estado en un grupo que habla de fútbol
mientras que usted lo que conoce es de béisbol? ¿Verdad que se ha
sentido desvalido? ¡Cómo cucaracha en baile de gallinas! pues. Seguro
que usted padeció alguna vez la jerga profesional de ese tipo de
especialista que sentencia que usted presenta un cuadro de “destemple
general del cuerpo producido por supresión de la transpiración”, en
lugar de respetar su inteligencia y decirle lisa y llanamente que usted lo
que tiene es un vulgar resfrío. Lo
mismo pasa cuando uno está a merced de esa clase de abogado especialista
en enredar papagayos, o del mecánico que se aprovecha de su ignorancia
sobre cualquier cosa que tenga bielas, cadena de tiempos o solenoides. ¿Recuerda
el relato del presidente Chávez sobre como se sentía en las
“presentaciones” que le hacía la
“Gente del Petróleo” cuando estaban en el poder en
Pedevesa? Para
aquellos “meritócratas” la cultura
petrolera era demasiado complicada para que usted o yo, o el presidente
de la república pudiera dominarla; mucho menos controlar el
“negocio”. No nos estaba dado a los simples mortales
“inteligenciar” su hermética cultura
corporativa. Si
me siguió hasta aquí, acompáñeme a una incursión por los predios de
la burocracia estatal cuartarrepublicana con la cual seguimos bailando
pegado y a cuya sombra sigue
prosperando la “meritocracia cultural” que, como en Pedevesa, quiere
convencernos que la cultura es algo - de - lo - que - los - demás -
carecemos - para - entender - lo - que - es - cultura, y que es mejor
dejar a la “Gente de la Cultura” y sus “operadores”, a
legisladores quintacolumnas del ALCA, o a “nuevas élites”, una
materia que supera nuestra capacidad intelectual. Algo que recuerda el
arrogante lema “Déjenos pensar por usted” de una famosa agencia de
publicidad. ¡Pues
NO! Para quienes la cultura es
“La expresión creadora de la necesidad” es un asunto demasiado
importante para dejárselo a aquellos que, como está sucediendo en la
Asamblea Nacional, vienen cocinando a fuego lento toda una legislación a
contrapelo con lo que ordena la Constitución Bolivariana y le conviene al
país. En
los tiempos de Miquelena y el contubernio con los
tradicionales factores de poder, el Conac de Manuel Espinosa anunció
la “Revolución Cultural”; revolución que en lo legislativo
nació con plomo en el ala de la mano de Enrique Meier (sí,
Meier, el ex ministro de Caldera; el mismo que está demandando al
presidente Chávez por crímenes de lesa humanidad) . En
efecto , el proyecto de Ley Orgánica de la Cultura redactado por el
bufete Meier, que el Conac entregó a la Asamblea Nacional, sirvió de
Caballo de Troya de la “Ley
de Mecenazgo”, (“la joya de la corona”según
Meier), un instrumento a la medida de la oligarquía económica
criolla y sus aliados de la Industria Cultural Corporativa para controlar
el lucrativo negocio del arte. La
Ley de Cine, la Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación, y La ley de
Artesanía, como otros tantos instrumentos que regulan sectores estratégicos
en cualquier país, están en la mira de las transnacionales de la
“Industria del entretenimiento”,
de la “Industria farmacéutica”(que controlan hasta patentes de seres
vivos), de la “Industria turística” , de la “Industria petroquímica”,
de la “Agroindustria”, y de
un largo etc. Recuérdese
que la actual redacción de la Ley de Derechos de Autor, es obra de
Ricardo Antequera Parrilli, uno de los mas “destacados especialistas”
en derecho de autor, cuyo bufete representa a las mas importantes
transnacionales norteamericanas de la “Industria Cultural
Corporativa”. Por eso no es de extrañarse que allí se diga que
“salvo pacto expreso en contrario, las obras creadas bajo relación de
trabajo o por contrato, pertenecerán al patrono o al comitente en forma
ilimitada y por toda su duración” ¿Es posible el desarrollo endógeno con una ley que norma la
producción intelectual de un país y que le expropia de tan brutal
manera, al innovador y al creador en las ciencias o las artes, el fruto de
su esfuerzo intelectual? Presten
atención a sus próximas maniobras para evitar que Venezuela adopte el
software libre. Es seguro que sabrán sacar provecho, tanto de las lagunas
de nuestra actual legislación, como de la ignorancia o la concupiscencia
de mas de un asambleísta complaciente. Es
que estas leyes de la cultura reflejan una gran incultura en lo que a
Constitución Bolivariana se refiere. En ninguna de ellas hay rastro
alguno de la cultura
de la participación que la carta magna proclama . En
el proyecto de Ley de Cine por ejemplo, no están representados los
espectadores a través de consejos locales de de planificación pública ,
comités de usuarios o cualquier
otra modalidad de participación ciudadana. Por
añadidura, en el último texto conocido de esta Ley no figura ni siquiera
como una aspiración, el Derecho de Autor del Director Cinematográfico,
una conquista de los cineastas argentinos, liderada entre otros por
Octavio Getino y “Pino” Solanas, invitados de honor a los dos
Festivales de Cine Iberoamericano realizados en nuestro país. Así
, mientras la Asociación Venezolana de Autores Cinematográficos,
organizadora del Festival,
realizaba un merecido homenaje a Román Chalbaud, nuestro más importante
autor cinematográfico, a sus espaldas, como en un guión digno del cine
negro, le daba la bendición a la ley que lo despojaba de su derecho. Con
la ley de Artesanía sucede otro tanto ¿Verdad que no le gustaría que un
turista compre en puerto Ayacucho una artesanía Warao clonada
industrialmente en Taiwán; o una joya diseñada por un orfebre
“informal” y desamparado, fabricada en serie por un comerciante
“formal” guapo y apoyado? Eso es lo que permite la actual Ley tocada
de ALCA. ¿Verdad
que tampoco le gustaría
pagar a precio de oro, un medicamento cuya fórmula, descubierta
por un investigador venezolano, le fue birlada y
patentada por una transnacional
farmacéutica? Entonces cambiemos la ley de Ciencia Tecnología e
Innovación, redactada tal como la quiere la Organización Mundial del
Comercio. ¿Y
que tal si su hijo que todavía
no cumplió 16 y diseñó un software que hizo más millonario a Bill
Gates, sólo reciba a cambio, un diploma de Microsoft y un viaje a
Disneyworld ? Entonces denunciemos que la L.O.P.N.A., que se nos vendió
como la última palabra en protección a los derechos del niño y el
adolescente, y que deja a merced de la depredadora ley de derechos de
autor vigente, al menor de edad innovador, compositor , cantante o
instrumentista. Luego
de este raudo paseo por los predios de la legislación cultural, habrá
advertido que allí no figura
la ley de Cooperativas, un instrumento de enorme importancia para el estímulo
de la cultura de la
solidaridad y el liderazgo compartido. Una ley en la cual por cierto, es un prerrequisito poseer solvencia
moral. Tampoco
aparece la Ley de los Consejos Locales de Planificación Pública,
destinada a consolidar una cultura
de la participación protagónica,
así como una cultura de la
responsabilidad y co- responsabilidad sin las cuales no
es posible contraloría social alguna y por ende una verdadera cultura
democrática. Todas
ellas son tratadas como culturas marginales por esa otra CULTURA en mayúscula
esculpida en mármol que decide lo que debe figurar en las enciclopedias. ¡Bueno!
¡Ya aprendimos a lidiar con eso! Pero lo que ahora nos toca es avanzar
teniendo plena conciencia de que esa concepción restringida y excluyente
de la cultura, nunca podrá
dar cuenta adecuadamente del saber acumulado por el pueblo yanomami en
miles de años de conexión orgánica con la naturaleza (algo que por
cierto le conviene a las corporaciones farmacéuticas transnacionales que
vienen robándolo) o de la sabiduría del llanero expresada en las metáforas
de su hablar poético. Mientras
hacemos el esfuerzo de desaprender mucho de lo aprendido para quedarnos
con lo que nos sirve, valdría la pena atender la modesta lección de la
cultura de la resistencia que en medio del mas inclemente
bombardeo mediático de la industria del consumismo infantil, por ejemplo,
insiste en seguir pasando de niño en niño, generación tras, generación,
la mejor manera de enrollar el guaral en el trompo o ponerle los frenillos al
papagayo. No la subestimemos, es la misma que frente a las ofertas de
milagrosos medicamentos impagables, fabricados patentando sustancias extraídas
de hierbas ancestrales, nos enseña a conocerlas, cultivarlas y utilizarlas con igual o mayor eficacia, y siempre, desde
luego, con verdadera justicia social. La
idea de que el mundo enfrenta una “guerra de cultura”
que desde los Centros Hegemónicos pretenden ejemplificar con un
Islam terrorista versus
la Civilización Occidental, es una estafa que esconde que el
verdadero dilema -en el que está en juego nada menos que la vida de la
especie humana sobre la tierra- es entre una cultura
signada por la codicia depredadora del planeta versus una cultura
de relación armoniosa con la naturaleza; de una cultura
de la sospecha y el miedo, versus una cultura
de solidaridad y confianza;
de una cultura homogeneizadora
y totalitaria, versus una cultura
de la diversidad y la inclusión; de una cultura
de racismo y odio, versus una cultura de amor y hermandad universal. Cultura
de Paz versus Cultura de guerra.
Por
eso el tema de la cultura es de todos sin exclusión, y no puede seguírsele
dejando solamente a los “especialistas”, a los “operadores”de los cenáculos excluyentes de una cultura fragmentada y
fragmentarista. El
Challenger estalló porque la arrogante cultura corporativa de la Nasa,
que produjo y luego intentó
ocultar el “error humano” que llevó a la muerte a toda su tripulación,
no fue apta para dar cuenta de una eventualidad que hasta un mecánico de
motocicletas estaba en
capacidad de detectar si se le hubiera dado la oportunidad. La
espada nuclear que estuvo a un pelo de destruir el mundo, aún pende sobre
nosotros porque las potencias
que todavía conservan sus
arsenales de destrucción masiva, por ceguera y arrogancia fueron
incapaces de generar una cultura
de coexistencia pacífica capaz de eliminar para siempre su
amenaza. Robert
Mc Namara ex ministro de defensa de de EE.UU., a sus ochenta y cinco años
admite el fracaso fáctico y sobre todo ético de aplicar en Vietnam los
mismos paradigmas que puso en práctica cuando era el presidente de la
Ford Motor Company. Hoy
confiesa haber ignorado elementos que escaparon a su arrogante
racionalismo fundamentalista de tecnócrata neoliberal: La cultura de un
pueblo campesino que por milenios ha luchando contra invasores extranjeros y que nunca los percibió
como liberadores. El
mismo esquema que Hollyburton, Enron y las petroleras yanquis, por intermedio del trío Bush, Cheney y Rundfeld, viene aplicando
en Irak, otra cultura curtida en la resistencia.
Por
eso guerra, y cultura son asuntos demasiado importantes para dejárselos a
otros que no sean los pueblos, que somos los que al fin y al cabo
terminamos pagando la factura por los errores de juicio de muchos
líderes escogidos en cenáculos, que actúan a nuestras espaldas. El
lema: “Todo el Poder Para el Pueblo” que enarbolamos desde la
Venezuela Bolivariana y
plasmamos en la Constitución que nos rige, no admite otra interpretación
que la que proclama que el poder reside en el soberano y que su voluntad
estará siempre por sobre los poderes constituidos.
De
allí que no aceptemos nada menos que una Constituyente de la Cultura en donde sin intermediarios ni “operadores” especializados en
cambiar para que nada cambie, se atiendan las verdaderas necesidades que
en materia de políticas de Estado para la Cultura plantea el proceso
revolucionario en marcha, y se diseñen las nuevas instituciones que la
expresen. |