Mi
nombre es Valentina Palma Novoa, tengo 30 años, de los cuales los últimos
once he vivido en México. Soy egresada de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia y actualmente curso el cuarto año de Realización
cinematográfica en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Tengo FM
3 de estudiante.
Miércoles
10 de mayo de 2006
A
continuación quisiera relatar a usted los acontecimientos de los que fui
testigo durante los violentos incidentes ocurridos en el poblado de San
Salvador Atenco el Jueves 4 de Mayo del 2006, los cuales terminaron con mi
expulsión del país de manera injusta y arbitraria.
1.-
El día miércoles 3 de Mayo, luego de ver las noticias en televisión
y enterarme de la muerte de un niño de 14 años, mi condición de antropóloga
y documentalista hizo que me conmoviera con el deceso de este
pequeño por lo cual decidí dirigirme a San Salvador Atenco a
registrar
cual era la situación real del poblado. Pasé allí la noche, registrando
las guardias que la gente del pueblo había montado y realizando
entrevistas en las mismas. Hacía frío, me arrime a las
fogatas
que la gente del pueblo había montado mientras seguía registrando
imágenes. La luz del amanecer anunciaba un nuevo día: jueves 4
de Mayo. Han de haber sido como las 6 de la madrugada cuando las campanas
de la iglesia de San Salvador Atenco comenzaron a sonar: tum
tum
tum tum, una y otra vez, mientras por el micrófono se vociferaba que la
policía estaba sitiando el poblado. Las bicicletas iban de un lado a otro,
la panadería de un costado de la iglesia ya había abierto sus puertas
y la calidez del olor del pan recién horneado inundaba la calle
junto
con el ir y venir de los campesinos en bicicleta. El señor que vendía
atoles me dijo que tuviera cuidado, que los que venían “eran muy cabrones”.
Me dirigí a una de las guardias, donde los campesinos miraban
en dirección a la manada de policías que allá a lo lejos se veía.
Metí el zoom de la cámara, me di cuenta que eran muchos y que cubiertos
por sus escudos avanzaban dando pequeños, imperceptibles pasos.
Sentí miedo, ellos eran muchos fuertemente armados y los campesinos
pocos y desarmados. En la pantalla de mi cámara veo como uno de
los policías apunta y dispara hacia nosotros un proyectil que cuando llego
a mi lado pude oler y sentir que era de
gas lacrimógeno. Más y más gases lacrimógenos rápidamente fueron sepultando
la calidez del olor a pan recién horneado y transformaron el angosto
callejón en un campo de batalla. El aire era ya irrespirable y me
fui a la plaza mientras las campanas sonaban con mas fuerza, por diferentes
calles se veía a la policía a lo lejos avanzar. La poca resistencia
que hubo por parte de los campesinos dejó de resistir ante el
ataque de las fuerzas policiales que abruptamente se abalanzaron sobre
los pobladores. Apagué mi cámara y junto con los demás corrí lo más
rápido que pude. Frente a la iglesia había un edificio público con las
puertas abiertas y ahí me metí a esperar ilusamente que la turbulencia
pasara. Había ahí dos jóvenes resguardándose también ilusamente
del ataque. Éramos tres y nos mirábamos las caras angustiados y
con miedo. Cuidadosamente me asomé a mirar a la calle y vi como cinco
policías golpeaban con toletes y patadas a un anciano tirado en el piso
sin compasión alguna. Sentí más miedo, regresé y le dije a los otros
dos jóvenes
que necesitábamos escondernos más, que ahí estábamos muy expuestos.
Ilusamente nos subimos a la azotea y acostados boca arriba mirábamos
los helicópteros que como moscardones ronroneaban en el cielo, mientras
el sonido de los disparos fueron formando parte del paisaje sonoro
del lugar. Una voz de hombre violentamente nos gritoneaba “bajen a
esos cabrones que están en la azotea”. Primero bajaron los dos jóvenes,
yo desde arriba miraba como los golpeaban y con pánico no quise
bajar,
ante lo que un policía gritó: “bájate perra, bájate ahora”. Baje lentamente,
aterrorizada de ver como golpeaban en la cabeza a los dos jóvenes.
Dos policías me tomaron haciéndome avanzar mientras otros me daban
golpes con sus toletes en los pechos, la espalda y las piernas.
Mis
gritos de dolor aumentaban cuando escuche la voz de alguien que preguntaba
por mi nombre para la lista de detenidos, respondí: “Valentina,
Valentina Palma Novoa”, mientras un policía me ordenaba que me
callara la boca y otro me golpeaba los pechos. Una voz de hombre ordenó
que me taparan con los escudos para que no vieran como me golpeaban.
Se detuvieron a un costado de la iglesia y ahí me ordenaron que
junto a los demás detenidos me hincara y pusiera mis manos en la nuca.
Siguieron golpeándonos, mi celular sonó y una voz ordenó que registraran
mi bolsa. En ese momento fui despojada de mi cámara de video,
de mi celular y mi pequeño monedero con mis identificaciones y quinientos
pesos. Me levantaron de los pelos y me dijeron “súbete a la camioneta
puta”. Apenas podía moverme y ellos exigían extrema rapidez en los
movimientos. Me abalanzaron encima de otros cuerpos heridos y sangrantes
y me ordenaron bajar la cabeza sobre un charco de sangre, yo no
quería poner mi cabeza en la sangre y la bota negra de un policía sobre
mi cabeza me obligó a hacerlo. La camioneta encendió motores y en el
camino fui manoseada por
muchas manos de policías, yo solo cerré los ojos y apreté los dientes
esperando que lo peor no sucediera. Con mis pantalones abajo, la
camioneta se detuvo y se me ordenó bajar, torpemente bajé y una mujer policía
dijo: “a esta perra déjenmela a mí” y golpeó mis oídos con las dos
manos. Caí y dos policías me tomaron para subirme al bus en medio de una
fila de policías que nos pateaban. Arriba del bus otra policía mujer
preguntó mi nombre mientras dos policías hombres pellizcaban mis senos
con brutalidad y me tiraron encima del cuerpo de un anciano cuyo
rostro
era una costra de sangre. Al sentir mi cuerpo encima el anciano gritó
de dolor, trate de moverme y una patada en la espalda me detuvo, mi
grito hizo gritar al anciano nuevamente, que pedía a dios piedad.
Una
voz de mujer me ordenó que me acomodara en la escalera trasera del bus,
así lo hice y desde ahí pude ver los rostros ensangrentados de los demás
detenidos y la sangre esparcida en el piso. Sin estar yo sangrando,
mis manos y ropa estaban salpicadas de sangre de los otros detenidos.
Quieta y escuchando los quejidos de los cuerpos que estaban
a
mi lado, escuchaba como seguían subiendo detenidos al bus y preguntando
sus nombres en medio de golpes y gritos de dolor. No sé cuanto
tiempo pasó, pero el bus cerró sus puertas y hecho a andar. Dimos
vuelta
cerca de dos o tres horas. La tortura comenzó y cualquier pequeño movimiento
era merecedor de otro golpe más. Cerré los ojos y traté de dormir,
pero los quejidos del anciano que estaba a mi lado no lo permitieron,
el anciano decía: “mi pierna, mi pierna, dios, piedad,
piedad
por favor”. Lloré amargamente pensé que el anciano moriría a mi lado,
moví mi mano y trate de tocarlo para darle un poco de calma, un tolete
fue a dar sobre mi mano, ante lo cual, con un gesto, pedí
compasión
al policía que dejó de golpearme. Queriendo darle un poco de amor
acaricié la pierna del anciano que por unos momentos dejó de quejarse.
Le pregunté
su nombre y me respondió. “Si me muero no lloren, hagan una fiesta
por favor”. Lloré en silencio sintiéndome sola en compañía de los otros
tantos cuerpos golpeados, pensando lo peor; que nos llevarían a quien
sabe que lugar y que ahí nos matarían y desaparecerían a todos.
Por
un momento me dormí, pero el olor a sangre y muerte me despertó. Al
abrir
los ojos vi la pared de una cárcel. El bus se detuvo y una voz ordenó
que bajáramos por la puerta trasera. Me ordenaron pararme y la puerta
se abrió y mi cara llorosa y descubierta vio una fila de policías,
sentí miedo otra vez. Desde abajo una voz ordenó que se cerrara
la puerta y que los detenidos debían salir con el rostro cubierto.
Un policía me tapó la cabeza con mi chamarra y las puertas volvieron
a abrirse otra vez. Abajo del bus un policía me agarró con una mano
de los pantalones y con la otra mantenía mi cabeza gacha. La fila de
policías comenzó a tirar patadas a mi cuerpo y al de los demás detenidos
que eran
parte de la fila. La puerta del penal se abrió y nos avanzaron por
estrechos pasillos en medio de golpes y patadas. Antes de llegar a una
mesa de registro, cometí el error de levantar la cabeza y mirar a los
ojos de un policía, el cual respondió a mi mirada con un golpe de puño
duro y cerrado en mi estómago que me quitó el aire por unos momentos.
En la mesa preguntaron mi nombre, mi edad y nacionalidad, luego
de eso me metieron a un cuarto pequeño donde una mujer gorda me ordenó
quitarme toda la ropa, pedía rapidez ante mi torpeza producto de los
golpes. “Señora estoy muy golpeada, por favor espere” le dije. Me revisó,
me vestí nuevamente y volvió a cubrir mi cara con la chamarra.
Salí
del cuarto y nos ordenaron hacer una fila de mujeres para ingresar formadas
y cabeza abajo al patio del penal, que luego me enteré que le decían
“almoloyita” en la ciudad de Toluca. Han de haber sido las dos de
la tarde del jueves 4 de Mayo cuando ya estábamos dentro de las instalaciones
del penal. Nos llevaron a un comedor y nos separaron a
hombres
y mujeres. En una esquina, en medio de llantos las mujeres nos contábamos
las vejaciones de las que habíamos sido objetos. Una joven me
mostró sus calzones rotos y su cabeza abierta llena de sangre, otra contaba
que la habían llevado en medio de dos camiones mientras la golpeaban,
vejaban y decían “te vamos a matar puta”. Otra joven me comentó
que tal vez y estaba embarazada, todo en medio de llantos y apretones
de manos solidarios. El estado de shock entre las mujeres era evidente.
En frente nuestro los hombres conversaban entre ellos mientras nosotras
observábamos sus rostros sangrantes y deformados producto de la brutal
golpiza. En eso estábamos cuando una mujer se acerca a nosotras y empieza
a dar algunos nombres y pide que nos separemos del grupo. Éramos cuatro:
Cristina, María, Samantha, Valentina. Se nos une al grupo un quinto;
Mario. Éramos los cinco extranjeros detenidos. Al momento llega
un hombre, creo que era el director del penal y nos dice que allí donde
estábamos, estábamos seguros, que aquí nadie nos golpearía, que lo que
hubiese pasado antes de ingresar al penal no tenía nada que ver con él,
como si dentro del penal no nos hubiesen también golpeado. Le pedimos
hacer una llamada, petición que nos fue negada. Mientras los detenidos
visiblemente más heridos eras sacados del lugar rumbo al centro
de atención médica que había dentro del penal; no eran unos ni dos,
de los ciento y tantos detenidos que éramos, han de haber habido unos
40 con lesiones gravísimas. Uno de los primeros en salir fue el anciano
moribundo que a mi lado en el camión iba, a quien no volví a ver nunca
más.
Nos
llegó el turno a los extranjeros de ir a hacernos el chequeo
médico. Yo tenía moretones en los pechos, la espalda, hombros, dedos,
muslos y piernas, se recomendó hacerme una radiografía de las costillas
pues me costaba respirar, cosa que en ningún momento se hizo.
La
enfermera que tomaba nota y el médico que me atendió actuaban con total
indiferencia a mi persona y las lesiones que presentaba. Salí de la
oficina médica a esperar que Cristina, María, Samantha y Mario terminaran
el chequeo. El seudo chequeo médico terminó y nos llevaron a una
sala para tomarnos declaración. Extrañamente un licenciado salido de
quien sabe donde nos recomendó que no prestásemos declaración, comentario
que era contradicho por las personas que estaban tras la maquina
de escribir. “Está bien si no quieres declarar, estás en tu derecho,
pero sería bueno que dejaras constancia de lo que te pasó”, me decía
una licenciada. Mientras hacíamos las declaraciones, comenzaron a llegar
al lugar muchos hombres de corbata que haciéndose los chistosos y amables
nos preguntaban quienes éramos y cómo y porqué habíamos llegado al
poblado de Atenco, que si acaso sabíamos lo peligrosa que era esa gente.
Cayó la lluvia y nos trasladaron al comedor con todos los demás detenidos,
se nos obligó a sentarnos y no podíamos establecer contacto con
los detenidos mexicanos, si queríamos ir al baño debíamos pedir permiso.
Llegaron funcionarios de derechos humanos a tomarnos declaración
y fotos de nuestras lesiones, las declaraciones fueron tomadas
sin interés, mecánicamente. Se nos obligó a que registráramos nuestras
huellas, nos tomaron fotos de frente y ambos perfiles, nos
dijeron
que eso no era una ficha, que era un registro necesario pues era muy
probable que en la madrugada saliéramos en libertad y que para eso se
necesitaba hacer la ficha. Una olla de café frío y una caja con bolillos
fueron la cena. Ha de haber sido la media noche y me acosté en
una dura banca de madera a tratar de dormitar un poco, fue imposible, hacía
frío y no tenía cobija. Del lado de los hombres, un rasta se dio cuenta
de mi impaciencia ante el no poder dormir y comenzamos a hablarnos
de un lado a otro con señas. Estábamos en eso cuando se presenta
un custodio y comienza
a dar los nombres de los cinco extranjeros. Nos levantamos, dimos
un pequeño adiós a los demás detenidos y abandonamos el lugar.
Nos
llevan a un lugar de registro, nos entregan nuestras pocas pertenencias
y nos sacan del lugar camino a una camioneta diciéndonos que
nos llevarían a una oficina de migración en Toluca. Afuera del penal escuche
voces conocidas que gritaban mi nombre, me acerco a las rejas y puedo
distinguir a muchos de mis amigos que me preguntan como estoy, les digo
que más o menos y que nos llevan a migración de Toluca. Ellos me dicen
que me van a seguir que no me van a dejar sola. Mi tía Mónica me pasa
un sobre que contiene mis documentos migratorios y María Novaro, mi maestra
y mamá en México, me da una chamarra para el frío. Así me subo a
la
camioneta que cierra sus puertas y oscuros nos vamos. Pasamos a una oficina
en Toluca a buscar a una licenciada y de ahí nos llevan a la estación
migratoria de las agujas en el DF. Han de haber sido las tres
de la madrugada cuando llegamos a la estación migratoria. Ahí una vez
más, un médico de mala gana constató lesiones. Dormitamos un rato porque
a la hora en que llegamos no era horario de oficina, así que no habían
muchos funcionarios en el lugar. Dieron las 7 de la mañana y un
auxiliar
nos llevó cereal con leche. Luego me tomaron declaración, una declaración
en donde además de preguntar por mis datos personales, me
hicieron
preguntas cómo: ¿conoces al EZLN?, ¿has estado en Ciudad Universitaria?,
¿participaste en el foro mundial del agua?, ¿conocías a
los
otros extranjeros detenidos?, etc. Firmé la declaración a la que se
adjunto mi documento migratorio, una carta de mi centro de estudios, una
carta de mi maestra María Novaro, mi pasaporte, mi cédula de identidad
chilena y mi credencial internacional de estudiante. Estaba en
eso
cuando recibo una llamada del cónsul de Chile en México, quién me pregunta
mi nombre, el número de mi cédula de identidad y si tengo algún pariente
en México, me informa que lo que él puede hacer es velar que el
proceso correspondiente se realice en las condiciones legales
pertinentes.
Regreso a continuar mi declaración y las preguntas sobre el
EZLN, el subcomandante Marcos y Atenco se repiten.
Mientras
tanto afuera
de la estación migratoria se habían congregado amigos y
familiares,
con los cuales no se me permite comunicar, traté de hacerlo a
través de señas y carteles, pero incluso eso nos es negado. Me llevan
a un cuarto en donde hay tres hombres que me dicen que están ahí para
ayudarme, ellos me toman fotos de frente y ambos perfiles y en todo momento
graban la conversación. Me preguntan mi nombre y si tengo algún alias,
que si conozco al EZLN, que si he ido a la Selva Lacandona, que les
dé nombres que puedan dar antecedentes de mí, que qué tipo de documentales
me gusta realizar. Me dicen que mi amiga América del Valle
está preocupada por mí porque me había perdido mientras escapábamos
del lugar, mujer
de la cual recién en Chile me entero que es una de las dirigentes de
Atenco que la policía persigue. Al terminar el interrogatorio, mis huellas
dactilares son tomadas en una maquina muy sofisticada que va a
dar
a una computadora. Me sacan de la sala y me llevan a otra donde hay tres
visitadoras de la comisión nacional de derechos humanos y luego de que
las dos españolas y yo les contamos lo que hemos vivido, nos recomiendan
urgentemente solicitar un abogado para que se gestione un recurso
de amparo ante una posible deportación. El ambiente ya es tenso, así
que le pido a una de las abogadas una pluma y un papel, para escribir
“1 abogado” y mostrárselos por la ventana a mis amigos que están
afuera, en ese momento entra un licenciado de migración y al verme escribiendo
me dice: “¿necesitas un abogado?, yo soy abogado, cual es tu problema”,
le contesto que quiero poner un amparo, ante lo que el me responde
que no es conveniente poner un amparo porque el amparo implicaría
estar en la estación migratoria un mes y que lo más probable era
que pronto saliésemos en libertad, las visitadoras de derechos humanos,
lo increpan y le dicen que por favor me dejen hablar con alguna de
las personas que están afuera. La visita se concede y hablo con Berenice,
con quien me dejan hablar cinco minutos, a ella le digo que
necesito
un amparo y me dice que eso ya esta. Me despido abruptamente de ella
y luego me llevan a hacerme un chequeo médico por segunda vez en esta
estación migratoria, estoy en eso, cuando un licenciado llega apresuradamente
a interrumpir el chequeo y me dicen que me van a
trasladar
a otro lugar, yo pregunto que adónde y no se me da respuesta.
Al
salir de la consulta médica me encuentro a una de las visitadoras
de
derechos humanos y le digo que por favor avise a mis amigos que están afuera
que me van a trasladar, le pregunto al licenciado que adonde me llevan
y me responde que a las oficinas centrales de migración, no me dejan
seguir hablando con él y me suben a un auto particular en el que
también
estaba Mario, mi compatriota. Me subo, se suben tres policías, se
cierran las puertas y una policía pide cerrar las ventanas. La reja de
la estación migratoria se abre y el carro se va como escapándose de algo.
Íbamos por periférico a más de 100 Km. por hora en medio de un tráfico
contundente. Pregunto que adonde nos llevan y no obtengo respuesta,
ya en el camino, me doy cuenta que vamos rumbo al aeropuerto y
que delante de nosotros van dos carros más; uno con Samantha, la alemana
y otro con María y Cristina, las dos españolas. Ante la inminencia
de la expulsión injustificada en todo momento, no me queda más
que cerrar los ojos y apretar los dientes y pensar: otra violación más.
Llegamos al aeropuerto como a las 6 de la tarde. Nos bajan de los autos
y nos ingresan custodiados a una sala completamente blanca donde nos
mantienen detenidos una hora o más. Luego nos ingresan a las salas de espera
al interior del aeropuerto, donde nos mantienen custodiados. Primero
sale el vuelo de Samantha. Seguimos esperando y en la espera yo
no
hago más que llorar, me siento mal, me paro y trato de caminar por el pasillo,
se me acerca una custodia y me dice que debo estar sentada, “me siento
mal” le digo, “no me voy a escapar, déjame”. Sigo llorando y un policía
se acerca y me dice: “ya no estés así, no conviene esa actitud, si
te sirve de consuelo, déjame decirte que no estas deportada, que sólo
has
sido expulsada del país, pero puedes volver a entrar en cualquier momento”.
Ilusamente sus palabras me calman. Nos llevan a un bar a fumarnos
unos cigarros porque todas estamos muy alteradas. El vuelo de Lan
Chile de aproximadamente las once de la noche es anunciado, a mí y a
Mario
nos llaman, nos despedimos de María y Cristina con un apretado abrazo.
Nos formamos en la fila y nos entramos al avión. Dentro del avión
uno de los pasajeros se acerca a mí y me entrega unas cartas
que han mandado mis amigos que estaban afuera haciendo todo lo posible
para detener esta injusta expulsión. Caen mis lagrimas de no saberme
sola, la custodia que va a mi lado, me dice que qué me pasa, le cuento
mi caso; le digo que llevo viviendo en México 11 años, que mi vida
está en ese país, que nunca se me dijo que estaba pasando, que todo el
procedimiento ha sido ilegal, que he sido golpeada y vejada por la policía.
Me dice que a ella le avisaron 30 minutos antes de subirse al avión
que viajaría a Chile, que a ella no le dijeron nada, pero que si
notaba
que algo raro hubo en el procedimiento, porque normalmente antes de
deportar a alguien se pasa mínimo un mes en la estación migratoria, que
ha de haber sido una orden dada desde arriba.
Ya
asumiendo mí expulsión
me pongo a platicar con ella y le digo que lugares de Santiago
puede
visitar el corto tiempo que dure su estadía. El cansancio y la impotencia
son demasiadas, me duermo. Me despierto con la cordillera
de los Andes en la ventanilla del avión. Bajamos del avión, nos
entregan a policía internacional, donde nos toman declaración del
porqué
de nuestra deportación y/o expulsión. Afuera me esperaba mi familia,
llantos, besos, abrazos. Nos vamos al hospital a constatar lesiones
y rápidamente armamos una conferencia de prensa con televisión y
radio, en donde denunciamos la ilegalidad de nuestra expulsión y la brutalidad
policial de la que fuimos objeto.
2.-
Después de lo que les he contado quisiera hacer de su conocimiento mi
total rechazo, indignación y rabia ante:
a)
la utilización de la violencia física, psicológica y sexual como arma
de
tortura y coerción en contra de las mujeres.
b)
la brutalidad policial de la que fuimos objeto todos los detenidos, más
allá de nuestras nacionalidades.
c)
la ilegalidad de mi deportación en dos sentidos: por haber estado mis papeles
migratorios en regla y por el rechazo al amparo presentando, argumentando
mi ausencia en el país, cuando yo aún estaba en México.
3)
Por lo expuesto anteriormente anterior, estamos estudiando con
nuestros
abogados, orientar nuestras acciones tendientes a lograr:
a)
Se nos restituya el derecho a seguir estudiando en México por medio
de
todo tipo de gestiones con el gobierno chileno y mexicano;
b)
gestiones a nivel diplomático con la embajada de México en Chile;
c)
poner una querella criminal contra la policía por delito de lesiones
d)
entablar una demanda contra el estado mexicano por deportación ilegal.
¡No
a la violación, no al uso de mujeres y hombres como objetos, no a la
brutalidad
y a la tortura, no a la justificación de la violencia!
Atte.
Valentina Palma Novoa
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